domingo, 27 de julio de 2014

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1CxD02-097 27 de julio de 2014

Ning hǎo

© Jorge Claudio Morhain

De acuerdo a las informaciones filtradas por algunos sobrevivientes, los hechos se sucedieron así: El Nuevo Komintern chino se hizo cargo del poder, y como primera medida las nuevas autoridades entraron en el bunker 隐藏受保护的 (Yǐncáng shòu bǎohù de jí), el lugar donde supuestamente no debería entrar ningún hombre o mujer, porque los robots mantenían el orden y las configuraciones adaptadas de las resoluciones humanas. Pero el Komintern no aceptaba las antiguas reglas, de modo que la plana mayor penetró en aquella sala que olía a cloroformo y rosas mustias de la primavera pasada (según se oyó decir) Allí estaba el Comando Central (中央司令部最 - Zhōngyāng sīlìng bù zuìgāo), y la Llave (大关 - Dà guānjiàn) Luego de unas horas de deliberación, el Komintern decidió que había llegado la hora de accionar aquel extremo sistema de Guardia y Venganza.
Y operaron la llave.
Y alrededor de todo el Planeta Tierra –incluida la China – todos los teléfonos celulares fabricados en ese país estallaron con la fuerza de medio kilo de dinamita.
Eso cuentan los sobrevivientes.
Ning hǎo ( - Adiós)

sábado, 26 de julio de 2014

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1CxD02-096 26 de julio de 2014

Libros despegados

© Jorge Claudio Morhain

El pequeño hombrecito caminaba a duras penas, entre las hojas secas, entre las hojas podridas, entre los senderos de hormigas, entre las huellas de zorros, entre las orugas y los pájaros que amenazaban tomarlo como presa. Difícilmente distinguía una de otra las migas de pan que fuera dejando cuando sus padres lo abandonaron en el bosque porque era muy pequeño para trabajar en la granja. Se había escondido una hogaza entera y la había ido soltando poco a poco, para tener una guía para el regreso.
Pero…
Cuando llegó a un claro, se encontró con una bandada de pájaros. Que, curiosamente, no se interesaron por él, porque estaban demasiado ocupados… comiendo miguitas de pan.
Furioso, se abalanzó sobre la bandada, que remontó vuelo, y pudo alcanzar a distinguir aún alguna miguita que quedaba marcando una dirección hacia la espesura.
Esperanzado, se metió corriendo entre la maleza. Pero aquellas no eran miguitas. Eran pedruscos blancos de una cantera. Alguien había tenido su misma idea, pero en lugar de migas había ido soltando piedrecillas.
No había más pan. Los pájaros se lo habían comido todo. A falta de pan, pensó Pulgarcito, buenas son piedritas. Y, casi contento, siguió el caminito que se adentraba en el bosque, hacia una zona menos oscura y menos siniestra, donde hasta algunas flores sonreían al pasar.
Así fue como Pulgarcito llegó a La Casa de Chocolate. Y la anciana perversa que esperaba a Hansel y Gretel para hornearlos, se encontró con ese enanito que le devoraba un alero sin la menor consideración.
Sacó la escoba e intentó espantarlo, pero entonces apareció corriendo una nena vestida con una capucha colorada que gritaba “¡ahí viene el lobo!”
Así que la nena, Pulgarcito y la vieja malvada se encerraron en la casa, y compartieron la comida de la abuelita, mientras afuera los lobos aullaban de hambre.


–Pablito, ¿otra vez desarmaste tus libros de cuentos?
–Vienen con las hojas pegadas. Se salen solas, ma.
–Sí, tenés razón. Libros eran los de antes.
La mamá arropó a Pablito, que se durmió muy contento, aferrado a su conejito robot.

viernes, 25 de julio de 2014

1CxD02-095



1CxD02-095 25 de julio de 2014

El ocaso de John Dos Balas
© Jorge Claudio Morhain

–El cerco se ha cerrado, finalmente –, dijo John Dos Balas.
En efecto, los oteadores sioux habían conseguido descubrir por dónde los mineros ingresaban la comida y sacaban el oro. Ahora, todo era cuestión de tiempo.
–Cuando venga, el primer sioux es mío –, John Dos Balas enfundaba y desenfundaba, practicando su ultraveloz manera de disparar.
Empezaron los alaridos. Los tambores. Las colinas se llenaron de sombras móviles.
Y, por el camino secreto recién descubierto, vino el primer sioux.
Solo, a caballo, vestido con amplias ropas ceremoniales y una máscara de cacto y la enorme tiara de cacique.
–¡Déjenmelo, es mío –, John Dos Balas estaba ansioso.
–Espera, John. Parece que es un emisario de paz. Mira, no viene armado. –El Capitán Miles, jefe de los mineros, retuvo a John.
El jinete se detuvo a pocos pasos de los mineros, parapetados tras las vagonetas Decauville de hierro.
Lenta, ceremoniosamente, se quitó la máscara.
Era una mujer hermosísima, de cabello rubio como el sol.
–Mi nombre es Ola-who-nooga. Soy cacique de  los sioux arapahos del valle. Me han dicho que mi padre, que me abandonó con mi madre sioux luego de crearme en su vientre, está entre ustedes. Si es así, mi tribu se retirará en paz. (Hablaba buen inglés, con un leve acento aborigen)
–¿Sabes el nombre de tu padre? –, preguntó Miles.
–No –, contestó la mestiza.
Los blancos se miraron, unos con sorna, otros con temor.
–¡¿Y cómo carajo…?! –empezó John. Pero ella alzó la mano y lo interrumpió.
–Conozco su apodo…
Silencio. Expectación. Ella, inmóvil, con la mano alzada, dijo:
–John Dos Balas.
–¡Mierda! –John desenfundó a la velocidad del rayo. –¡Yo soy John Dos Balas, india mugrienta, y…!
La muchacha, desde su mano alzada, oprimió el gatillo de la Colt Navy 45 que cubría la amplia manga de su túnica. Y John Dos Balas terminó su carrera desparramando sus sesos junto con la sangre, por un agujero en su cabeza.
La cacica dio vuelta el caballo, y se alejó por donde había venido.
Los mineros se quedaron inmóviles un buen rato, como si esperasen la carga de los sioux. Pero no la hubo. Sólo el silencio, cada vez más espeso.
–Una cosa hay que decir –, dijo Miles a modo de responso. –Heredó la puntería del padre…