sábado, 10 de agosto de 2019

El Viajero de la Eternidad (El Eternauta en teatro)

Estrenado en el Teatro Argentino de La Plata, en octubre de 2017, con la dirección de Siro Colli y Gustavo Alonso. Estas son las versiones a todo lujo y la versión minimalista adaptada con Siro.


EL VIAJERO DE LA ETERNIDAD (Versión premiada con el 3er puesto en el concurso de Teatro "Entoque Santos Discépolo" de la Provincia de Buenos Aires, 2001

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 EL VIAJERO DE LA ETERNIDAD
Jorge Claudio Morhain
sobre la historieta de Héctor Germán Oesterheld

ACTO 1
PERSONAJES: HGO: Héctor Germán Oesterheld, el autor. Hombre maduro, narigón. SALVO: El Eternauta, Juan Salvo, hombre treintañero, alto, rubio, pequeño empresario. FAVALLI: Grueso, atlético, gruesos anteojos, morocho, bigotes, profesor universitario. LUCAS HERBERT: Flaco, pelado, bancario. POLSKI: Canoso, anciano, jubilado. ELENA: Mujer de más o menos la edad de Juan, rubia, normal. MARTITA: Joven rubia, de entre 13 y 15 años. SUSANA OLMOS: Joven veintañera, muy hermosa. ALBERTO FRANCO:  Joven veintañero, apuesto y atlético. SOLDADOS: Con trajes aislantes heterogéneos y casco.

CUADRO 1

(Fuera del telón, hacia la platea, el escritorio de HGO, cargado de papeles. Una máquina de escribir. Un grabador a cinta. Una lámpara de mesa. Sillas altas, antiguas. La de HGO con varios almohadones. La de enfrente suyo, del otro lado del escritorio, vacía. La escena se inicia con el escenario a oscuras. Sonido de máquina de escribir. Se enciende un foco que va creciendo de intensidad, mostrando a HGO escribiendo a máquina, con dos dedos. La luz alcanza a la silla de enfrente. Se ve que está vacía. HGO sigue escribiendo, absorto. La luz se va reduciendo hasta concentrarse en la hoja de papel y el rostro de HGO. La silla cruje. HGO levanta la vista, sorprendido. Se incorpora un poco. No ve nada. La silla vuelve a crujir.)
HGO.— ¡Qué ruido más raro…! ¡Crujió… como si alguien se hubiera sentado…! Pero… está todo cerrado…(Escribe un poco a máquina. En la oscuridad, Salvo, El Eternauta, se sienta en la silla de enfrente. HGO advierte que hay alguien enfrente. HGO mueve la lámpara de mesa —que está apagada— y el foco de luz se abre, mostrando a El Eternauta sentado en la otra.  Salvo, El Eternauta, está cabizbajo, como dormido. Respira con dificultad. Viste un traje claro, enterizo, muy parecido al Traje Aislante.) ¡Es… como para creer en fantasmas! (Lo toca) ¡Pero no tiene nada de fantasma!
SALVO.— (alza la vista y la fija en HGO. Luego mira alrededor ) La Tierra… Estoy en la Tierra. (Observa las cosas sobre la mesa. Revistas) No necesita contestarme. Sí. Estoy en la Tierra. En pleno siglo XX. Estás escribiendo, ¿eh? Y mucho… ¿Traductor?
HGO (carraspea).— Ah… no. No. Guiones. Guiones de historieta.
SALVO.— (se echa atrás, con una mezcla de sorpresa, alegría y nostalgia que lo invade, y ganas de decir algo, pero no lo dice)¡Guionista de historietas! ¡Esto sí que es grande! ¡Grande! ¡Entre tantos lugares, entre tantas ciudades, entre tantas casas… venir a dar acá! ¡Justamente acá!
HGO.— ¿Quién es usted? ¿Cómo entró en mi casa?
SALVO (Habla con largas pausas, como si le costara traducir lo que oye y lo que quiere decir).— Jum… No es fácil contestar esa pregunta… Podría darte centenares de nombres… Y no te mentiría. Todos esos nombres… han sido mi nombre… alguna vez… en algún lugar. Pero seguro que el que te resulta más entendible, más claro, es un nombre… Un nombre que me puso un… digamos, un filósofo del siglo XXI. Él me llamó… EL ETERNAUTA. El Eternauta, para poner en una sola palabra mi condición de viajero de la Eternidad, de peregrino de los siglos. (Se arrellana, con esa mezcla de nostalgia y goce) Tuve suerte de caer aquí… ¿Y vos, cómo te llamás?
HGO.— Héctor. Héctor Germán Oesterheld.
SALVO.— Familia alemana… Ah, sí… Creo que por fin… podré descansar un poco. (Parece dormirse de a ratos) ¿Me harás un lugar, cierto? Un rincón cualquiera. Estoy cansado… Terriblemente cansado. Tengo que descansar un poco, para seguir buscando… Porque eso es lo que hago siempre. Buscar. ¡Buscar¡ ¡¡Buscar!! (HGO parece vacilar)Esperá… Esperá, Héctor… No me rechaces todavía. Tenés miedo que sea un ladrón. Tenés miedo que te esté haciendo un verso… Espera. Antes de echarme… dejame contarte mi historia. Dejame contarte mi historia… Dejame contarte mi historia…(La luz se va atenuando. Entran ruidos de la calle, que van tapando la voz de Salvo. Se apagan las luces)                

