Proyecto 1CxD
Cuento 1CxD 3, N° 542, escrito el 19 de enero de 2006
Cynitia y Barro
Barro.
Si es que se le podía llamar barro a aquello que cubría los pisos de los palacios entrevistos, los suelos de las montañas semejadas, los terrenos de los llanos inacabables, la superficie de las selvas sospechadas. Ni siquiera el ayudante de movilidad del traje, que compensaba las diferencias de gravedad y de irregularidades superficiales de marcha (como decía el manual) era capaz de suspender el cansancio que provocaba mover los pies por la masa a veces gelatinosa como semen humano, a veces pastosa como mierda de vaca, a veces aterronada como escorias ardientes de mina, a veces suelta y pegajosa como turba.
Y las continuas difracciones que provocaba la especial conformación de la atmósfera impedían saber si ahora estabas en el palacio, en la selva o en un mugroso burdel para cucarachas.
De vez en cuando, el geodetector parecía irritarse por algo, y pegaba unos aullidos espantosos. Creía haber encontrado a Cynitia. Pero terminé por no hacerme muchas esperanzas: había un metal, o una flor, o una esponja en aquel barro que hacía sonar el geodetector con la llamada de Cynitia. Encima eso.
Cynitia era mi compañera de viaje en aquel periplo extraño dictado por el azar. Hacía ya varios cuadrantes que se había decidido la exploración al azar. Según las leyes de Bonev, era más productivo que elaborar una programación que, de hecho, resultaba infinita, borgeana.
Así que se enviaban estas “pequeñas” naves con dos tripulantes: una pareja, siempre, porque si algo podía combatir el tedio del espacio era, sin duda, el sexo. Y en cuanto a pequeña, la nave era, a escala humana, gigantesca. Y bastante divertida, con sus emulaciones terrícolas. Pero todo esto no viene sino a evitar pensar en el barro, y si evito pensar en el barro evito pensar en Cynitia. Y eso, eso es imposible.
¡Cynitia!
Cynitia está aquí. La siento. La siento yo, aunque el geodetector se ha apagado. ¿Cómo mierda puede apagarse este aparato? ¡Es imposible! Pero ahí está, un pedazo de hierro mudo.
¿Pero qué importa? ¡Cynitia está aquí! Y el barro comienza a deslizarse, como la colcha de una cama cuando ya no hace frío, como el chocolate en la mesada de mármol, como la grasa ante el detergente.
Sin embargo, menos barro no significa más claridad. Las difracciones eran un poco más irisadas, un poco más rojizas. Pero uno seguía sin saber si estaba en un limbo, en una nube, o en el fondo de un pozo.
El perfume, el vaho pesado que rodeaba a Cynitia, especialmente cuando venía para el sexo, cuando sus feromonas brotaban ardientes. Cynitia estaba aquí. Y caliente. ¿Pero dónde?
Cynitia...
Algo se materializó, a mi derecha, aunque iba y venía. Parecía una construcción. Viva. O una cámara. ¡Una cámara léptica!
Giré lentamente rogando que no se desvaneciese en una difracción. Pero no. Estaba allí.
Y Cynitia en su interior.
“Vámonos”, le dije.
Y ella sonrió. Inclinando ligeramente la cabeza, mirándome desde la parte superior de sus ojos oscuros. Abrió los brazos, y la fina silistria de los campos de Marnia se deslizó de su piel. Como la colcha de una cama cuando ya no hace frío, como el chocolate en la mesada de mármol, como la miel sobre la plancha caliente.
Ah, hicimos el amor. La puta si hicimos el amor.
Lo malo es que la “pequeña” nave que orbitaba nuestras cabezas lo estaba registrando todo.
Y esa es la consecuencia de que hoy ese mundo ignoto, al que los Jefes tuvieron la deferencia de bautizar Cynitia en honor de mi amada compañera de viaje, sea hoy en día el burdel más fabuloso de la galaxia, el único lugar del espacio donde el amor es tan terriblemente intenso, el goce tan pleno, la emoción tan gigante.
Esa es a consecuencia de los millones de cámaras sépticas siempre ocupadas en la superficie dicroica, y las naves flotando en órbita, y nuestro nuevo destino, al que nos negamos, y nuestro despido de la fuerza exploratoria, y de nuestro pequeño negocio en el planeta Cynitia.
Porque, tanto ella como yo, tenemos una seguridad absoluta, que, claro, nadie quiere compartir porque cuando ese “alguien” baja al barro de la superficie las ganas y la seguridad de descargar su libido es tan grande que todo se olvida.
Cynitia y yo estamos seguros de que ese ardor sexual no es “consecuencia de la conjunción de difracciones con modificaciones atmosféricas y gravitacionales”, como dicen los folletos. Simplemente, “alguien” nos incita. “Alguien nos empuja a ese amor, loco amor desenfrenado.
¿Cómo para qué?
En la Tierra se los conoce como voyeurs...
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