Jorge Claudio Morhain
(Léase "Morén") Algunos dicen que soy una leyenda. Otros,la historia de la historieta del siglo XX. Mi aspiración, empero, sería la de poder seguir publicando hoy, mañana, y no sólo en el pasado.
martes, 25 de abril de 2023
martes, 28 de junio de 2022
C818 1CxD3-03
QUE HAY EN LA
PIECITA DEL FONDO
© Jorge Claudio
Morhain
En elk fondo de
la casa los viejos construyeron una piecita para “la chica”, que en principio
era sólo la sirvienta pero que con el tiempo derivó en enfermera, o
“acompañante terapéutico”, a medida que la vieja perdía impulso y el viejo
yiraba más antes de caer al rancho.
Despuies de la
piecitra el viejo hizo un bañito, para “la chica”, completo, con ducha y todo.
Sospecho que había algún agujerito para que mi progenitor estudiase la anatomía
de “la chica”.
Una vez, cuando
fui a buecar a “la chica” para que atendiera a la vieja, porque yo tenía que
salir para la facu, me enteré que la casa continuaba un cachito más. Había otra
pieza más all´, hacia los fondos. Le pregunté a “la chica” que había ahí: se
encogió de hombros y dijo que “algunas basuras, creo; está con llave”.
Cuando se dio la
oportunidad, una tarde que ganaba Boca, largué como al pasar “Pa, ¿qué hay en
la piecita del fondo?”
Al viejo le
agarró un repetino interés por la trayectoria del balón en la Bombonera. Le
sacudí un poco la manga.
–¿Qué?
–Digo, que qué
hay en la piecita del fondo…
–Nada, nena.
Dejate de joder.
–Pero qué…
–No me rompas la
cábala, ¿querés?
Uhm… cosa
intrigante por demás, me dije. Y me hice el propósito de enrar a ver.
Pero no fue
simple. La llave era buena, no funcionaba con los ganchos habituale con los que
abría los cajones de la plata. No tenía ventanas: de ahiuera parecía que no
estaba.
De repente, un
día cualquiera, un día que la vieja había estgado especialmente cargosa, el
viejo resopló y me miró. Me miró.
¿Cuánto hacía que
nome miraba? ¿Cuánto que yo era un mueble más, que comìa callado y salía y
entraba como el Dick, el cachorro.
–¿Querés saber?
–¿Eh? ¿Qué cosa?
–Que hay en la
piecita del fondo.
Ahora fui yo la
que se encogió de hombros.
Entonces me
llevó.
Pasamos frente a
la pieza de “la chica”. Que estaba medio desnuda. Y que no hizo nada por
taparse. Y que dijo “Hoy no, Juan…” (Juan era mi viejo)
El viejo se puso
el dedo en la bnoca y siguió de largo.
La chica me vio
pasar y cambió de color. Y se tapó. Y me hizo que no con la cabeza.
El viejo seguía
adelante, pasamndo ya el bañito. Yo junté los dedos en pregunta muda, y ella se
puso el dedo en los labios. Silencio.
Ahí me agarró el
julepe.
Medio como que me
dí cuenta, y me volví.
–¿Dónde vas,
nena? -dijo mi vieja, que me vio pasar arrebatada.
–¡Pero vení,
pendeja de mierda! –el viejo gritaba desde la puerta abierta de la piecita del
fondo. –¡Vení, que vas a saber lo que es un hombre!
Creo quie me
estuvieron buscando por la tele. Hasta algún pelotudo dijo “tus padres te
perdonan”. Giles.
Yo…
Yo ya sabía lo
que había en la piecita del fondo…
lunes, 27 de junio de 2022
1CxD3, 02 - PRIMITIVOS
C817 PRIMITIVOS
© Jorge Claudio Morhain
Aquí vamos, volando bajo. Tan bajo que vemos a las personas,
huyendo ante nuestra presencia, como los pollitos huyen del chimango.
Pobres gente carne de cañón. ¿Cuántas veces han venido los
soldados “enemigos” y los han acribillado, calcinado, envenenado, ahogado, como
ratas, así, volando bajo?
Pero ahora ha terminado la guerra. Y sólo los estamos
contabilizando, sabiendo cuántos son, cómo hay que auxiliarlos. Para empezar la
reconstrucción.
No saben que somos los triunfadores, los que ganamos al fin
la batalla, los que pusimos fin a esos vuelos rasantes asesinos.
Claro, ¿cómo van a saber que terminó la guerra? Ellos no
tienen medios de comunicación (que nosotros o El Enemigo hemos destruido). No
tienen caminos, ni sendas, porque Ellos (o nosotros) los hemos destruido.