CUADRO 2

(Cuartito de trabajo de Juan Salvo. Objetos de bricolaje electrónico, carpintería, herramientas varias. Gran ventana a la calle desde donde llega la luz de un foco de mercurio. La habitación da al Garaje por un lado y al Living por el otro. Iluminado solamente el cuartito de trabajo. En una mesa bajo la luz juegan al truco Juan Salvo, Favalli, Lucas Herbert, y Polski. Hace frío. Está funcionando una radio a mediano volumen. Llegan ruidos de autos que pasan, bocinas, etc.)
SALVO.— (tiene treinta y tres y es mano. Mira sus cartas y especula) Ajá, ajá. ¿Y qué pasó con el mate, digo yo? ¿O está prohibido tomar mate mientras se juega al “turco”?
FAVALLI.— ¡¿Cómo?!
SALVO.— Al “turco”, dije. Al “turco”…
POLSKY.— Del mate se encarga Elena, como siempre. ¿Qué pasa, Juan? ¿No tenemos ganas de jugar hoy…?
SALVO.— Mmmh… Shé… (tira un cuatro)
POLSKI (se inclina a mirar la carta).— ¿Un cuatro es…?
SALVO.— Los anteojos, Polski, los anteojos. (Polski se pone los anteojos. Salvo silba el tango “Silbando”, hamacándose en la silla, gozando del momento)
FAVALLI (Concentrado, luego de estudiar largamente las cartas).— Falta envido…
SALVO (canta).— «Y desde el fondo del Dock… gimiendo en lánguido lamento… el viento trae el acento… de un monótono…»
FAVALLI.— ¡Juan! ¡Juan! ¿Qué te pasa? ¿Estás en babia hoy?
SALVO.— ¿Decían?
FAVALLI.— ¡Decía que te cantamos “falta envido”, che!
SALVO.— Perdonen, viejo. Es que es una noche tan especial, tal…(De la calle llegan ruidos de frenadas, golpes de choque, algo lejanos)
SALVO (incorporándose).— ¡A la pelota! ¡Se dieron “EL” ñoqui!
LUCAS.— ¡Qué peligro, che! ¡Corren como locos!
FAVALLI.— ¡Juan! (Tomándolo del brazo) ¿Qué pasa, Juan? ¡Sentate, querés! Fue en la avenida. No vas a ver nada. ¿O querés ir a ver si te filman? Dijimos… “falta envido”…
SALVO.— Ah, cierto, cierto… (Examina las cartas tranquilo, sonriendo. Los otros se ponen nerviosos. Favalli chinche, se mueve en la silla) ¡Ejem! ¡Ejem! «Por el río Paraná…» (Se produce un apagón, también en el teatro. Luego se enciende una luz tenue, fluorescente, que viene de la calle, que crecerá imperceptiblemente, a la que el espectador tendrá que acostumbrarse antes de reconocer las formas. Al mismo tiempo, cesan todos los ruidos que venían de la calle. Hay un largo momento de silencio, mientras se habitúan a la tenue luz)
SALVO.— ¿Qué pasó? ¿Un fusible?
POLSKY.— No. Me parece que es general. Se apagó el foco de la calle…
FAVALLI (gritando, golpea con las cartas en la mesa).— ¡Pero me cago en SEGBA!
SALVO.— ¡¿Pero estos tienen que cortar la luz cuando yo tengo treinta y tres de mano?!
FAVALLI.— ¡Sí, claro! ¡Vos! ¡Y yo que tenía…!
POLSKI.— ¡Cállense! ¡Que se callen! ¡¿Quieren callarse todos, por favor?! (Silencio. Crece la intensidad de la luz de exterior. Luego se incorporan en grupo, moviendo las sillas. Van hacia la ventana)
POLSKI.— Afuera pasó alguna cosa…
SALVO (Amontonándose con los otros para mirar por la ventana).— ¡Eh, miren ahí! ¡Qué desastre!
LUCAS.— ¡Está lleno de muertos! ¡El accidente… pensé que había sido más lejos!
FAVALLI.— El accidente, sí… Hay dos coches chocados. Pero miren.— También están tirado los pibes que chapaban en la reja… Y están bien lejos de los autos.
SALVO.— ¡Y el Rataplán, tu perro, Lucas!
LUCAS (Manipulando la falleba para abrir la ventana).— ¡Mierda! ¡Rataplán!
POLSKI.— ¡No! ¡Esperá, Lucas, esperá un cacho, por favor…! ¡No abras! ¡No abras…! ¡Miren… miren bien! ¿Están ciegos? ¿No ven eso… eso que cae? ¿No ven que parece que está… nevando? (Efecto especial de nieve mortal. Son copos como peludos, muy tenues, como copos de espuma de jabón, cayendo. Caen sobre el público)
SALVO.— Tenés razón, Polski. Es como una nevada muy leve. Y… fosforescente…
POLSKI.— ¡Las pruebas atómicas! ¡La pileta radiactiva de Ezeiza! ¡Algún experimento de esos hijos de puta…!
LUCAS.— Menos mal que estamos encerrados acá…
SALVO.— (corre desesperado hacia la cocina, que se ilumina en el momento en que entra. Elena estaba iniciando el mate. Lo ha dejado para manipular una lámpara de querosén. La enciende) ¡ELENA! ¡MARTITAAA!
ELENA.— ¡Juan! ¡Dios mío! ¿Qué te pasa? ¿Se lastimó alguno?
SALVO.— ¡Hay que cerrar todo! ¡Es decir,… no hay que abrir nada, Elena! ¡Todo tiene que estar…! ¿Martita?
MARTITA.— (Entrando. La han despertado los gritos y viene en pijama, desde el dormitorio) ¿Qué pasa, pa?
SALVO (abrazando fuertemente a su hija).— ¡Martita…!
MARTITA.— ¡Pa! ¡No tan fuerte, uy…!(Se oye un portazo)
SALVO.— ¿Qué fue eso?
SALVO.— (vuelve al cuarto de trabajo, que se ilumina al entrar él, mientras se oscurece la cocina al dejarla. Elena y Martita lo siguen. Favalli y Lucas pegados a la ventana)  ¿Qué pasa?
LUCAS.— Polski. No pudimos pararlo. Salió a ver si Edith y los chicos…
FAVALLI (con acento frío).— Cerramos antes de que entrase ningún copo. No hay peligro. (Se ilumina el exterior de la casa. Polski está avanzando como si cayera una terrible lluvia, tapado con un sobretodo. Alza la cara para ver la nieve que cae. Inicia una carrera que termina en caída, arrollándose. Intenta levantarse pero cae muerto. Se oscurece la calle)
MARTITA.— ¿Qué pasa, pa? ¿Qué le pasó a don Polski?
SALVO.— Está muerto, Martita. Hay algo que cae. Esa nieve, ¿ves? Está matando todo lo que toca…
MARTITA (mirándolo incrédula).— ¿De veras? No… no puede ser, pa. (Corre hacia la ventana) Esas cosas no pueden ser, pa… No… (Ve algo por la ventana y se abraza al padre, llorando)
SALVO.— Parece que sí puede ser, Martita. Nosotros no sabemos por qué pasa. Pero ya va a parar. Y habrá una explicación, seguro. No todos se habrán muerto. Bueno, Martita, ¡calmate!
MARTITA.— ¡Tenías razón, pa! ¡La torcacita que tenía pichones en el borde de la ventana… está muerta…! (Elena la toma de los brazos de Salvo. Van a un costado)
SALVO.— ¿Qué pasa, Favalli? (Favalli y Lucas están manipulando radios, una notebook, un televisor chico y otros artefactos en la mesa de trabajo)
FAVALLI.— No hay señales de radio. No hay teléfono. No puedo conectarme a Internet. El televisor murió, hasta la conexión satelital. Una de dos, Juan. O lo que sea que pase interfiere todas las señales… lo que es bastante raro, porque debiera haber estática…
SALVO.— ¿O…?
FAVALLI.— No hay radios, Juan. No está radio Mitre… pero tampoco está la BBC de Londres. Ni la CNN. No hay señal en el aire. Parece que… lo que sea que pase acabó con todas las radios… con todas las ondas portadoras del… del mundo.
LUCAS.— No hay radiación. Por lo menos, no una radiación que pueda medir este instrumento. A lo mejor es un volcán que entró en erupción y manda esa ceniza venenosa. A veces pasa…
FAVALLI.— ¿Qué volcán…?
SALVO.— ¡Masilla! ¡Hay masilla en abundancia! ¡Elena, vengan! ¡Martita, ayúdenme a asegurar las ventanas!
MARTITA.— Yo mejor cebo el mate, pa. El agua está caliente.
FAVALLI.— Tu hija es lógica pura, Juan.
ELENA.— (Elena ayuda a Salvo a poner masilla en las ventanas. Pero enseguida deja, pensativa)¿Cuánto durará esto, Juan? ¿Por cuánto tiempo no podremos salir de casa? ¿Y el aire…?
FAVALLI (Toma mate que ceba Martita).— Parece que el aire no tiene nada que ver, Elena. De hecho, está pasando por algún lado. Siempre hay aberturas muy pequeñas en una casa. Seguro que el aire pasa, y no esos… copos mortales…
ELENA (Mira por la ventana).— Dios mío… Pobre Polski. Tanto que sufría con su jubilación miserable, y nunca…
SALVO (Siempre trata de desviar su atención).— ¿Hay suficiente comida, Elena? Para dos o tres días, digo…
ELENA.— Algo en el freezer… Y provisiones, latas, fideos. Capaz que alcance una semana. Pero…¿el agua? ¿Estará contaminada?
FAVALLI.— Mejor no hacer la prueba. Habrá que salir a buscar…
SALVO.— ¿Salir? ¿Cómo vas a salir, Fava? ¿Estás de joda?
(Favalli suele concentrarse en el trabajo y olvidarse de las preguntas. Ahora está estudiando con una lupa el alféizar de la ventana, donde hay “nieve” acumulada)
LUCAS.— ¿Es joda, Favalli?
FAVALLI.— No (acaricia la cabeza de Martita, quien le da el mate). No estamos para jodas, muchachos. Pero piensen un poco… Puede que mañana venga viento sur y se lleve toda esa mierda. O puede que siga cayendo, dos, cinco, veinte días. Un año (Elena gime). ¿Qué decís, Lucas? ¿Hay peligro si uno no toca esa mierda?
LUCAS.— ¿Eh? Bueno, ya te dije. Yo soy experto en eso de las radiaciones, era el trabajo que hacía  en la CONEA… No, no mata a distancia. Por lo que hemos visto con… el pobre Polski… es algo que ataca de repente, a los dos o tres minutos de tocarte. Polski parecía ahogarse…
SALVO.— Por áhi ataca el sistema respiratorio. Como los venenos poderosos…
MARTITA.— No…, si es joda… En serio, es joda… Ustedes los viejos tienen una forma de divertirse a veces que a una la pone de la nuca. ¿Es joda, no cierto? Polski se hace el loco, ahí afuera, ¿no? Es un polvo raro, una nevada, a lo mejor ceniza de un volcán, como dijo Lucas. No está pasando nada, ¿cierto? Si pasara algo, si la gente afuera estuviera muerta, si los pichones de la torcaza estuvieran panza arriba, si el viejo Polski estuviera muerto de una vez por todas ustedes no estarían hablando como si perdiera Racing otra vez, como si todo fuera normal y todo estuviera organizado. ¿Es cargada, cierto? ¡¡Es una joda, cierto!! ¡¡¡Es una joda, díganme que es una joda, ¿cierto!!! (Martita se va exasperando y tiene un ataque de nervios).
SALVO.— (Juan toma a Martita en sus brazos, la contiene, ella patalea. Los demás están como petrificados, angustiados, mirando. Forcejean un rato, hasta que la chica se calma y se deshace en los brazos de Juan, llorando. Finalmente se calma. Juan la besa en la frente y la deja en un sillón, recostada. Pero ella se levanta y sin limpiarse las lágrimas ni arreglarse el pelo revuelto sigue el mate) Al final la nena tiene razón. ¿Por qué mierda estamos tan tranquilos acá? ¡A ver, Fava, cómo es eso de salir a buscar cosas, a investigar, a saber qué carajo pasa! ¿Qué idea tenés para que no nos mate la nieve de mierda esa?
FAVALLI.— Hay que fabricar un traje aislante. Con tela plástica, de la que usás en la fábrica. Y un vidrio de visor, una máscara antipolvo. Guantes.
SALVO.— ¿Y qué mierda estamos esperando? ¡Vamos a fabricar ese traje aislante, antes que a alguno de nosotros se le dé por romper un vidrio, a ver si Martita tiene razón y todo es una joda!
(tira las cosas de los estantes. Hay instrumentos de una pequeña fábrica, entre ellos rollos de tela plástica de colores. Cuando parece que está por tener su propia crisis de nervios, Martita lo toca suavemente para que se descargue)
MARTITA.— Papá… (Salvo la mira, como sorprendido de su reacción). Tomá el mate. (Salvo la abraza, y toma el mate).
CUADRO 3
(Lucas, Salvo, Elena y Martita cosen u pegan el traje aislante, que debe ser amarillo o rosado. Copiar exactamente el modelo clásico de Solano López)
LUCAS.— Parece mentira, eh…
SALVO.— ¿Qué cosa, Lucas?
LUCAS.— Ustedes tienen parientes, y no saben cómo están. El teléfono es lo primero que dejó de andar. Y yo, que no tengo a nadie, estoy más nervioso que ustedes…
SALVO.— Siempre te dije, Lucas, que nos tenés a nosotros. Y hemos sido bastante hinchas, ¿no?
LUCAS.— Es que… de repente me doy cuenta que no estaba solo. Todos los compañeros de los trabajos anteriores… y los de ahora, en el garaje… Teresa, la muchacha que limpia. El diariero. El pesado de Gastón que come como… (congoja) “comía”…
ELENA.— Hágale caso a Juan, Lucas. Si nos ponemos a pensar en todo lo que perdimos de un sólo golpe, terminamos mal. Mejor concentrarse en sobrevivir, que ya es bastante. Alcánceme el cemento, que a este pie le falta.
FAVALLI (Entra).— Acabo de disponer la cámara estanca en el garaje. Es decir, uno entra, cierra la puerta interior, se pone el traje aislante y sale. Entran los copos. Cuando vuelve, con la aspiradora del auto, con la manguera en la salida, los barre todos afuera, y cierra la puerta exterior. Recién cuando no queda ni uno abre la de adentro. Es fácil. Brillan bastante los hijos de… los copos esos. (Toma el traje) ¿Cómo va?
ELENA.— Está listo. Le puse doble cierre cremallera, para mayor seguridad. La tela es fuerte.— soporta un pinchazo. Y Juan tiene cemento rápido que puede tapar un agujero en un segundo. Lo hicimos grande, por las dudas.
FAVALLI.— Sí, está bien. No me gusta que la ropa me tire por todos lados.
SALVO.— No te hagas el héroe, Fava. Ese traje es para mí…
FAVALLI.— ¿Vos? ¡Vamos, querido! ¡Vos sos el único que tiene familia que perder! ¿Pensás dejar sola a Elena y a Martita?
SALVO.— Ah, sí… Si me pasa algo, Elena y Martita sufrirán cualquier cosa… Pero con vos al lado tendrán más probabilidades de salvarse que si se quedan con un tipo mediocre como yo. Vos sabés de todo y sos capaz de encontrar la salida justa cada vez que…
LUCAS (tiene miedo).— ¡Che!, che! Acá… acá el que resulta menos necesario soy yo, ¿eh? Dejensé de joder. Yo salgo.
FAVALLI (Resopla).— ¡Pero que manga de pelotudos!
LUCAS.— ¿Qué boquita, eh? Podrías respetar a la nena, ¿no?
SALVO.— ¡Basta! ¡Está decidido, che!
MARTITA (Mirando por la ventana).— ¡Miren!¡En lo de Ramírez se están despertando!
SALVO.— (El grupo se amontona en la ventana) ¡Es cierto! ¡Tienen una vela! ¡Es Ramírez! ¡Está despertando a su mujer!
SALVO.— (Los tres empiezan a hacer señas, traen la lámpara, la agitan, la mueven, gritan)  ¡Miran para afuera…! ¡Ramírez va a abrir la ventana!
LUCAS.— ¡Nooooo! ¡Ramíiiiiirez!
FAVALLI.— ¡No abra! ¡No abra! ¡No abra!
ELENA.— ¡Ramíiiiiiiiiiiiiiiiirez!!
MARTITA.— ¡No, no, no, no, no, no!
MARTITA.— (Todos se quedan inmóviles, viendo cómo los Ramírez mueren lentamente en off. Luego se desarman, se abandonan, desanimados) Es terrible… Verlos morir… sin poder hacer nada…
SALVO.— Sí, hay que salir cuanto antes. ¡Quién sabe a cuántos podemos salvar todavía!
FAVALLI.— Lo dudo, Juan. Sí, es posible que podamos salvar a alguno de pasada. Pero antes que nada, antes de cualquier cosa, tenemos que asegurarnos nuestra propia supervivencia.
ELENA.— ¡Qué manera de hablar, Favalli!
FAVALLI.— Perdoname, Elena, Pero, aunque ahora te cueste creerlo, hemos vuelto a… a la prehistoria. Cada grupo tendrá que cuidar de sí mismo, contra todos los demás. Sólo sobrevivirán los muy duros (toma el traje), los que hayan sabido velar por sí mismos. Basta de charla. Me pongo el traje y salgo.
SALVO (Toma un cubilete de sobre una mesa o repisa).— Un dado, Fava. El que saque el número más alto es el que sale…
