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QUE HAY EN LA
PIECITA DEL FONDO
© Jorge Claudio
Morhain
En elk fondo de
la casa los viejos construyeron una piecita para “la chica”, que en principio
era sólo la sirvienta pero que con el tiempo derivó en enfermera, o
“acompañante terapéutico”, a medida que la vieja perdía impulso y el viejo
yiraba más antes de caer al rancho.
Despuies de la
piecitra el viejo hizo un bañito, para “la chica”, completo, con ducha y todo.
Sospecho que había algún agujerito para que mi progenitor estudiase la anatomía
de “la chica”.
Una vez, cuando
fui a buecar a “la chica” para que atendiera a la vieja, porque yo tenía que
salir para la facu, me enteré que la casa continuaba un cachito más. Había otra
pieza más all´, hacia los fondos. Le pregunté a “la chica” que había ahí: se
encogió de hombros y dijo que “algunas basuras, creo; está con llave”.
Cuando se dio la
oportunidad, una tarde que ganaba Boca, largué como al pasar “Pa, ¿qué hay en
la piecita del fondo?”
Al viejo le
agarró un repetino interés por la trayectoria del balón en la Bombonera. Le
sacudí un poco la manga.
–¿Qué?
–Digo, que qué
hay en la piecita del fondo…
–Nada, nena.
Dejate de joder.
–Pero qué…
–No me rompas la
cábala, ¿querés?
Uhm… cosa
intrigante por demás, me dije. Y me hice el propósito de enrar a ver.
Pero no fue
simple. La llave era buena, no funcionaba con los ganchos habituale con los que
abría los cajones de la plata. No tenía ventanas: de ahiuera parecía que no
estaba.
De repente, un
día cualquiera, un día que la vieja había estgado especialmente cargosa, el
viejo resopló y me miró. Me miró.
¿Cuánto hacía que
nome miraba? ¿Cuánto que yo era un mueble más, que comìa callado y salía y
entraba como el Dick, el cachorro.
–¿Querés saber?
–¿Eh? ¿Qué cosa?
–Que hay en la
piecita del fondo.
Ahora fui yo la
que se encogió de hombros.
Entonces me
llevó.
Pasamos frente a
la pieza de “la chica”. Que estaba medio desnuda. Y que no hizo nada por
taparse. Y que dijo “Hoy no, Juan…” (Juan era mi viejo)
El viejo se puso
el dedo en la bnoca y siguió de largo.
La chica me vio
pasar y cambió de color. Y se tapó. Y me hizo que no con la cabeza.
El viejo seguía
adelante, pasamndo ya el bañito. Yo junté los dedos en pregunta muda, y ella se
puso el dedo en los labios. Silencio.
Ahí me agarró el
julepe.
Medio como que me
dí cuenta, y me volví.
–¿Dónde vas,
nena? -dijo mi vieja, que me vio pasar arrebatada.
–¡Pero vení,
pendeja de mierda! –el viejo gritaba desde la puerta abierta de la piecita del
fondo. –¡Vení, que vas a saber lo que es un hombre!
Creo quie me
estuvieron buscando por la tele. Hasta algún pelotudo dijo “tus padres te
perdonan”. Giles.
Yo…
Yo ya sabía lo
que había en la piecita del fondo…
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