C800 1CxD02 174 2 de diciembre de 2014
Ganimedes
© Jorge Claudio Morhain
Había cambiado de forma.
Se había achatado, como si le hubieran
pasado una plancha. Como si, en un chiste, le hubieran pasado una plancha. Sus
extremidades se habían alargado, cayendo a los lados de la cama, perforando las
sábanas, ramificándose en excrecencias escamosas que iban perdiendo trozos
plateados. Respiraba con un hondo resuello, como una vieja cámara de auto
desinflándose del todo.
Además, estaba el líquido. El líquido
espeso y correoso que empapaba el colchón y caía en goterones, ligeramente
humeantes, acres, cargado de amoníacos.
Se iba disolviendo.
Pero no para desaparecer. Para
transformarse. Para invadirlo todo.
Acorralado contra el rincón, sentí que los
tentáculos me alcanzaban, me tanteaban como antenas de cucarachas, se colaban
por las arrugas de mi piel, me lastimaban.
En lugar de desmayarme, en lugar de
apagarme, aquel contracto exacerbaba mis sensaciones, y sentía miles de
hormigas recorriendo y mordisqueando mi piel, y oía, y olía, y escuchaba más y
más y más, hasta invadir mi mente con un martilleo profundo, un timbre agudo y
poderoso como el sonido de mi despertador.
Desperté.
Sudaba.
Temblaba.
Estela dormía, roncando levemente, con
tapones en los oídos y máscara sobre los ojos.
El sueño se repite, todas las mañanas.
He buscado en Internet, y di con un grupo
de personas a las que les sucede lo mismo. Todas proceden de Ganimedes. Dicen.
Obviamente, yo soy bien terrícola, así que no es mi caso.
Comencé a ir a un psicólogo, quien me dijo
que eran fijaciones de la infancia, cuando leía cuentos de terror. Me derivó a un psiquiatra, y éste me recetó
ansiolíticos.
Ni siquiera compré los ansiolíticos. Y no
fui más al psicólogo.
Intenté desentenderme del tema. Total, sólo
eran sueños.
Pero de pronto surgió otro problema.
Pasó que mi mujer empezó a mirarme raro. Y
finalmente me lo dijo.
Sueña que me disuelvo, dice. Y que me
crecen ramas en las extremidades.
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