FAVALLI.— Yo tiraré primero.
FAVALLI.— (Tensión mientras Favalli agita el cubilete. Arroja el dado) Un dos.
LUCAS (Muy nervioso, toma el cubilete).— ¡Je, je, je! ¡Déjenme a mí ahora! ¡Si espero más… me muero! (Lo agita) El seis… ahí viene el seis…
FAVALLI.— (Arroja el dado. Esperan un momento) Otro dos, Lucas.
LUCAS (Trata de disimular su alivio).— Sí. Qué mala suerte.
FAVALLI (Toma el cubilete).— Habrá que desempatar…
SALVO (Se lo saca).— ¿Para qué? Yo saldré a la calle…
SALVO.— (Agita un par de veces el cubilete y arroja el dado. Cae al suelo. Todos se agachan a mirarlo. Salvo se levanta, y la luz se concentra en él, cuando se incorpora, hierático) Seis.
CUADRO 4
(La calle, en un extremo del escenario la casa de Salvo. En la otra la Ferretería, a la que luego Salvo ingresará. Puede haber algún vehículo detenido. Cae la nieve mortal. Hay una capa sobre el piso. Es muy volátil. La acción comienza con la escena a oscuras. Se enciende un seguidor que ilumina un sector cerca del centro del escenario. Se oye un ruido de puerta de garaje al abrirse. Luego el golpe de la puerta al cerrarse. Luego se oyen golpes en el vidrio de la ventana —llaman a Salvo, que está en la oscuridad. Está vestido con el Traje Aislante según muestra la historieta. Permanece en la oscuridad. El traje aislante está bien confeccionado, enterizo, de tela rosada o celeste, al que le han pegado cuidadosamente un visor de hombre rana, completamente común, y una máscara antipolvo antigua, de cilindro. Encima lleva un cinturón con un cuchillo de caza y, colgado por la correa del hombro, un rifle de bajo calibre)
SALVO (La máscara deforma el sonido, reminiscencia de Dart Vader).— ¡Chau, chau! ¡Estoy vivo, ¿ven?! ¡Los copos no me han tocado! (Avanza hacia la luz)  ¿Pero qué digo? Si no pueden oírme… Están como dentro de una pecera… Je… Estamos dentro de peceras. Ellos y yo. No vaya a ser que… la realidad nos toque… y nos mate… (Llega a la luz. Presentación de la figura de El Eternauta, clásico, con el fusil al hombro) Pero estoy vivo… ¡Pero estoy vivo! ¡¡Pero estoy vivo!! (Se yergue, se golpea el pecho con la derecha levantando el puño de la izquierda, como Tarzán, igual que en la historieta. Luego se queda inmóvil, en esa posición. Tras un segundo de silencio e inmovilidad, se escucha un disparo, no muy cerca. Salvo se agazapa, se abre el foco de luz, se ve la calle. Muchos muertos, semicubiertos por la nevada) ¡Mierda! (Suena otro tiro, un poco más cerca. Juan se agazapa tras un bulto cubierto de nieve. Se oye un breve traqueteo de ametralladora, lejos) No es conmigo. Fava tenía razón… La gente se está matando… por todos lados… (Mueve un poco el bulto, y se le cae la nieve. Es Polski) ¡Dios mío…! ¡Es el pobre Polski! (Se aparta como rechazado por el cadáver. Comienza a caminar, agazapado, por la calle)Hay que conseguir agua. Hay que conseguir herramientas, dijo Fava. Hay que conseguir armas, dijo Fava. (Avanza de obstáculo en obstáculo, como en la guerra. Se levanta la nieve a cada paso) Y no hay como la ferretería del barrio… Ahí hay de todo. Y el viejo tiene un quiosco en la ventana. Ahí habrá agua mineral. Vamos, Juan. No es un juego. No es una joda, como dijo Martita. (Avanza decidido hacia la Ferretería, que tiene cerrada la reja exterior. Salvo mueve la reja) ¡Ah, mierda…! No había pensado en la reja. Pichón de candado… (tantea el candado) Imposible entrar… (Se vuelve y se aleja unos pasos. Suena otro tiro. Eso lo detiene. Se saca el fusil del hombro y lo mira. Vuelve, apoya el fusil en el candado y dispara. Se rompe el candado. Lo saca y lo tira. Abre la reja, que chilla. Pone el fusil en la cerradura de la puerta y vuelve a disparar. Abre la puerta, se dispone a entrar. Se arrepiente y sale a la calle. Se agazapa en un obstáculo exterior. Se oye el tableteo de ametralladora) Esos tiros… que se oyen… Será otra gente que anda abriendo puertas, digo yo. O a lo peor otra gente que anda buscando a los que abren puertas a los tiros… (Corre agazapado y entra a la Ferretería, que se ilumina. Ferretería moderna, con cosas lógicas. A un costado, hacia la ventana, un kiosco anterior a los maxikioscos actuales. Cajas de bebida y agua detrás. Salvo cierra la puerta de un golpe y se queda esperando, con el arma lista, respirando agitado. Al entrar se ilumina el interior y se oscurece el resto de la escena. Descubre un muerto en el piso, boca arriba, cubierto de copos) Don Roque… Estaba en el negocio cuando… Bueno, Juan… Basta… A buscar lo que hace falta… (Mira alrededor. Hay armas también, exhibidas) ¡Hasta en la ferretería venden armas! ¡Y yo que siempre les tuve asco…! (Cruza su rifle en banderola para mayor comodidad. Trepa a la escalera del negocio y baja un rifle moderno. Sobre la escalera, lo prueba. Se produce un ruido de caída de bultos, en off) ¡A la mierda! (Salvo desciende lentamente de la escalera, con el nuevo rifle preparado, sin advertir que está descargado. Mira por todos lados, tratando de descubrir dónde se produjo el ruido. Hay otro pequeño golpe, como si una caja de mercadería terminase de caerse, en un cuartito que no se ve. Salvo descubre de dónde viene el ruido: es de la estantería donde estuvo sacando las armas, pero no se ve puerta) El ruido viene de acá. Pero no veo ninguna puerta.… (Gritando) ¿¡Quién está ahí?! ¡¡Hable, o empiezo a disparar!! (Silencio. De pronto ruido de cosas que siguen cayendo) ¡Este es un asunto de vida o muerte! ¡Cuento tres y disparo! ¡¡Uno!! ¡¡Dos!! ¡¡Tres!! (Aprieta el gatillo, se escuchan los “click” que señalan que no hay balas. Mira el rifle y comprende que estaba exhibido sin balas. Lo arroja a un costado y empieza a trabajar para sacar el suyo)
SUSANA (Desde off, en el interior del cuartito secreto).— No tire, por favor…
SALVO.— (La voz femenina y el tono sorprenden a Salvo, sus movimientos sacando su rifle se hacen lentos) ¿Quién es? ¿Dónde estás?
SUSANA (de off).— Soy Susana, la sobrina de don Roque. Estoy encerrada… en el cuartito de la merca…
SALVO.— ¿Qué merca?
SUSANA (de off).— ¿Usted es de la policía…?
SALVO.— No… Mirá, acá afuera han pasado muchas cosas… raras. No, no soy de la policía, y tendrás que confiar en mí, para seguir viva. No soy un ladrón. Pero aquí afuera se ha muerto mucha gente…
SUSANA (después de una pausa, de off).— ¿Quién habla?
SALVO.— Juan Salvo, el del chalet de a la vuelta. No sé si me conozcas…
SUSANA (de off).— Claro, el padre de Martita. El tío Roque no pudo venderle merca… La educó bien, don…
SALVO.— ¿De qué me estás hablando?
SUSANA (de off).— No importa. Mire, don Roque vende porros… y otra droga más brava… La guarda en este cuartito de mierda atrás de la estantería. Anoche me lo tuve que sacar de encima con un par de bifes y en castigo me encerró acá… Vea, tiene que mover las cajas de balas y va a encontrar un pasador. Abra, por favor… Acá hace un calor que no se aguanta…
SALVO.— Escuchame, Susana. Y por favor, no pienses que estoy loco… ni que te quiero hacer algo. Aquí afuera hay una cosa en el aire que mata a la gente cuando la toca… ¿Me oís?
SUSANA (de off).— Ajá.
SALVO.— Te voy a sacar de ahí… Pero te tengo que hacer un traje aislante… Acá debe haber algo (busca). Hay trajes de lluvia, amarillos. Si aíslo bien las aberturas… y te vas a poner unas bolsas de consorcio en la cabeza… Les voy a pegar un filtro para que puedas respirar… y unas antiparras. ¿Me oís?
SUSANA (luego de una pausa, de off).— ¿Me está cargando, don?
SALVO.— No.
SUSANA (luego de una pausa, de off).— Está bien. ¿Qué más?
SALVO.— (Salvo comienza a trabajar abriendo un paquete de bolsas de consorcio, y tomando unos filtros comunes de fibra, y cinta de enmascarar. Rompe un agujero y le pega el filtro. También le pega antiparras de plástico) Yo rompí todo para entrar y esto está lleno de copos mortales, así que voy a limpiar cerca de esa puerta y te paso las bolsas. (Prepara el traje amarillo de lluvia del que usan los motoqueros, y botas. Luego barre y pasa un plumero alrededor de la estantería de las armas) Tengo todo listo, Susana. Ahora oíme bien, pero muy bien. No tiene que quedar nada de tu piel al aire, nada, ¿me oís? Sé que ahora te parece una locura, pero cuando salgas a la calle vas a ver que la locura es más espantosa de lo que te puedas imaginar. Hablo en serio…
SUSANA (de off).— Está bien, don. No soy boluda. Me voy a disfrazar como me pide si con eso me saca de acá. Páseme esa ropa, y abra la puerta… Eso sí… cuando vaya a salir, aléjese. No quiero que me toque…
SALVO.— Está bien…( saca las cajas de balas, mete la mano y abre un cerrojo. Mira arriba y abajo para ver que no haya copos, y rápidamente entreabre una puertita de un metro por 1,50 aproximadamente, que corre una parte de la estantería de armas. Introduce el traje amarillo y las bolsas de consorcio. Cierra la puerta de golpe y se apoya contra ella) Primero ponete la bolsa en la cabeza, y después el traje y los guantes de goma. Fijate que…
SUSANA (de off).— Que el rayo de la muerte no toque mi piel desnuda. ¿No serás un maniático sexual, no? (Momento de pausa, mientras ella se viste. Salvo toma su rifle, siempre apoyado contra la puerta, y permanece en actitud vigilante. Ahora habla de off, detrás del filtro, que deforma menos que el de Salvo). Póngase lejos, Salvo. Voy a salir. (En este cuadro solamente veremos a Susana con su traje aislante. Salvo se aparta varios pasos. Hay un momento de transición. La puertita se abre de golpe y sale Susana, con el traje amarillo, guantes de goma, botas y la máscara de bolsa de consorcio en la cabeza. Sale agazapada, y toma una pistola del tablero de exhibición y un cargador de la caja que está al lado. Lo hace en un movimiento muy rápido, porque conoce perfectamente dónde están las cosas. Carga la pistola, con movimiento experto. Se agazapa tras el mostrador. Apuntando a Salvo, tomando la pistola con ambas manos) ¡Atrás! ¡Atrás, loco! ¡No se acerque! (Salvo, sorprendido, abre los brazos) ¡Ja, ja! ¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja! (la situación le resulta tan cómica que se levanta de detrás del mostrador, siempre apuntando a Salvo) ¡Era en serio lo del traje aislante! ¡Vos también estás disfrazado! ¿Qué nos van a dar ahora? ¿Un premio? (Susana descubre el cadáver de Roque) El tío… Roque. ¿Lo mataste, Salvo?
SALVO.— Hace unas horas comenzó a caer una especie de nevada. Una nevada mortal, que mata todo lo que toca. Todos los hombres y los animales que la tocaron… murieron. Los que estábamos encerrados, como vos y como yo, nos salvamos, por ahora…(Susana lo piensa un momento y baja el arma. La deja sobre el mostrador. Camina lentamente hacia la puerta de calle y va a abrirla) Cuidado, que hay gente armada…
SUSANA.— (Susana mira hacia la calle. No podemos ver su reacción de congoja por el traje que tiene puesto) Dios mío… ¿Y vos que hacés? ¿Defensa Civil?
SALVO.— Ah… Por ahora… supervivencia de mi familia. Tendrás que ser parte de ella. Ayudame. Hay que llevar armas… y mercadería. ¿Hay una carretilla? (Susana saca un volquete de albañil y sistemáticamente empieza a bajar cosas, ayudada por Juan. Se abre la puerta de calle, sin que ambos lo noten. Entra un hombre vestido con traje aislante ligeramente parecido al de Salvo, armado con un pistolón antiguo. Se trata de Favalli. Cuando advierte que son dos las personas que están dentro de la ferretería prepara su arma, poniendo rodilla en tierra. Susana lo advierte y toma el revólver que había dejado sobre el mostrador, apuntándole)
SUSANA.— ¡Cuidado, Juan! ¡Nos atacan! (Susana dispara. Favalli se arroja al piso)
SALVO (Juan prepara su rifle, Susana apunta a Favalli, al que no le ha pegado).— ¡Esperá, Susana! ¡No tires sin preguntar! ¡Identifíquese!
FAVALLI.— (Favalli se incorpora, dejando el pistolón, sacudiéndose) Soy Favalli, Juan. Parece que hacés amistades rápido… Y amistades peligrosas, ¿no?
SALVO.— ¡Fava! Está bien, Susana, es mi amigo el profesor Favalli. Ella es Susana Olmos, sobrina de don Roque. ¿Qué mierda hacés acá, Fava? ¿No quedamos en que saldría yo solo?
FAVA.— Terminamos dos trajes más, y Elena estaba preocupada porque tardabas. Así que nos vinimos. Lucas está vigilando afuera. Después de todo…
LUCAS (desde la oscuridad, del lado de la calle).— ¡Fa…va! ¡Favalli…!(El cuerpo de Lucas golpea contra la reja, se oye el ruido)
FAVA.— ¡Algo le pasa a Lucas! ¡Salgamos, con cuidado!
SALVO.— ¡Lucas! (Salen. Se ilumina la calle y que, al salir todos, se oscurece el interior de la ferretería. Lucas está muerto de una cuchillada, que aún tiene clavada, en la calle, sin el traje aislante) ¡¡Lucas!!
FAVALLI.— ¡Le dije que no se descuidara! ¡Lo mataron para sacarle el traje aislante!
SUSANA.— ¡Allá va! (Susana señala y, rodilla en tierra, dispara su revólver dos veces)
FAVALLI.— Se escapó. Sos rápida como la gran siete, muchacha.
SUSANA.— Las he pasado más bravas de lo que pensás, profe. Y ya vi cómo viene la mano: es la ley de la selva. (Favalli la mira admirado. Juan abre la puerta de la ferretería)
SALVO.— Aprendamos de Susana, Fava. Tenemos un volquete lleno. Vámonos a casa de una vez. Si se les da por atacar… las mujeres están solas…(Sacan el volquete)
SUSANA.— ¿Y qué? ¿Son inválidas? ¿Son imbéciles? ¿O querés decir que son solamente mujeres?
FAVALLI.— Mejor no te muevas mucho, Susana. Ese traje aislante se puede romper en cualquier momento… (Comienzan a arrastrar el volquete por la calle, esquivando los muertos)
SUSANA.— La mierda… Qué masacre…
FAVALLI.— (controla los alrededores, custodiando, ahora bien armado. Mira hacia el cielo)
 ¿No escuchan… un ruido?
SUSANA.— Sí. ¿Un avión?
SALVO.— ¡¿Un avión?! ¡¿Quiere decir que todavía alguien puede volar un avión?! (Se detienen a mirar el cielo. Señalan, de pronto. Aparece una luz redonda, un OVNI, una nave extraterrestre, que baja lentamente hacia el centro de la ciudad. Cuando casi ha descendido más lejos baja otra. Se ven los OVNI o su reflejo)
SUSANA.— ¿Qué es eso? ¿Helicópteros?
SALVO. ¿Meteoritos?
FAVALLI.— Ningún meteorito cae tan lentamente. Y ningún helicóptero tiene esa forma ni esa luz. Son… alguna especie de naves. Están bajando naves sobre Buenos Aires.
SUSANA.— No entiendo un pomo, che. ¿Qué clase de naves? ¿De quién?
FAVALLI.— Naves… extraterrestres…(La luz se cierra en Favalli, mientras más lejos aún baja otra nave)

