miércoles, 1 de abril de 2009

MALVINAS - CUENTO

CONTRA EL VIENTO
por Jorge Claudio Morhain ©


-¿Por qué meás contra el viento, boludo?
No hay caso. El Ñato Gayola es boludo, nomás.
-Porque la meada está calentita, Sosa -me contesta.
-Sí, pero cuando se te enfría, tarado?
Gayola corrió desde la altura, donde había enarbolado su miembro en dirección a la Bahía de San Carlos, como desafiando a los ingleses con su meada. Es más, creo que meó contra el viento por eso, para desafiar a los gurkas.
Se metió de cabeza en la cueva de zorro, y el olor a su pis nos entretuvo un rato, a Chorizo y a mí. Los tres compartíamos en agujero inmundo que era nuestro hogar, nuestra vida, nuestra responsabilidad y nuestra pena. Lo habíamos adornado con muñequitos cortados de papel de diario, unos diarios que hablaban del Mundial y que nos importaban un carajo, por más que los superiores vinieran a gritamos que estamos ganando carajo igual que les estamos ganando nosotros a los ingleses maricones.
¿Para qué nos gritaban esas cosas, digo yo, para qué nos hacían repetirlas a los gritos? Si igual nos estábamos cagando de hambre y de frío, pero todos íbamos a poner el pecho y a pararlos a panzazos como Upa, aunque fuera. Porque una cosa eran los milicos hijos de puta que nos verdugueaban como si la culpa fuera nuestra, y otra eran esas islas, que eran nuestras, que son nuestras, que las vamos a aguantar como si estuviéramos al arco y se viniesen los once ingleses putos con once pelotas. El rancho tendría que haber pasado, ya. Pero no pasa.
Ya es de noche cuando Chorizo desenvuelve unos cachos del cordero del domingo, que tenemos guardados para estos casos. Tienen un poco de olor, y no son más que huesos y nervio casi. Pero hay que ver cómo calientan el bagre. Esta va a ser una noche tranquila.
Ahora, que el cielo se está reventando a pedazos y que hay sonido estereofonico de estallidos por todos lados, pienso por qué habré pensado que era una noche tranquila. Apenas cabeceamos la primer guardia, con el Ñato Gayola al frío, cuando empezó el ataque.
Y los gritos.
Y las órdenes.
Parece que los que vienen son los gurkas. Con sus cuchillos largos que cortan al revés, así, ¿ves?
Viene el grito, primer línea a las defensas.
Hay que salir del pozo, correr a las rocas que cierran la vista de la Bahía. Y ahí mismo, donde la meada del Ñato ya está seca, plantar los FAL y empezar a darle soga. Uno se entusiasma al final, de tanto ver escupir munición. Se hace la fantasía de que cada bala está matando un inglés hijo de puta y que...
Pasó como una cosa, ¿vieron, como un barrilete que tapara las explosiones, como una número cinco con efecto. Pero parece que era un obús, nunca habíamos visto uno en funcionamiento.
Pero lo cierto es que reventó las rocas por encima de nuestra cabeza y le dio al Chorizo. Le vi colgar el brazo bañado en sangre, y le grité al Ñato Gayola "un torniquete, un torniquete".
El Ñato trabajaba de enfermero en el continente, así que cazó rápido la orden y le salvó el brazo al Chorizo. Yo seguía prendido al FAL como si me diera de comer. De repente, hubo un silencio.
Pareció durar cinco años, y había mal olor así que creo que alguno tenía más miedo que otro.
Enseguida empezó una gritería de la san puta y empezaron a sonar tiros de arma corta, y vimos. Los vimos. Parecían tigres, parecían dragones, parecían yaguaretés, con los dientes brillantes y la piel moteada, saltando a grandes trancos, con las garras dsplegadas.
Los gurkas.
Por lo menos, eso es lo que yo vi. Y creo que los muchachos también lo vieron, porque fue un solo darse vuelta y rajar.
Rajar, hermano. Para donde se pudiera.
Nosotros matábamos sombras, muñequitos de kermese. Pero éstos venían contra nosotros, con sus cimitarras como las de Sandokán, y guay del que vacilara.
Corrimos.
Por lo menos hasta que un teniente nos cagó a pedos y tuvimos que damos vuelta y enfrentar al enemigo.
- Chorizo, Ñato, rajemos los tres juntos. Para el norte, -les dije, y la larga convivencia en el pozo de zorro nos había convertido casi en uno, y todos entendieron. Corrimos para el costado.
Y nos encontramos con tres ingleses. Tres rubios, abrigados como la gran siete. Tres a tres, hermano.
Es la nuestra, pensé, somos guapos.
Los tres pibes vacilaron, como si fueran a sacamos a bailar.
Y uno alzó su riñe, y lo mató al Chorizo. Lo mató, así, de una, lo mató adelante nuestro. El Ñato Gayola y yo alzamos las manos, tiramos las armas, nos rendimos ahí mismo. Los ingleses dijeron alguna cosa que no entendimos y se rieron. Y el Ñato Gayola se tiró encima del inglés que quiso tocarle la cara, y le pegaron un golpe al costado, y yo avancé un paso, pero me rascaron la panza con un cuchillo, y me tuve que quedar quieto. Entonces me entró una angustia, una desesperación, un llanto. Y, vieja, mire, lloré por usted, llamándola, todo el camino por el que me empujaron Y no sé, nunca más supe nada del Ñato Gayola, y no sé dónde habrán enterrado al Chorizo Cuello, pero yo lloré, vieja. Lloré tanto que un pibe inglés hasta me acarició el pelo, vea.
Y qué quiere. Yo era un soldado. Las Malvinas son argentinas.
Pero yo soy apenas un pendejo, vieja. Y un pendejo tiene derecho a llorar, cuando todo sale como la mierda.
¿No le parece, vieja?
¿Me oye, vieja?
¿Vieja...?

Cuento N° 608, escrito el 6 de abril de 2006

4 comentarios:

  1. Hola Claudio, muchas gracias por compartir, esperamos más cuentos 1Cxd. En nuestro blog este mes le tocó un espacio. Saludos de la biblio

    ResponderEliminar
  2. hola claudio no me conoces pero yo a vos si se que sos una excelente persona y representas a cañuelas como el mejor escritor que conosco te quiero!!

    ResponderEliminar
  3. gracias por tu classeeeeeee!!!!!

    ResponderEliminar
  4. en que te inspiras para escribir porque es hermoso lo que escribis segui asi?????!!!!!!

    ResponderEliminar