sábado, 3 de mayo de 2014

1CxD02-015

1CxD02-015 3 de mayo de 2014

PUENTECITO
(c) Jorge Claudio Morhain

Manuel solía caminar a la siesta. Claro, su mamá lo mandaba a dormir (era un tiempo donde los niños dormían la siesta, cuando la casa se volvía silenciosa, porque no había televisión y se apagaba la radio, si es que había estado encendida, y sólo quedaba el zumbido de los abejorros y los moscardones)
Manuel esperaba a oír el rítmico ronquido de su madre, y luego se trepaba a la cama, alcanzaba el alto alfeizar y, con un impulso, subía a la ventana (eran esas casas de ventanas altas y puertas inmensas, refrescadas de cortinas y oscurecidas de postigos)
Manuel caía directo a la calle, a la vereda de ladrillos, con las alpargatas en la mano. Se las ponía, y empezaba su vagancia. Las calles del pueblo eran casi el cementerio, sólo que en el cementerio las tumbas eran más artísticas que las casitas parecidas unas a otras del pueblo.
Algo sonaba, de pronto, fuerte, vibrante. Empezaba una, y había un inmenso coro que le replicaba, en estéreo (sólo que entonces no se conocía la estereofonía, y esa comparación no era válida.
Manuel caminaba hacia la placita, y a veces se hamacaba, solo, adormecido con el también rítmico compás de la cadena contra el fierro. A veces (casi siempre) se pasaba media cuadra y hacía la ronda por lo de Estercita. Que, lógicamente, a esa hora dormía la siesta.
Pero un día, claro, un luminoso día de victoria, Estercita se asomó a la ventana.
Manuel le hizo señas. Estercita miró hacia atrás (a ver si todos dormían en su casa, claro), y saltó la ventana, con mucha más soltura y agilidad que Manuel, al revoleo de florcitas de sus polleras.
Corrieron hasta la placita, saltaron en las hamacas, y enseguida siguieron de largo, hasta el puente. Por el caminito al costado llegaron al arroyo.
Y se besaron.

Manuel se bajó del camino asfaltado, del puente nuevo, y caminó barranca abajo, hasta el puentecito que el pueblo había conseguido perdonar cuando se hizo la cincunvalación. Igual, se fue convirtiendo en un cadáver lleno de verdín, porque nadie bajaba por el caminito empinado al borde del puente nuevo.
Allí, en el centro del puente viejo, estaba Estercita. La niña. La de polleras floreadas.
Manuel subió como pudo, resbalando en las piedras llenas de musgo. Y se acercó a la niña.

Y, casi, casi,sintió que ella lo besaba. Acaso fue cierto,. Acaso ella desapareció cuando sus nietos empezaron a gritar, allá arriba, en la circunvalación.

Lo que sí continuó, como en toda la eternidad, fue el concierto grosso de las chicharras.
¿Le pareció o hubo un silencio absorto cuando besó a la niña?

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