CUADRO 5

(Interior de la casa de Salvo. Acaban de entrar. Salvo, con el traje a medio sacar, abraza a Elena y a Martita. Favalli está terminando de sacarse su traje)
SALVO.— ¡Elena! ¡Martita! ¡Tenía tanto miedo por ustedes!
ELENA.— Y nosotros por vos, Juan. Por eso pedimos a Favalli y a Lucas…
MARTITA.— También  ha muerto Lucas… ¿Iremos cayendo uno a uno…?
SALVO (Acariciándole la cabeza).— No digas eso… Sobreviviremos…
SUSANA.— No lo había visto antes, profe. A Juan sí. Y a Martita.
FAVALLI.— ¿Y, qué esperás? Acá estás a salvo. Podés sacarte ese traje de payaso...
SUSANA (Se saca la máscara de bolsa de residuo.— vemos su belleza, sudorosa).— No lo cargues, Profe, que de payaso salvó mi vida… (Susana abre el cierre del traje de agua y empieza a bajárselo.— Está desnuda)
FAVALLI (impresionado y nervioso con la presencia de Susana).— ¡Pero… estás desnuda!
SUSANA (Ella no tiene drama.— sigue).— Sí. El viejo degenerado me encerró desnuda. Menos mal, porque el calor…
FAVALLI (La empuja hacia las habitaciones interiores).— ¡Esperá, esperá! ¡Elena, dale algo de ropa a Susana!
ELENA.— Ah, sí… Vení conmigo, Susana…(Las dos mujeres salen. Los hombres se miran, algo envarados)
MARTITA.— Bueno, ahora estamos normal.— tres mujeres y dos hombres… ¿Vieron las luces? ¿Sabés qué son, Favalli?
SALVO.— Favalli dice que son OVNIs, Martita… Decile que está loco, ¿querés?
FAVALLI.— OVNIs no. Naves extraterrestres.
MARTITA.— Una invasión extraterrestre. Sí, yo pensaba lo mismo, Favalli. ¿De dónde creés que vengan? (Salvo mira a su hija asombrado de que tenga esas teorías. Ella se enfrasca en una discusión con Favalli)
FAVALLI.— ¿Cómo saberlo, Martita? Lo que es seguro es que son extraterrestres. A ninguna inteligencia —ni bestialidad— de la Tierra se le ocurriría una manera de acabar con la vida como esa…
MARTITA.— ¿Vos creés que habrán liquidado toda la Tierra? ¿No habría países más preparados para cosas como esta?
FAVALLI.— Sí, seguramente en Norteamérica alguna sección militar está intacta. Me imagino que en algún momento vendrá el contraataque…
MARTITA.— ¿No te creés eso, no, Favalli…? (él niega con la mirada) Si consiguen echar al invasor de Estados Unidos, después liberarán a Europa. Y por áhi, si precisan algo del Sur se acordarán que existimos. Yo no creo que ningún gobierno terrestre haga lo que tampoco hacemos nosotros mismos…
FAVALLI.— ¿Qué hacemos nosotros mismos?
MARTITA.— Nos aseguramos bien nuestra supervivencia. Y dejamos el rescate de sobrevivientes para algún día de estos…
SUSANA.— (Su aparición, con ropas modernas, top, vaqueros, interrumpe la situación) ¡Ta, táann!
FAVALLI.— ¡Ejem, ejem!
MARTITA.— ¡Pero estás divina, Susana! ¡La verdad, nunca pensé que eras tan linda, cuando…!
SUSANA.— Cuando me veías trabajando con un delantal en la ferretería del tío Roque, ¿no? ¿Querés que te diga una cosa? ¡Ese viejo ni siquiera era mi tío. Me compró en mi provincia, porque necesitaba una esclava para su negocio sucio y otras…(Se oyen fuertes ruidos afuera. Se trata de la prueba de un amplificador de sonido que no quiere agarrar. Al no saber de qué se trata, el efecto es misterioso. Agitación en la casa. Salvo apaga las lámparas. Favalli busca las armas)
ELENA.— ¿Qué es ahora?
SALVO.— ¡No sé! ¡Pero apaguemos las luces, y agáchense, rápido!
FAVALLI.— ¡Pronto, pongámonos todos los trajes aislantes! ¡No sabemos de dónde vendrá el ataque! (Los ruidos siguen. En la semioscuridad, todos se ponen los trajes aislantes. Susana los mira, de brazos cruzados)
ELENA.— Ya tenemos trajes también nosotras, Juan. Podríamos poner una fábrica…
SUSANA.— Y a mí que me parta un rayo…
ELENA.— ¡Susana! ¡Vamos a hacerle un traje, Martita! ¡Ayudanos, Susana, y en dos patadas lo terminamos!
FAVALLI.— Mejor ponete el traje de payaso mientras, Susana. Pueden romper un vidrio en cualquier momento…
SUSANA (Poniéndose el traje de agua).— Sí, ya lo había pensado. Pero la bolsa de consorcio me la pongo a último momento. Creo que me dará tiempo… Eso me asfixia…(Ahora se oyen ruidos de botas marchando, en la calle. De vez en cuando se repite el carraspeo del parlante)
SALVO.— ¡Botas…! ¿Milicos…?
FAVALLI.— ¡Chist! ¡Vienen para acá! ¡Preparados! (Se ilumina tenuemente la calle, para dejar ver a tres soldados con casco policial, de ese con visor transparente para motines, al que se le ha pegado un cuello de tela plástica y un filtro común, que vienen marchando hacia el chalet. Con ellos viene Franco, con un traje aislante casero de buena factura. Se detienen frente al chalet, silenciosos. Adentro, tensión, los hombres con las armas listas. Las mujeres, en el suelo, preparan un traje aislante para Susana. Susana tiene cerca la bolsa de residuos)
FRANCO.— ¡Familia Salvo! ¡Señor Juan Salvo! ¡Mi nombre es Alberto Franco! ¡Soy el fundidor del tallercito cerca de la vía, ese que usted quiso erradicar con los vecinos, ¿se acuerda?! ¡No tenga miedo, señor Salvo! ¡Yo sé que está ahí! ¡Desde mi casa observé todos sus movimientos! ¡Este es el Comando de Resistencia, señor Salvo! ¡Son soldados que se salvaron de la nevada y están rescatando sobrevivientes!
FAVALLI.— Puede ser una trampa…
SALVO.— ¡Escuche… Franco! ¡Va a aproximarse usted solo a la casa, con las manos en alto, y lo haremos entrar! ¡Si vemos algo raro, será nuestro rehén! (Salvo sale hacia el Garaje. Favalli lo sigue a regañadientes)
FAVALLI.— Habría que haber investigado más, Juan. ¿Y si son…?(Desde afuera llega la voz de un parlante, al fin arreglado. Todos se detienen a escuchar. Salvo no ha terminado de salir)
PARLANTE (de off).— ¡Atención! ¡Atención, a todos los sobrevivientes! ¡Atención! ¡Atención! ¡Les habla el Comando de Resistencia Argentino! ¡Es necesario reunir los esfuerzos de todos para rechazar al invasor! ¡Nuestros hombres pasarán cuadra por cuadra! ¡Les pedimos que nos hagan señales si no pueden salir!  ¡Si tienen trajes aislantes, salgan a nuestro encuentro! ¡No nos ataquen! ¡Somos el Comando de Resistencia! (baja el volumen hasta hacerse casi imperceptible)
(Favalli y Salvo corren al garaje. Salen. Las mujeres siguen armando el traje, apuradas)
SUSANA.— Siempre lo mismo. Ellos van adelante, y a nosotras nos dejan cosiendo.
ELENA.— Cuidado, Susana. Esos planteos feministas son peligrosos ahora. Quizás quedamos demasiado pocos. ¿Te imaginás el valor que tienen los vientres fértiles? Hay que dar muchos hijos para volver a poblar la Tierra…(Susana y Martita la miran, admiradas y asombradas. Susana finge pincharse un dedo)
SUSANA.— ¡Carajo! ¡Nunca fui buena con las agujas!
MARTITA.— ¡Sos grande, mami! (Regresan los hombres con Franco, que trae el casco con la mascara en la mano)
SALVO.— Elena, Susana, Martita. Él es Alberto Franco, de las milicias de la Resistencia. ¿Ven que desconfiábamos demasiado? Ya hay quien se ocupe de defendernos del invasor…
FRANCO.— Buenas noches, señoras. Vamos a necesitar todos los brazos útiles en esta campaña. Ni siquiera sabemos cómo es el invasor, ni qué pretende. Ni siquiera sabemos cuántos somos nosotros.
ELENA.— Mi marido y Favalli serán dos buenos soldados. (Franco. Salvo y Favalli la miran asombrados de que los entregue tan fácilmente, como antes las mujeres por sus reflexiones) Sólo le pido, a todos, que no se arriesguen inútilmente.  Somos demasiado pocos, y ese… invasor… es la bestia más cruel que uno puede imaginarse…(Salvo se abraza a su mujer)
SUSANA.— Tu vieja es una sabia, Martita.
MARTITA.— Creo que es la nevada que nos convierte en sabios. En capitanes. En superhéroes. Nunca oí a mi vieja hablar de esa manera…
FAVALLI.— Cuanto menos despedida mejor. Hay mucho que hacer, Juan…
FRANCO.— (saluda respetuosamente) Buenos días, señoras…(Martita corre y le da un beso en la mejilla. Susana sigue trabajando afanosamente en el traje aislante. Los hombres salen como marcando el paso hacia el garaje. Elena los mira irse y vuelve al traje aislante. Los hombres salen por detrás de la casa y se unen a los soldados que esperan afuera. Se oscurece el interior de la casa. Salvo y Favalli saludan al jefe del grupo)
OFICIAL.— No crea que perdemos tanto tiempo con todos, Salvo. Franco nos dijo que ustedes son gente valiosa, por eso…
FAVALLI.— ¿Nos vamos, oficial? (Comienzan a alejarse de la casa. Se oye un portazo)
SUSANA.— (con un flamante traje aislante que marca sus formas, armada con una gran ametralladora, va corriendo hacia ellos)¡Eh! ¿Y a mí piensan dejarme, boludos?
SUSANA (Ante la sorpresa del grupo).— ¿Qué pasa? ¿No precisan milicianos? ¿O les molesta que sea mujer…?
OFICIAL.— ¡Milicianos! ¡En marcha! (Comienzan a alejarse.  Salvo vacila un instante, y luego se vuelve a saludar. Se queda un instante con la mano alzada, patético, premonitorio)
PARLANTE (de off).— ¡Atención! ¡Atención, a todos los sobrevivientes! ¡Atención! ¡Atención! ¡Les habla el Comando de Resistencia Argentino…!

Fin del primer acto


ACTO 2
PERSONAJES:  JUAN SALVO; FAVALLI; ALBERTO FRANCO; SUSANA OLMOS; HERIBERTO MOSCA: Hombre flaco, de grandes anteojos; viste un heterogéneo traje aislante, y casco. MAYOR: Soldado del Ejército Argentino, maduro. CASCARUDOS: Especie de pulgas gigantes, practicables, para usar como disfraces. Tienen un artefacto metálico en el cuello, como una cacerola. Ver la historieta. Varios HOMBRES ROBOT: Hombres comunes, vestidos heterogéneamente, sin traje aislante. Caminan algo rígidamente. Tienen en la nuca un artefacto parecido al de los cascarudos, pero más pequeño. MANO: Consultar la historieta: rollizo, de enorme cabeza afilada de cabellos flamígeros, mano izquierda algo atrofiada, con seis o siete dedos, mano derecha enorme, brazo ídem, veintitrés dedos.