Son primitivos. Habrá que civilizarlos. Deberán estar
preparados para la próxima guerra.
A una orden inalámbrica de nuestro Líder, todos sonreímos y
agitamos la mano derecha, en son de paz. Una señal. Claro. Una señal de concordia,
de amistad, de reencuentro.
A la señal, todo estalla. Una red invisible impacta sobre
todos nosotros.
Todos, sentimos de pronto un ahogo, una opresión.
En el último momento, todos pensamos que es imposible. No
pueden tener un método de rebote. No pueden contraatacar. Son primitivos.
¡Son primitivos!
¡Son…!
C817 – 220627 (1CxD3-02)
Un Cuento por Día (1CxD3) Tercera serie.
VISIONES
© Jorge Claudio Morhain
Cuando Ada entró al bar notó el calor, una ola leve y
acogedora, no invasiva, que cubría lentamente su interior, reemplazando el
fresco de allá afuera. Fresco, no era ese frío penetrante del viento: hoy
estaba agradable, pequeño sol, poca niebla.
Sol, su hija de seis años, una niña feliz apretando su mano.
Carlos, en tanto, hacía un buen rato que estaba en el bar,
mirando pasar a los variopintos transeúntes, con ese aspecto de turistas aun
siendo locales, con pantalones de diseño, zapatos con goma reforzada, gorros
multiformes y multicolores…
Frente a él, molesta, Graciela, su esposa, fastidiada por la
espera y con pocas ganas de mirar la gente. Dos tazas vacías ya, de café,
restos de masitas.
Ada Y Sol se sentaron en la mesa contigua, Sol inquieta,
agitando un juguete alfabético, que Ada le había comprado precisamente para
afianzar sus conocimientos de las primeras letras.
Ese fue el escenario.
Cuando Ada recorrió con la vista el lugar, y la mesa vecina…
encontró los ojos de Carlos.
Alguien pasó los dedos por el piano, desgarrando un continuo
de notas. O quizás fue un cable pelado, con corriente, rozando un objeto
metálico, desparramando chispas. Ada y Carlos desviaron los ojos. Los ojos de
Carlos, azules como el mar lejano. Los ojos de Ada, verdes como el lago
cercano.
Ambos apartaron la vista. Carlos conversaba algo. Sol jugaba
con su aparato, y Ada le dictaba las letras.
Ada levantó los ojos. Carlos contemplaba entonces su rostro
ovalado, la nariz respingada (acaso operada), el parecido notable entre Ada y
Sol. Y encontró los ojos verdes…
Hubo una explosión solar, y una gigantesca lengua de fuego
alcanzó casi a Mercurio. O algo así, acompañando el paso fugaz de la privacidad
con el chisporroteo o el aullido largo del coyote.
Carlos estaba envuelto en un camperón, y tenía los cabellos
como sutiles briznas agitadas por algún inexistente (allí adentro) viento.
Siguieron con lo suyo.
Y sucedió. Otra, otra vez, como temiendo el golpe, el roce,
el temor, la timidez. Ada y Carlos ni siquiera supieron sus nombres. Ada y
Carlos, y Sol, acaso tampoco se llamaban así.
Casi al final, cuando ya Carlos se levantaba para ayudar a
Graciela, para dejar el bar, para salir a la calle, los ojos azules y los ojos
verdes se penetraron, se fusionaron, se comunicaron en segundos una vida.
Carlos supo que Ada estaba sola, con la niña, que quería con
intensidad a esa muchachita de largos cabellos tan igual a ella, hasta en la
falta de padre. Ada supo que en esos pocos segundos Carlos había llegado a amar
intensamente a esa preciosa Sol… y, más intensamente aún, a la madre de ojos tan
verdes…
Y, mientras la última mirada, ya franca, decía lo que jamás
habían dicho sus labios, mientras Ada decía “Adiós, desconocido, adiós para
siempre”, Carlos le dejaba su congoja y se iba, por la puerta de vidrio, al
frío.
Porque jamás irían a reencontrarse. Sobre todo, porque jamás
se habían encontrado.
Excepto en esa inmensa, asombrosa unión de miradas, esa
transmisión extraordinaria.
Y ambos lo sabían.
Sabían que solo fue una visión, o dos. Dos visiones en
común, acaso.
Una visión fugaz, antes de la nieve que, traicionera,
empezaba a caer.
C826 220625 (1CxD3,01)
martes, 27 de octubre de 2020
27 de octubre de 2020, 10 años sin Néstor.
jueves, 22 de octubre de 2020
El vaciamiento del Sentido Común.