martes, 22 de abril de 2014

1CxD02-004



1CxD02 – 004
LA LLAMADA DEL MUERTO
© Jorge Claudio Morhain, 22/04/14

Apenas empezó el viento y los truenos, se cortó la luz. Segundos más tarde, llovía.
Martínez ya no tenía ánimo siquiera para maldecir a la compañía de electricidad. Había llegado a un punto en que temblaba inconscientemente, y no era frío. Era miedo.
Es que, sin luz, el timbre no funcionaría. El suyo era un timbre antiguo, que trabajaba con 220V. El botón, afuera, era sólo un interruptor de 220 voltios. Así que, si se corta la luz, no hay timbre. No hay llamada.
A la luz de la linterna, volvió a leer la nota, la que le provocaba el miedo:
“YO SERÉ EL PRIMERO QUE TOQUE TU TIMBRE. Y ENTONCES ESTARÁS PERDIDO”. Firmado: “EL MUERTO”.
No importa quién fuera. Martínez andaba en demasiadas cosas raras como para pensar. Podía ser algunos de los que cagó vendiéndoles como barrio residencial lotes en el bañado. Podía ser alguno de los que les debía; por negocios legales, o por deudas de juego. Podía ser alguno de los muchachos del Zeta, el jefe de zona del Narco. Podía ser la policía, a quien había traicionado. Hasta podía ser, sí, el muerto. Su propio hermano, al que había mandado un sicario, cuando sus amenazas de denuncia lo hicieron trastabillar. De miedo.
Como ahora.
Ahora vino la luz.
Una gota de alegría pasó por la frente de Martínez. Por lo menos oiría el timbre…
El timbre, que empezó a sonar.
Martínez se encogió, apretándose más en el fondo del hueco donde esperaba que no lo encontrase ni su madre. Si entraba, fuera quien fuese, no debía encontrarlo.
El timbre sonaba.
Llovía a cántaros.
Pequeños intervalos de silencio y lluvia. El timbre volvía a sonar. El que tocaba debía estar empapándose, porque la tormenta estaba en su mejor momento.
El timbre sonaba.
El timbre sonaba.
El timbre sonaba.
La luz parpadeó. Vaciló. Pareció apagarse, un instante, y luego renació. Ahora sí, Martínez le dedicó un áspero rosario a los proveedores de electricidad, tan ineptos que no podían sobrevivir a una tormenta. Como si no hubiese tormentas cada tanto, normalmente. Para eso Martínez (como todo el mundo) pagaba religiosamente las abultadas facturas…
Pero…
Martínez acalló sus pensamientos, como si éstos le impidiesen oír.
El timbre ya no sonaba.
Pasaban los minutos, y no insistía, quienquiera fuese.
El timbre no sonaba.
Quien fuese podría haber desistido de la llamada (esa había sido la esperanza de Martínez, desde el primer momento) O podría estar agazapado, esperando que Martínez supusiera que había abandonado su empeño, y saliera a ver. Cosa que Martínez también tenía prevista.
Pasaban los minutos. El timbre no sonaba.
El timbre no sonaba.
Quizás dormitó, Martínez.
El timbre no sonaba.
Quizás dejó de temblar, Martínez.
En algún momento, dejó de llover. Y el timbre no sonaba.
Mucho, mucho tiempo después (eso le pareció) Martínez salió entumecido de su encierro.
El silencio era total.
Enderezó sus articulaciones y caminó hasta la puerta.
Silencio. Y viento.
Aun, todavía, pegó el oído a la madera, tratando de escuchar un roce, una respiración.
Sólo se oía el viento.
Quitó las trabas, giró la llave, y abrió la puerta. De golpe.
Con el índice aún extendido, electrocutado, mojado, rígido, estaba quien había llamado.
Quien había tocado insistentemente el timbre.
El muerto, claro.
El muerto.

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