CUADRO 1

(Cancha de River Plate. Se ve un sector de las tribunas y parte de la cancha. Sobre un sector, en la oscuridad, parte del túnel de salida de los jugadores, en corte. Los protagonistas estarán en el borde de la cancha, junto a ese túnel. En la cancha y en las tribunas se ven cascarudos muertos. Los cascarudos serán como pulgas gigantes, de acuerdo al dibujo de Solano López. Tienen en la zona del “cuello” un aparato de color notable, como una cacerola pegada. Los cascarudos de la cancha serán practicables, de modo que en determinado momento puedan incorporarse con actores dentro. En las tribunas vemos antiaéreos. Un costado de la cancha está semiderruído por el impacto de la nave alienígena. De ese lugar sube un hilo de humo. Sobre ese lugar golpea, de a ratos, un resplandor como relámpagos. De afuera llega el chirrido como de chicharra gigante de los cascarudos. Varios soldados circulan, la mayoría con trajes heterogéneos pero todos con casco sobre sus máscaras. Todos tienen trajes aislantes, y casco. La escena se inicia con los protagonistas inmóviles. Juan Salvo está vigilando la entrada del túnel, con un fusil. Lejos, Favalli conversa con el jefe del regimiento. Franco y Susana hacen una tarea en un cañón, con otros soldados. Se produce un terrible relámpago al golpear el rayo sobre la parte exterior del estadio)
MOSCA.— (Aproximándose a Salvo, con un grabador periodístico) ¿Usted es el teniente Salvo, no cierto?
SALVO.— (Abrazándolo cariñosamente) ¿Qué te parece, che? ¡Teniente Salvo! Yo era un tipo tranquilo, un empresario de las Pymes… Y ahora estoy mandando gente, matando esos… cascarudos!
MOSCA.— Justamente de eso quería hablarle, teniente Salvo. Yo soy periodista, ¿sabe? Y estoy escribiendo la historia. Heriberto Mosca, mucho gusto.
SALVO.— ¿La historia…? ¡Y cierto, carajo! ¡Estamos escribiendo la historia! ¿Qué te parece? ¡El día de mañana los pibes estudiarán… San Martín, Sarmiento, Rosas, Perón… y Juan Salvo… ¡Mierda! ¡Si es que hay un mañana!
SOLDADO.— (llama a Salvo desde la entrada al túnel de salida de los jugadores) ¡Teniente Salvo! ¡Su turno para lavarse!
MOSCA.— Pero… yo quería que me cuente lo que ha hecho hasta ahora. Dicen que usted es un héroe…
SALVO.— No te hagás ilusiones… Vení, entrá conmigo al túnel. ¿Ya estuviste?
MOSCA.— No, todavía no.
SALVO.— Cerraron los vestuarios herméticamente, para que podamos sacarnos un rato este traje… (Se produce otro estallido de luz fuera del estadio) ¡Hasta cuándo irá a aguantar la cancha de River!
CUADRO 2
(Se meten en el túnel y la imagen se oscurece. Hablan en la oscuridad. Luego se iluminan los vestuarios de River. Hay dos o tres soldados bañándose, afeitándose, sin traje aislante)
SALVO.— (En la oscuridad) ¿Parece joda, no? Tantos partidos, en esta cancha. Tantas supercopas, tantos sudamericanos. Hasta mundiales. ¿Y los conciertos? ¿A cuántos conciertos viniste a River, Mosca?
MOSCA.— (En la oscuridad) A ninguno, teniente.
SALVO.— (En la oscuridad) ¡Y mirá qué función tenemos ahora! ¡Mirá qué partido! ¡La Tierra contra los cascarudos! ¡O contra los dueños de los cascarudos, porque ya vimos que estos son solamente los suplentes…! (Llegan a los vestuarios y se enciende la luz. Salvo comienza a quitarse el traje aislante) ¿Vos estabas cuando Favalli descubrió que tienen una cacerola en la cabeza, que dice que es un aparato de telecontrol?
MOSCA.— No, teniente. Yo…
SALVO.— Dejá eso de “teniente”. Me llamo Juan. Y sacate el traje aislante, un rato. Hasta acá siento el olor a chivo que tenés…
MOSCA.— (Se terminan de quitar los trajes. Entran a las duchas. Mientras se bañan siguen hablando) Cuentemé, teniente Juan. Dejé el grabador en marcha.
SALVO.— Ya viste. El mayor nos reclutó, casa por casa. Como quinientos. No creí que fuéramos tantos los sobrevivientes. Hicimos un poco de instrucción. Mal que mal, algunos nos dimos maña: unos éramos cazadores, y otros habíamos hecho la colimba…Y bueno, avanzamos hacia Buenos Aires, desde los cuarteles de Olivos.
MOSCA.— Sí, la batalla de la General Paz…
SALVO.— ¿Ya le pusiste nombre, eh? Sí… menos mal que estaba el terraplén del Belgrano… porque si no los cascarudos nos hubieran barrido con su rayo.
MOSCA.— ¿Fue la primera aparición de los cascarudos, señor Juan?
SALVO.— Sí. Liquidaron a los más adelantados. Creímos que ellos eran el enemigo. Y fue Alberto Franco, ponelo en tu historia: Alberto Franco, fundidor, el que nos dio coraje. Él dijo que no podían estar tan desprotegidos los que mandaban aquella invasión terrible. Y Les dimos con todo. Morteros, misiles. No quedó uno. Y entonces Favalli aprendió a manejar el rayo, y el avance hasta River Plate fue pan comido. ¡Meta matar cascarudos! ¡Meta matar cascarudos!
SALVO.— (Salen de las duchas. Se secan, se visten, en silencio. Alguien convida con mate, siempre en silencio)  ¿Perdiste mucha familia en esto, Mosca?
MOSCA.— No, señor. Soy solo.
SALVO.— Terminala con lo de “señor”… Yo dejé a mi mujer y a mi hija, en la casa. Elena y Martita. Me pregunto cómo estarán. Si no es fácil para nosotros…
MOSCA.— ¿Me cuenta la captura de River Plate, Juan?
SALVO.— (Sonríe al ver que también le puso nombre) ¿En qué momento llegaste?
MOSCA.— Eso no importa. Quiero grabar las impresiones de los protagonistas…
SALVO.— River estaba lleno de cascarudos. Parecían cucarachas. Gastamos mucha munición terminándolos. Y, una vez adentro, pudimos hacernos fuertes. Fue idea de Favalli: dijo que no había lugar más protegido del rayo de los invasores. Ya viste. Le siguen pegando y el estadio se la aguanta…
MOSCA.— Cuando apareció la nave aérea me cagué en las patas.
SALVO.— Es una sensación muy común últimamente.
MOSCA.— Liquidó a los artilleros de una sola barrida de rayo.
SALVO.— Sí…
MOSCA.— Usted estaba cerca. ¿Cómo terminamos con la nave?
SALVO.— Ya nos estamos habituando a esta sensación. Cuando los cascarudos corrían hacia nosotros, parecía que se acababa el mundo. Cuando nos limpiaron con los rayos… Y ese aparato enorme, redondo, como un globo medio desinflado, aguantándose misiles como quien ignora a los mosquitos… Creímos no contar el cuento. Pero Franco…
MOSCA.— ¿Franco…?
SALVO.— Alberto Franco, el fundidor. Corrió hacia el antiaéreo, cuando ya el aparato parecía más grande que River. Susana… Susana Olmos, una chica que rescaté de una ferretería… quiso detenerlo. Pero Franco apartó a los muertos, y empezó a disparar ese antiaéreo…
MOSCA.— Me dijeron que usted estaba con él.
SALVO.— Sí…  No sé si le dimos en un punto vital, o qué, pero se vino, se vino, como a hacernos moco. Y se estrelló contra las tribunas, y ahí quedó… (Hace una pausa. Comienza a ponerse el traje aislante. También lo hace Mosca, como espejo) A lo mejor había un invasor ahí adentro. Pero cuando quisimos tocarlo, se quemó. Sin llama. Se consumió. Y ahora los cascarudos siguen y siguen…(Se oye una gritería) ¡Otro ataque! ¡Algo está pasando! ¡Vamos, Mosca!
MOSCA-— ¡Sí! ¡Tengo una cámara! (Transición de oscuridad mientras salen del túnel. Los que están en la cancha están felices. Alguno se ha sacado la máscara del traje aislante. YA NO NIEVA. Hay luz de sol)
SALVO.— ¡¿Qué pasa aquí?!
SUSANA.— ¡Dejó de nevar, Juan! ¡Al fin podremos sacarnos esta mierda de encima!
MOSCA.— ¿Cómo que dejó de nevar?
SOLDADO.— ¿Tan chicato estás, Mosca? ¡No cae más nieve! ¡Mirá, el sol! ¡El sol, hermano! ¿Cuánto hace que no lo veías?
SALVO.— (Emocionándose al mirar el sol) El sol…
FAVALLI.— ¡NOOOO! (Le saca las manos con que Susana intentaba sacarse la máscara) ¡No, paren, paren! (Busca alrededor, hay cerca, sobre unas cosas, un megáfono. Lo enciende y habla por él. Puede subirse a algo) ¡¡Escuchen todos!! ¡¡Nadie se saque la máscara!! ¡¡Repito: NADIE se saque la máscara!! (Coro general de fastidio) ¡¡Ya hemos visto que el enemigo está tratando de golpearnos con métodos distintos!! ¡¡No nos conoce, y no sabe con qué nos vamos a rendir!! ¡¡Primero fue la nevada, después los cascarudos, recién ese aparato volador!! ¡¡¿Y si cortaran la nevada mortal… para reiniciarla dentro de diez minutos?!! ¡¡¿Cuántos de nosotros quedaríamos, eh?!! (Gran silencio. Alguno que se ha sacado la máscara ya, se la vuelve a poner. Favalli deja el megáfono. Salvo lo abraza)
SALVO.— Menos mal que estás vos, Fava. Pensás en todo.
FAVA.— ¿Dónde está el mayor? ¡Hay que asomarse con cuidado, aprovechar que hay luz para observar la cuidad! ¡Tenemos que encontrar a esos invasores de una buena vez! (Gruesas nubes comienzan a nublar el cielo. Primero son nubes comunes de tormenta. Luego se van cambiando a formas retorcidas e identificables: calaveras, manos, arañas, signos de muerte, luto, de funesto)
SALVO.— Lo que dijiste, Fava. Mientras hay sol. Y ya no hay.
MOSCA.— ¡Dios mío! ¿Qué se viene ahora?
FAVA.— Calma, Mosca. Una tormenta. ¿Nunca viste una tormenta? (Los soldados comienzan a caminar, mirando el cielo, asustándose a veces de las formas que aparecen. Hay relámpagos de oscuridad. Es decir, como si fueran relámpagos de luz, pero son de apagones. En el centro de todas las nubes hay un punto oscuro, como una bola, no demasiado notable, pero está ahí. Varios soldados comienzan a correr hacia las tribunas, hacia foro)
SOLDADO.— ¡Vamos a ver qué pasa afuera!
FRANCO.— ¡Tengan cuidado! ¡No se asomen! ¡Pueden estar esperándolos con un rayo!
SUSANA.— Ya no hay rayos a la vista, Franco. Ni cascarudos. Los han retirados a todos… Yo ya me asomé. (Llora)
FRANCO.— ¿Qué pasa? ¿Qué viste?
SUSANA.— (Se apoya en Franco) Mi mamá. Mi vieja… estaba ahí afuera. Corriendo. Haciéndome señas. Mi vieja, Franco…
FRANCO.— (Franco hace amago de salir corriendo hacia el túnel)  ¡Vamos, Susana!
SUSANA.— ¿Qué? ¿A dónde vas?
FRANCO.— ¡A buscar a tu madre! ¡Los cascarudos nos están cercando! ¡Vamos!
SUSANA.— ¡¡Franco!! ¡¡Mi madre está muerta… desde hace cinco años!! (Aparecen cascarudos en el estadio —los actores se meten en los trajes que estaban tirados como cascarudos muertos— Persiguen a algunos. Otros los ametrallan. Ruidos y gritos de pelea. Los cascarudos chillan ahora más fuerte, porque están adentro. Cada tanto hay estallido de luz afuera, del rayo)
FAVALLI.— (Intenta detener la desbandada a la entrada del túnel) ¡Esperen! ¡No salgan! ¡No salgan!
SOLDADO.— ¡Mi hermano está ahí afuera! ¡Tengo que rescatarlo!
FAVALLI.— ¡No puede ser, muchachos! ¡No puede…!(Le pegan un golpe y lo tiran al suelo)
SALVO (Salvo viene de off, corriendo).— ¡Elena! ¡Martita! ¡Elena! ¡Martita!
FRANCO.— (Deteniéndolo) ¡Teniente! ¡Juan! ¡Escúcheme! ¡Acá pasa algo raro! ¡Susana vio a su madre muerta afuera! ¡Es imposible! ¡Y yo…!(Hay un relámpago de oscuridad y Franco se convierte en un cascarudo)
SALVO.— ¡¡Un cascarudoooo!! (Le pega con el rifle que lleva en la mano. Sigue corriendo hacia el túnel. A la entrada del túnel Mosca intenta pararlo)
MOSCA.— ¡Teniente Salvo! ¡Tengo que grabas sus impresiones! ¡Espere!
SALVO.— ¡A un lado, Mosca!
MOSCA.— ¡Es imprescindible que grabe ahora! ¡Tengo que llegar para el programa de la noche! ¡Acaban de llamarme por teléfono! ¡Espere, carajo!
SALVO.— (Levanta el rifle, lentamente, apuntando a Mosca)
¡A un lado, Mosca, o lo mato!
MOSCA.— (Lo mira un momento y se arroja sobre él) ¡Tengo que llegar al noticiero, Juan! ¡Es la oportunidad de mi vida! (Salvo le pega con el caño en el estómago. Mosca cae. Salvo sigue corriendo y entra al túnel. Mosca, desde el suelo, lo mira y se horroriza)
MOSCA.— (Señalando a Salvo, desgañitándose, en falsete) ¡¡Un cascarudoooo!! ¡¡Un cascarudoooo!! ¡¡A mí!! ¡Un cascarudoooo!!
SALVO.— (bajo techo, oye el grito de Mosca. Se detiene. Se vuelve lentamente)Mosca… ¡Mosca! ¡¡MOSCA, CARAJO!!
MOSCA.— ¡¡Un cascarudoooo!! ¡Un Cascarudoooo!!
SALVO.— (Salvo se aproxima a Mosca y éste se aterroriza, acurrucándose, como si realmente fuera un cascarudo. Cesan los ruidos de armas y los gritos, para que se oiga la reflexión de Salvo. Detrás, siguen luchando cascarudos y hombres) Mosca ve en mí a un cascarudo. Mosca ve en mí a un cascarudo. La cancha de River está llena de cascarudos. Los muchachos están peleando con cascarudos… Muchos están saliendo del estadio… Yo vi a Elena y a Martita, afuera, con su traje aislante. Y estaban en peligro. Pero ahora Mosca sigue viendo un cascarudo… y ese cascarudo soy yo. (Camina entre la gente que se pelea, Incluso Susana y Franco están luchando, cuerpo a cuerpo. Otros se matan, y otros pelean con los cascarudos, que a veces caen, pero vuelven a levantarse, como si resucitaran) Todo esto no existe… ¡¡TODO ESTO NO EXISTE, ¿ME OYEN?!! No… No me oyen. Las alucinaciones son individuales. Cada uno ve… (Lo ataca un cascarudo. Pelea con él, golpeándolo con el rifle, un poco. Trata de alejarse. Vuelve a golpearlo. En un relámpago de oscuridad, el cascarudo se saca el disfraz, es el mayor. Comienza a mirar al cielo) ¡Todas esas formas… todas esas nubes! ¡Son alucinaciones provocadas! ¡Y allá! ¡Allá hay una nube que no cambia de forma! ¡Allá hay como una bola…!(Todos los cascarudos que hay en la cancha se detienen y lo miran. Salvo corre hacia un cañón antiaéreo. Los cascarudos comienzan a  avanzar hacia él. Salvo mueve el antiaéreo hasta apuntar a la bola del cielo. Se produce un relámpago de oscuridad, y junto a él los cascarudos se quitan el disfraz, y son Elena y Martita, Polsky y Lucas. Los cascarudos lo rodean. Inmóviles)
ELENA.— ¡No lo hagas, Juan! ¡Sería nuestra muerte! ¡No lo hagas!
MARTITA.— ¡No dispares el cañón, papá! ¡Por favor! (Un relámpago de oscuridad. Elena y Martita desaparecen. Los cascarudos avanzan hacia Salvo)
SALVO.— ¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO!! (Dispara el cañón. Un estallido en el cielo, Oscuridad. Luz. Efectos de luces. Salvo en el cañón, rodeado por Favalli, Susana, Mosca, el mayor y otros soldados. Los cascarudos vuelven a estar tirados por el estadio, muertos. Se abrazan. Los sobrevivientes contemplan a los muertos. Los transportan a off. Se lamentan. Mosca graba impresiones. El mayor, Favalli, Salvo, Franco y Susana se adelantan al proscenio. La luz se concentra en ellos, y detrás cae el telón)

