domingo, 10 de mayo de 2009

Folletín

ROCÍO Y EVARISTO

Folletín de Jorge Claudio Morhain ®

CAPÍTULO DOS: CONFESIONES

 

Evaristo le compró un café con leche con medialunas. Tres. Seis. Nueve. Rocío tenía un hambre de mañanita de campo, de noche húmeda y tierra blanda. Es decir, de rocío de tamberito que sale a juntar las vacas para el ordeñe.

Evaristo la miraba como se mira a las estampitas brillantes cuando uno les pide un deseo imposible, sabiendo que es imposible pero que a alguien hay que contárselo.

–¿Qué me mirás?

–Sos muy linda –atinó a decir Evaristo. Y a ella se le quedó media medialuna en la boca. Hipó, dos o tres veces. Y se tragó la medialuna, apresurada, y la empujó con un trago largo de café con leche. Y tosió. Y comenzó a llorar con congoja, suavecito y silenciosamente, como si no fuera a parar nunca. –Pero no te pongas así. Si es cierto, zonza…

Para qué. La piba lloró más, y más. Y a Evaristo lo empezaron a preocupar las miradas obtusas y esdrújulas que rebotaban en los carteles bastos.

– Basta, che. No llores más, eh… (ahí advirtió Evaristo que todavía no sabía que ella se llamaba Rocío) ¿Cómo te llamás, linda?

Parece que el “linda” le provocó mucho más llanto y desconsuelo. Evaristo tuvo que sacar su pañuelo blanco con bordes marrones y dárselo para que ella se suene una y otra aparatosa vez.

– ¿Por qué? – dijo ella. –¿Vos cómo te llamás?

– Evaristo. Evaristo Rodríguez, servidor.

– ¿E…Evaristo? –el nombre le causó algún tipo de gracia que, mezclado al llanto y al hipo formaron una expresión única, e inédita e irrecuperable de sus sentimientos. – Como el Evaristo Meneses de Solano López… Si te morfás unos cuantos Macdonalds serías igual igual, che…

Se acordó del llanto, y reinició la congoja. Entre sorbetes y mocos alcanzó a decir “Rocío, me llamo Rocío Sebastiani… y no es… un gusto…”

Evaristo optó por dejar un veinte que debía cubrir el gasto y la propina y la alzó cuidadosamente de la silla, tanto como para que no diera la impresión de que era un paquete o que estaba flipada, cosa que parecía estar sospechando el uniformado que bebía una coca en la barra.

– Vení, vamos al baño, a que te laves la cara…

Pero no hubo forma de que entrase al baño… sola.

– No entro si vos no venís conmigo, Evaristo.

– Pero es el baño de mujeres, Rocío.

– ¿Tenés miedo que se te contagie y te vuelvas puto?

Entraron. Ella se sentó en el inodoro, y le contó toda la historia a Evaristo. La historia del turista que hablaba en inglés y que le forzó la boca una y otra vez, como un semental inagotable. Rocío hipaba y la angustia le reventaba el pecho. Evaristo no pudo hacer otra cosa que apoyar su cabeza en su cuerpo, para tratar de calmarla. De repente, sintió que la cabeza de Rocío bajaba. Oyó un ríspido sonido de cierre, y enseguida…

Le apartó la cabeza.

–Creí que no eras una puta.

–No lo soy, Evaristo. Pero quiero sacarme el gusto de ese tipo, con un gusto sano, como el tuyo…

Cuando salieron a la calle, Rocío se había calmado y, con la cara lavada, parecía una jovencita rozagante.

–Te voy a llevar a tu casa –dijo Evaristo.

– No tengo casa.

–¿Vivís en la calle?

– No, en lo de mi tía. Mi tía Rosaura.

– Vamos, Te llevo a lo de tu tía Rosaura.

–No.

–¿Por qué no?

– Porque cuando salí, esta noche, estaba muerta…

 

Continuará…

 

1 comentario:

  1. Gracias por el mensaje en la fábrica. Tu ensayo se encuentra en la bibliografía de mi tesis. Faltaba más. Un saludo.

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