CUADRO 3

(En el proscenio, a telón bajo, Salvo, Favalli, el Mayor, Franco y Susana tienen una conferencia)
MAYOR.— Quedamos cada vez menos. El Comando de Resistencia Argentino es casi un eufemismo.
FRANCO.—  No lo creo así, mayor. Estamos comprobando que el enemigo es vulnerable. No tiene armas invencibles. Uno a uno estamos anulando todos sus golpes.
MAYOR.— Gracias a héroes individuales como el teniente Salvo.
FAVALLI.— Mi amigo merece una estatua, sin duda. Pero ahora se trata de prever cómo será el próximo ataque del enemigo. No se olviden que la guerra recién está empezando. Que apenas hemos visto a una parte del enemigo, porque los cascarudos no son los verdaderos invasores. Tan al principio estamos, que ni siquiera sabemos cómo son nuestros verdaderos enemigos, los que dirigen a los cascarudos por un implante cerebral.
SALVO.— Tarde o temprano terminaremos por conocerlos, Fava.
FAVALLI.— No estés tan seguro, Juan.  Es muy posible que ni siquiera se tomen el trabajo de mostrarse. Han demostrado tener armas pavorosas, incomprensibles para los humanos. Estremece pensar con qué vendrán después…
MAYOR.— ¿Qué sugiere, Favalli? ¡Que nos entreguemos sin resistir? ¿Que nos demos por vencidos?
FAVALLI.— No, mayor, no. Hay que resistir, desde luego, pero no en la forma pasiva como lo hemos hecho hasta ahora. Atacando quizás podremos sorprender al enemigo. Si no nos movemos, seguro que nos sorprenderán ellos.
SALVO.— ¡Estoy de acuerdo con Fava, señor!
MAYOR.— Está anocheciendo. Mucha gente no ha comido ni bebido. Descansaremos en la noche, y al amanecer iniciaremos la marcha hacia el centro de Buenos Aires. (El mayor inicia la retirada hacia el costado)
FRANCO.— Un momento, señor. Me parece un crimen quedarnos aquí, toda la noche, mano sobre mano. Algunos ya comimos y descansamos.
MAYOR.— ¿Qué quiere decir, Franco?
FRANCO.— Susana y yo podríamos hacer una salida de exploración. Tratar de llegar donde podamos observar al enemigo sin ser vistos.
SUSANA.— ¡Claro que sí! ¡Me muero por salir a caminar!
MAYOR.— (Lo piensa) No puedo oponerme. Nada nos hace tanta falta como la información. Pero… ha pensado que el estadio de River está sometido a la más celosa de las vigilancias?
SALVO.— Sí, claro. Habría que hacer una maniobra de distracción en los portones principales, y salir por la entrada de proveedores. Los cascarudos no deben saber que hay varias puertas…
MAYOR.— No arriesgaré más a ningún hombre… Pero puedo armar un buen alboroto con unas molotov y varios misiles… ¿Y para dónde piensan ir, Salvo?
FRANCO.— ¡Eh, yo hablé de Susana y de mí! ¡No dije nada del teniente! ¡Él es más…!
SALVO.— ¿Viejo?
FRANCO.— No, señor. Más valioso, quise decir. Además, usted tiene a su gente, en la casa. Susana y yo… no tenemos a nadie.
SALVO.— Eso no es cierto, Franco. Se tienen ustedes dos. Uno a otro. Vamos a preparar nuestras armas. Saldremos en una hora…

CUADRO 4

(Barrancas de Belgrano. Los árboles pelados, sin hojas. El pasto muerto. La pabellón, el kiosco de música, completamente iluminado. Un par de cascarudos se mueve cerca. Un auto chocado, en la calle lateral, junto a la esquina. Suena el fuerte chirrido de los cascarudos. Cuando hablan Salvo, Franco y Susana recién advertimos que están ocultos tras el auto, inmóviles)
SALVO.— Tenemos que acercarnos al pabellón de música…
FRANCO.— Sí. ¿Pero cómo?
SALVO.— No lo sé. Pero tenemos que llegar. Es muy posible que allí esté uno de los verdaderos invasores, dirigiendo por control remoto a todos los cascarudos de la zona…
SUSANA.— Lo único sería llegar hasta el otro lado de la plaza, y subir a uno de los edificios. Desde arriba tal vez…(Suena un tiro de rifle. Aparece Hombre Robot 1, disparando su rifle como en una sala de tiro. Es un hombre común y corriente, con ropas normales. Tiene en la nuca un aparato parecido al de los cascarudos. A su lado camina un cascarudo)
FRANCO.— (Se incorpora) ¡Es un sobreviviente! ¡Lo están atacando!
SALVO.— (Lo baja, tironeándolo) ¡No! ¡Quieto, Franco! Fijate. Fijate bien…(Otro cascarudo se acerca al hombre, que no le teme. El hombre le muestra el rifle. El cascarudo se inclina para ver bien el arma. El hombre se vuelve a llevar el rifle al hombro y dispara hacia otra casa)
FRANCO.— ¡No lo atacan! ¡Ni parece temerles!
SALVO.— No. No lo atacan. Trabajan para el mismo bando. (Sale Hombre Robot 2, con otro rifle. Camina autómata hacia Hombre Robot 1)
HOMBRE ROBOT  2.(Hablan sin inflexiones, en tono monocorde) — Me toca a mí.
HOMBRE ROBOT  1.— Sí. Este rifle está descargado. (Hombre Robot 1 se aleja, y Hombre Robot 2 dispara, mostrándole a los cascarudos cómo lo hace. Siempre actúan en forma rígida)
SALVO.— Fijate en la nuca, Franco.
SUSANA.— ¡Tienen un aparato parecido al de los cascarudos!
FRANCO.— ¡Dios mío! ¡Son… Hombres Robot! ¡Prisioneros de los invasores, dominados igual que los cascarudos! (El sonido chirriante aumenta de tono, y suena un chirrido más fuerte desde el pabellón. Un buscahuellas gira en la parte superior, buscando con su haz al trío. El trío sale de su escondite)
FRANCO.— ¡Nos descubrieron!
SALVO.— ¡Corramos! ¡Hacia las casas! (Cascarudos y Hombres Robot  giran y comienzan a avanzar hacia ellos, primero lentamente y luego corriendo. Los Hombres disparan sobre ellos)
SUSANA.— ¡No podremos enfrentarlos, Juan!
SALVO.— (Disparando sus ametralladoras hacia los cascarudos) ¡Dividámonos! ¡Nosotros los enfrentaremos, Susana, mientras vos tratás de llegar al otro lado del pabellón! ¡Que al menos uno cumpla la misión! (Susana se pierde entre los edificios hacia off. Salvo y Franco huyen de los cascarudos frente a un bar. Franco ve algo en la vereda)
FRANCO.— ¡Espere, teniente! ¡No aguanto más este traje aislante! ¿Le parece que...?
SALVO.— (piensa un momento, parando en seco; luego corre hacia los dos muchachos y dos chicas muertos, tirados en la vereda) ¡Carajo, tenés razón! ¡Sacátelo, yo te cubro, después vos a mí! (Franco se saca el traje aislante, mientras Salvo dispara hacia los cascarudos y hombres robot, parapetado)
FRANCO.— ¡Nos entendemos sin palabras, teniente!
SALVO.—  ¡Nos entenderemos mejor cuando me digas “Juan”, y  no teniente”!
FRANCO.— (Franco dispara ahora contra los cascarudos y Salvo se cambia, rápidamente) Juan… Lindo nombre…
SALVO.— Cualquier nombre es bueno… para morirse…(Se incorporan, y se ponen rígidos como hombres-robot, empezando a disparar hacia off. Llegan los cascarudos y los pasan, saliendo a off. Llegan los Hombres Robot y ni los miran, pasando. El tiroteo se aleja hacia off)
FRANCO.—  ¿Será posible que estén tan idiotizados, Juan?
SALVO.— Quién sabe cómo es la mentalidad que ve a través de ellos… Lo que para nosotros es una deducción simple quién sabe lo difícil que es para él… A propósito… Llegó la hora de ir a ver quién toca en la orquesta, ¿no?
FRANCO.—  Ajá… (Salvo y Franco, ahora con ropas de civil, caminan fingiendo ser robots, lentamente, hacia el pabellón de la orquesta. Todo está silencioso, disparos y chillidos bajos se oyen lejos. Cuando están a pocos metros, el buscahuellas se enciende enfocándolos, y suena un agudo soplido. Si es posible proyectar un “rayo” deforme sobre ambos. Si no bastará con el soplido. Salvo y Franco acusan un impacto como el golpe de una masa de agua, y caen. El soplido va bajando de intensidad y se van apagando las luces)

CUADRO 5

(El pabellón de música. Está iluminado muy fuertemente. Hay varias consolas muy grandes llenas de botones, parecido a la de un switcher master pero más fantástica. Salvo y Franco están en el suelo. Están inmóviles, aunque mueven la cabeza y los ojos. Detrás de las consolas se mueve alguien. El espacio está lleno de chillidos de cascarudos. De pronto, de detrás de las consolas, aparece el Mano. El Mano se aproxima a Franco y Salvo. Los toca en la cara con su mano derecha, como si pasara un ciempiés sobre ellas. Va hacia la consola. Desliza su mano por encima y se encienden múltiples switches. Entran dos hombres robot con baldes y esponjas. Sientan a Franco y Salvo, les lavan la nuca con la esponja. Luego se unen en el centro y rechinan los dientes. El ruido tipo cascarudos se incrementa. Los hombres robots salen y vuelven con dos hombres robot muertos. Los dejan en el suelo. El Mano sigue haciendo operaciones, silencioso. El sonido chirriante sube y baja, ondula y varía. El Mano arranca un teledirector de la nuca de un hombre robot muerto. Lo irradia con una especie de secador de pelo luminoso. El teledirector tiene enormes púas como cuchillos, brillantes. Levanta a Franco. Le baja la cabeza, y le clava el teledirector en el cuello)
FRANCO.— ¡¡¡AAAAAAAH!!!
(Parsimoniosamente, el Mano repite la operación con Salvo, cuyos ojos se desorbitan de terror. Le clava el teledirector. La escena se oscurece, y se proyectan imágenes de un mundo extraño, con pájaros y círculos voladores, luces raras, etc. Se encienden las luces. Salvo y Franco están sentados en extraños sillones, sostenidos por una banda metálica o plástica por la cintura)
MANO.— (los enfrenta.. Tiene una voz cavernosa, chillona. Habla con acento extraño y lentamente, como un extranjero) ¡Abran los ojos! ¡Ya pasó todo! (Salvo abre los ojos, lo mira con odio. Ambos permanecen inmóviles. Poco a poco Salvo va recuperando dominio sobre el cuerpo. Abre y cierra la mano. Piensa que es extraño que pueda hacerlo, siendo ahora un hombre robot. Lentamente lleva su mano a la nuca, buscando el teledirector. Con Asombro comprueba que no lo tiene, ni ninguna cicatriz)
MANO.— No tenés nada, Hombre. ¿Qué buscás?
SALVO.— ¡El teledirector! ¡Me clavaste el teledirector en la nuca, y ahora…!
MANO.— No tenés nada, Hombre. Te clavé eso que llamás teledirector. Para curarte el efecto del rayo paralizante. El teledirector sirve para acomodar las neuronas movidas por el rayo paralizante. O para convertirlos en autómatas manejados a distancia… sin reversión posible, sin cura, definitivamente.
FRANCO.— ¿Quiere decir que somos libres?
MANO.— No, Hombre. Quiere decir que eres dueño de tu cuerpo. Pero no eres libre. Esa banda te mantiene sujeto. Sólo yo, cuando yo quiera, te daré la libertad.
SALVO.— ¿Y cuándo querrás darnos esa libertad… Mano?
MANO.— (El Mano lo mira asombrado por el nombre que le ha dado. Luego mira su mano derecha. Entonces comprende) Cuando haya terminado de revertirlos a… Mano.
SALVO.— ¿A Mano?
MANO.— Cuando sus cerebros piensen como nuestros cerebros.  Cuando los Hombres piensen igual que nosotros, los… Manos. Ustedes son dos humanos difíciles. No creímos que ningún humano llegase hasta aquí. Pero ustedes llegaron. No podemos desperdiciar hombres como ustedes haciéndolos hombres robot. Mucho mejor es hacerlos trabajar de nuestro lado.
SALVO.— ¡Estás frito si pensás semejante cosa! ¡Vos sos el enemigo!
MANO.— “El enemigo” es sólo cuestión de matices, Hombre. Cuando los haya sometido al tratamiento de rayos serán tan “Mano” como yo. Y podrán volver al estadio de River Plate, y entrar tranquilamente, y hablar con sus jefes y convencerlos de que les conviene rendirse.
SALVO.— No sabés la resistencia que pueden tener los seres humanos. No podrás doblegarnos, Mano.
MANO.— (El Mano lo mira con tristeza, pensando que ellos, los Manos, creían lo mismo. Luego acomoda unos emisores de rayos, que centellean) No se vive tan mal pensando como un Mano, Hombre. Ya lo verás. Empezaremos el tratamiento de rayos. Es un proceso largo, y no debe ser interrumpido. Ya verás, Hombre. Trabajarás por la misma causa que nosotros, y te sentirás feliz.
SALVO.— ¡Antes muerto, Mano!
MANO.— Hombre, Hombre… ¿Qué sabes tú de la muerte? (El Mano manipula los controles) 
FRANCO.— (Franco se convulsiona) ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! (Se retuerce)
MANO.— ¿Qué pasa? ¿Qué le pasa?
FRANCO.—  (en pleno ataque de epilepsia, echa espuma por la boca, etc.) ¡Ah! ¡Aaaaah!
SALVO.— ¡Epilepsia! ¡Seguro que el teledirector le lastimó la médula!
MANO.— (Sacudiendo a Franco, asustado) ¡Hombre! ¡Hombre! ¡No te vayas! ¡No puedo perderte! ¡Hombre! ¡Hombre! (Franco sufre un desmayo, queda inmóvil.)
SALVO.—  Creo… que ha muerto, Mano…
MANO.— ¡¡NO!! No, no ha muerto. Seguro está desmayado, solamente… (va a soltar a Franco, y de pronto recapacita) No… Podría ser una trampa… El Hombre podría estarme engañando…(Toma una púa, una especie de bisturí o sangrador, y corta la mano de Franco. Sale abundante sangre. Se inclina sobre Franco. Le levanta un párpado)
MANO.— Está muerto… ¡¡NO!! No, no está muerto. Respira. Se ha desmayado. Sólo se ha desmayado… (se inclina en el asiento, su mano derecha toca unos botones, se abre el cinturón de seguridad que retenía a Franco. Va a tomarlo para levantarlo) Vení, hombre. Enseguida estarás bien…(Franco le pega una fortísima trompada en el estómago. Inmediatamente le pega un golpe de karate en la frente. El Mano vacila un momento, y cae. Franco espera un momento, y luego se inclina en el asiento de Salvo)
SALVO.— ¡Grande, Franco! ¡Qué artista se perdió la tele!
FRANCO.— Control mental, Juan. A ver si puedo soltarlo, Juan… (Luego de algunos intentos, se abre el cinturón de Salvo).
SALVO.—  ¡Increíble! ¡Tenemos un invasor a nuestros pies! ¡Hay… hay que sacarlo de acá, antes que los hombres robot se den cuenta… y los cascarudos…(Levanta al Mano, para llevarlo. Franco prepara una trampa con varias granadas en la consola. Salen corriendo del kiosco, llevándose al mano. En proyección se ve el kiosco iluminado, que de pronto estalla. Vemos a la pareja que corre con el mano en el proscenio, y cae el telón sobre el estallido. Oscuridad)

CUADRO  6

(En el proscenio, a telón caído. El trío ha salido por un ángulo del escenario, y del otro los llama Susana, aún con el traje aislante, armada)
SUSANA.—  ¡Franco! ¡Juan!
FRANCO.—  ¡Es Susana! ¿Estás bien?
SUSANA.—  (Se aproximan) Sí… ¡Carajo, ¿qué tienen ahí?! ¿¡Un INVASOR?!
FRANCO.— ¡Así parece! ¿Hicimos buen trabajo, eh?
SALVO.— ¡Salgamos de aquí! ¡A ver si podemos llegar a la cancha de River!
SUSANA.—  Lo dudo, Juan… Yo ni siquiera pude arrimarme al pabellón de la orquesta. Esos hombres robot están por todas partes. Me fui metiendo de casa en casa.  ¿Qué pasó con su traje aislante?
FRANCO.— Ya no hace falta. Fijate los hombres robot. Si nevara, los matarían a todos.
SUSANA.—  (Quitándose el traje aislante. Debajo tiene pantalones del ejército tipo bombacha y una blusita corta, negra) ¡Uff! ¡Al fin me puedo sacar esta mierda de goma!
SALVO.— ¿Se van a quedar charlando mucho tiempo? ¿Qué les parece si buscamos una casa y descansamos un rato? Por lo menos, les costará encontrarnos… (Salen hacia foro)

CUADRO 7

(Interior de la casa suburbana tal como se ve en las páginas 158 a 164 de la historieta. Pero actualizada: no habrá una cocina de carbón sino una común de gas, vieja. Sobre la mesa hay restos de la última comida, el sifón y el vino, y la cafetera que se ve en página 160 de la historieta. Entran Salvo llevando el Mano al hombro, Franco y Susana)
SALVO.— Aquí estaremos seguros…
FRANCO.— Mientras no nos descubran…
SUSANA.—  (Abre la canilla para lavarse la cara, pero sólo sale un chorro negro, y nada más) ¡Qué boluda que soy! ¡Me quería lavar la cara! ¿Con qué agua?
FRANCO.— Hay un montón de sifones. Esperá que te ayudo. (Toma un sifón un cajón de soda que hay bajo la pileta y le echa chorros en las manos, sobre la pileta, que ella se arroja en el rostro. Juan deja al Mano —que sigue como un trapo—en una silla contra la mesa. Toma un sifón y lo pone en una pava. Se inclina y abre la garrafa)
SALVO.— Por suerte aquí tienen gas de garrafa… A ver si podemos tomar unos mates.
SUSANA.—  Me mojé toda. Voy a ver si hay otra ropa. Esta tiene un olor a chivo que mata… (Franco ayuda a Salvo. Buscan el mate, bajan la yerba, preparan el mate. Franco se inclina sobre el tacho de basura, y ve un movimiento extraño)
FRANCO.— ¡¡Atrás, Juan!!
SALVO.— (Tomando la ametralladora) ¿Qué pasa?
FRANCO.— (Franco también se arma) ¡Ahí abajo! ¡Algo se mueve! ¡Cuidado! (La bolsa plástica que está bajo la mesa se agita y de pronto se abre. Aparecen varios pollitos)
SALVO.— ¡Pollitos! ¡Esto sí que no lo esperaba!
FRANCO.— ¡C… como si fueran fantasmas…! ¡No creí que quedase ningún animal vivo…!
SALVO.— Una casualidad enorme. Estarían aún dentro del huevo cuando la nevada. A punto de nacer. Aquí está la gallina muerta…(Toma un paquete de arroz. Les pone. En cuatro patas, observan a los pollitos, les hacen “pi-pi”, los acarician, enternecidos)
FRANCO.— ¡Dios mío! ¡Dios mío! Algo tan pequeño, tan insignificante… y quiere decir tantas cosas. La Tierra no está muerta, Juan…(Detrás de ellos, el Mano está reaccionando, se sacude, se mueve. Comienza a estirar la mano por sobre la mesa. Ellos no lo ven)
SALVO.— La Tierra y el hombre no se rinde, Franco. En cuando aniquilemos al invasor todo volverá a renacer, y entonces…
SUSANA.— ( Se ha puesto ropa bonita, y se ha pintado y arreglado. Entra y ve al Mano semiincorporándose) ¡¡CUIDADO!! (Los dos hombres se vuelven y se arrojan al suelo, parapetándose, las armas listas. Susana corre a tomar la suya)
SALVO.— ¡¡EL MANO!!
FRANCO.— ¡Volvió en sí!
SALVO.—  (El Mano se incorpora, vacilante sobre sus piernas) ¡No te muevas! ¡No te muevas!
MANO.— (Hace unas señas con la mano derecha, hasta que puede hablar) No… No, no. No hacen falta ya sus armas, Hombres… La Guerra ha terminado para mí. (Hace una especie de risa, que sigue en una especie de tos, y debe sentarse) Si hubiese querido… si hubiese querido seguir el combate, los habría aniquilado… antes de que se diesen cuenta… Pero… Ya pasó todo para mí… Todo… Y, la verdad… no me quejo. Venir tan lejos, tan lejos… (Oesterheld dice “era curioso el cambio operado en el Mano. Las líneas del rostro, duras antes, se habían esfumado, dándole una serena expresión de nobleza”. Recorre con la vista toda la habitación) tan lejos… (intenta tomar la cafetera. Los hombres se han distendido) Alcáncenme… esa escultura…
SUSANA.—  ¿Qué escultura?
MANO.— Esa escultura… por favor. En la gracia de ese cuello hay siglos de arte…
FRANCO.— (Le da la cafetera) No es una escultura, Mano. Es una cafetera.
MANO.— Ignoro lo que es eso. Posiblemente… un artefacto doméstico… (Admira lentamente la cafetera) ¿Se dan cuenta los Hombres… de todas las maravillas que los rodean? ¿Tienen idea de cuántos mundos habitados hay en el Universo, y de cuán pocos son los que han florecido en objetos como éste? Allá… en nuestro planeta, hay un objeto parecido. Sirve para una ceremonia muy bella… todas las tardes… cuando se ponen los dos soles… El nombre… no les diría nada. Además… me queda demasiado poco tiempo para gastarlo en explicaciones. Mejor gozar con la proximidad de tanta belleza… Cada cosa irradia aquí milenios de inteligencia… milenios de arte… milenios de ternura… Lástima… lástima no tener más tiempo. Saber por qué ese recipiente es cilíndrico (la botella de vino), por qué tiene molduras esa caja grande (la heladera), por qué humea ese objeto que tienen en el fuego. Qué significa ese recipiente con un pico alargado y brillante. Qué representan las delicadas manchas negras de esos cilindros (las cacerolas). Qué gases producen ese oscurecimiento degradado… Qué significas las láminas adheridas a las paredes. Lástima… Lástima… (Mira al grupo) Lástima que ustedes los Hombres sólo dan valor a lo raro. No aprecian lo que abunda. Les atrae más una moneda de muchas iguales, que una pluma siempre distinta de las infinitas plumas, que una hoja siempre nueva en las infinitas hojas.
SALVO.— ¿Por qué hablas en ese tono, Mano? ¿Es una trampa, acaso? ¿O estás enfermo? (La piel del mano debiera irse poniendo cenicienta. Si esto es muy difícil el actor deberá trabajar la agonía “extraterrestre”)
MANO.— (Mira largamente a Salvo) Así es, Hombre. Me estoy muriendo…
FRANCO.— ¡Cuidado, Juan! ¡No se olvide que yo lo engañé con una treta parecida!
MANO.— No, Hombre. Me muero de verdad. Si no querés acercarte, no lo hagas.
SALVO.— ¿El golpe de Franco fue demasiado fuerte? ¿Te produjimos heridas internas?
MANO.— No… No fue por el golpe. Fue por el miedo. El miedo, sí. El miedo a verme atacado. A nosotros, los… “Manos”, como dicen ustedes, nos han colocado una glándula artificial, en el cuerpo… Cuando un peligro grande los amenaza a ustedes, los Hombres, una glándula vierte adrenalina, para que enfrenten el peligro. A nosotros nos pasa igual. Pero la sustancia que se vierte en nuestro organismo es un veneno. Un veneno que nos mata inexorablemente.
SALVO.— ¡Pero… ¿a qué civilización pertenecés,  que pone esa glándula en sus soldados? ¿Por qué algo tan cruel?
MANO.— No es mi civilización, Hombre. Son nuestros amos quienes ponen esa glándula, para tenernos seguros. Saben que el terror que nos produciría una rebelión nos mataría. Entonces, aceptamos todo… sin reaccionar.
FRANCO.— ¿No podemos extirparla? ¿No podés salvarte?
MANO.— Los que intentaron anularla… murieron por el sólo terror de intentarlo…
SALVO.— ¡Un momento! Dijiste: “Son nuestros amos quienes ponen esa glándula”. ¿Qué amos? ¿El gobierno de tu planeta? ¿Tus generales, los que comandan tu invasión…?
MANO.— (Oesterheld dice en la historieta: “demoró en contestar, creo que por piedad. Como si supiera lo aplastante, lo satánica que nos resultaría su respuesta. Tanto demoró, que creímos que no hablaría más. La piel se le oscurecía, se marchitaba”) Los Manos vivíamos en un planeta cubierto por la nieve. Nada más hermoso que nuestros glaciares, con el juego cambiante de la luz de nuestros soles sobre las montañas de hielo. Pero un día vinieron ELLOS (Pronuncia “Ellos” como mordiendo las palabras, dándoles un significado de odio). Nos vencieron. Y para que quedáramos por siempre domesticados, nos insertaron la glándula del terror. Nos sacaron de nuestro planeta, y nos llevaron a mundos lejanos. Nos usaron como fuerza de choque para conquistar otras razas. Entre ellas los… “cascarudos”. A todas las razas le encuentran ocupación. En la guerra. O en las minas de sus planetas.
SALVO.— ¿Quiénes son ELLOS, Mano? ¡¿Quiénes son ELLOS?!
MANO.— (Miedo) ¡ELLOS son el odio cósmico! ¡ELLOS quieren para sí el Universo todo! ¡ELLOS nos obligan a destruir y a matar, a nosotros, que sólo vivíamos pensando en lo bello! ¡ELLOS transformaron en máquinas a los cascarudos, que no hacían otra cosa que vivir de los jugos de las flores de su planeta! ¡ELLOS… ELLOS capturaron a los Gurbos… las fieras más feroces del Universo… para lanzarlas contra quienes se resisten demasiado! ¡Ya tienen listos a los Gurbos para usarlos contra los Hombre! ¡Pero…! Pero… ¿Por qué hablas tanto, Mano? Te mueres… ¿Qué importan ya los cascarudos, los gurbos, los… ELLOS…? Piensa en casa… Piensa en casa…  (Canta suavemente, con un ritmo atonal) Mimmnio… athesa… eioio… Mimmnio… athesa… eioio… Mimmnio… athesa… eioio… Mimmnio… athesa… eioio… (va decreciendo hasta callar) (Todos se quedan inmóviles un momento)
TELÓN
ACTO 3
PERSONAJES: MAYOR; Favalli; JUAN SALVO; ALBERTO FRANCO; HERIBERTO MOSCA; SUSANA OLMOS; SOLDADOS: Varios, sin trajes aislantes; GURBO: Monstruo enorme, basado en la historieta. Puede ser un títere gigante; ELENA; MARTITA; SOLDADOS—HOMBRES ROBOT: Vestidos de soldados con cascos de distinto color, sin teledirector en la nuca. MANO VIEJO. Similar al anterior, pero envejecido. HGO; LUCAS HERBERT; POLSKI
CUADRO 1
(A telón cerrado, se sienten pasos muy pesados, como los del tiranosaurio de Jurassic Park, producidos por sonidos de baja frecuencia tipo sensorround. Tienen que ser muy impresionantes, y dar la sensación de que el teatro se mueve. Se oyen varios pasos. Ruido de derrumbe, combinado con sonidos de baja frecuencia. Termina el ruido de derrumbe)
MAYOR.—  ¡No podemos esperar más! ¡Las Heras está despejada! ¡Avancemos por ahí! (Ruido de motores pesados, que salen hacia un lateral, efecto de sonido estereofónico)
FAVALLI.— (Grito angustiante, de hombre atrapado bajo escombros) ¡Juan! ¡Juan! (Se alza el telón.)
CUADRO 2
(Plaza Italia. Frente de Santa Fe, estatua de Garibaldi y los edificios de detrás. Se conserva todo bastante bien, aunque hay signos de deterioro de una semana tal vez. La nieve mortal ha desaparecido. Los árboles están muertos y puede haber algún auto chocado, ómnibus, lo que quede bien. Hay armas abandonadas, cañones pesados, lanzamisiles portátiles y sobre cureñas. Sobre un lateral se ha derrumbado un edificio cerrando Santa Fe sobre el Botánico, y de allí vienen los gritos de Favalli. Los últimos soldados salen por foro, hacia Las Heras. Salvo, Franco y Susana van a seguirlos, pero Salvo oye los gritos)
SALVO.— ¡Es Fava! ¡Escuchen! ¡Favalli está vivo, bajo el edificio derrumbado!
FAVALLI.— ¡Juan! ¡Ayudame, Juan!
SUSANA.—  Es cierto, Juan. Pero… tenemos que seguir al Mayor. Fue una orden…
FRANCO.—  ¿Y dejar a Favalli entre los escombros? ¿Qué te pasa, Susana? ¡Vamos, Juan!
SUSANA.—  (Está algo rara. Como si tuviera que pensar las cosas antes de decirlas) Es cierto. Vamos… (Los tres corren hacia los escombros. Antes de que lleguen se incendian los escombros. Se producen llamas todo a lo largo de los escombros. En lo alto aparece una esfera como la que viéramos en el 2° Acto sobre River Plate. No debe ser notable para el público) ¡Cuidado! ¡Fuego!
FRANCO.—  ¿Fuego? ¿De dónde sale?
SALVO.— ¡Fava! (Salvo comienza a trepar por los escombros. El fuego se hace más fuerte. Retroceden)
FRANCO.— ¡Cuidado, Juan! ¡El incendio aumenta de intensidad!
SUSANA.—  ¡Es inútil, Juan! ¡No podremos hacer nada!
FRANCO.— ¡JUAN!
SALVO.— ¡Fava está ahí, vivo! ¡Dejame, Franco!
FRANCO.— ¡No, Juan! ¡No podés hacer nada! ¡Te vas a quemar vivo! (Salvo vacila, pero las llamas aumentan, y retrocede. Comienza a caminar hacia el foro de Las Heras, con Susana adelante y Franco consolándolo)
FAVALLI.— ¡Juaaaaaan!
SALVO.— (aparta a Franco, y corre hacia las llamas. Se mete entre ellas, parece que lo queman. Se vuelve hacia Franco)¡No me queman, Franco! ¡Estas llamas no son reales! ¡No queman! ¡Ya voy, Fava!
FRANCO.— Llamas que no queman… (Mira hacia el cielo) ¡Ya sé lo que es eso!
SUSANA.—  (Aferrando a Franco, para sacarlo de allí) ¡Juan ya no tiene remedio, Franco! ¡Vámonos! ¡El Mayor nos necesita!
FRANCO.— ¡No son llamas reales, Susana! ¡Debe haber un aparato…!
SUSANA.— (lo besa apasionadamente) Te lo pido por mí, Franco. ¡Por nosotros! ¿No podés entenderlo? ¡Dejemos a Juan Salvo, y retirémonos con los soldados! (Franco la aparta, nervioso, impresionado, acaso desconcertado. Sigue buscando el aparato arriba. Salvo retira escombros entre las llamas, que los rodean completamente. Susana lo toma de la ropa, tira de él. Franco descubre la esfera, pero no la señala directamente. Toma un lanzamisiles del suelo, de entre otras armas. Y repentinamente apunta a la esfera, al cielo. Dispara un misil) ¡Nooo!  (Estalla la esfera en el cielo, y desaparecen las llamas. Favalli sale de entre los escombros, cojeando un poco, pero apenas un rato. Susana se aparta de Franco)
CUADRO 3
(Reingresan los soldados desde Las Heras. Son apenas diez, más o menos, más el Mayor y Mosca. Vienen derrotados)
FAVALLI.— ¿Otra alucinación, Franco?
FRANCO.— Sí, Favalli. Como los fantasmas de la cancha de River. Los demás se fueron por las Heras…
SALVO.— Ahí vuelven…
FAVALLI.— Vuelven… algunos. ¿Qué pasó con los demás?
SALVO.— Parecen… fantasmas…(Llegan los soldados, cabizbajos. Se sientan en las escalinatas del monumento, en las sillas de la plaza. Hay gran sensación de derrota)
FAVALLI.— ¡Mayor! ¿Y el resto de las tropas…?
MAYOR.—  Ah, Favalli. Me alegro de verlo vivo. Esos derrumbes… esos derrumbes uno detrás de otro, esos martillos neumáticos gigantes que venimos oyendo… no fueron más que un brete. ¿Sabe lo que es un brete, Favalli?
FAVALLI.— Claro. En el campo, se hacen corrales que se van achicando para que la hacienda vaya tomando una dirección de marcha, hacia…
FRANCO.— Hacia la manga. La manga que conduce…
MAYOR.—  …al matadero… Tendría que haberme dado cuenta. Esa marcha que hicimos desde la cancha de River. Los edificios que se caían a los costados, que no dejaban pasar las tanquetas, los cañones… Sin darnos cuenta, sin que yo, que era el jefe del Comando de Resistencia Argentino, me diera cuenta. En realidad, nos estaban haciendo un brete. Por donde nos fuimos metiendo, hasta llegar aquí, a Plaza Italia. Y la manga final fue Las Heras. Los derrumbes y las llamas empujaron a todos los soldados por Las Heras. Y allí…
SUSANA.—  ¿Y allí?
MAYOR.—  Allí nos irradiaron. Había una batería de rayos dentro del Zoológico, dentro del Botánico. Yo… no sé cómo nos salvamos nosotros… no lo sé…
FRANCO.— ¿Cuál es su orden ahora, señor?
MAYOR.—  ¿Orden? Franco, esto es el fin. La única orden, mi última orden, es… “sálvese quien pueda…” Cada uno quedará a cargo de su suerte. Desde este momento he dejado de ser el jefe. (Todos quedan en silencio, amargados, pensativos. Se produce otro temblor de pasos gigantes. Sigue otro ruido de derrumbe de edificios)
MOSCA.— El Mayor no quiere decirlo, Juan. Pero los que nos salvamos somos los que lo vimos meterse entre las llamas para sacar al señor Favalli. Todos —incluido el Mayor— nos demoramos para ayudarlo. Y eso nos salvó.
FAVALLI.— ¡Arriba ese ánimo, amigos! ¡Nos quedamos sentados aquí, mano sobre mano, como si fuera una tarde de domingo y estuviéramos esperando turno para entrar a la Rural! ¡Tenemos que seguir esta lucha hasta que quede el último de nosotros! ¡Aquí donde estamos nos pueden barrer en cualquier comento con…!(Se produce otro temblor de pasos gigantes, más alto. Ruido de caída de edificios. Todos se vuelven hacia el frente de Santa Fe de la Plaza Italia)
FRANCO.— Los martillos neumáticos gigantes.
MOSCA.— ¡Más cerca que nunca! (Se produce otro temblor de pasos gigantes, más alto. Ruido de caída de edificios)
SALVO.— ¡Están viniendo! ¡Lo que sea, está viniendo hacia nosotros…!
MAYOR.—  (Corriendo hacia los cañones) ¡Todo el mundo a cubrirse! ¡Busquen las armas más pesadas! Vigilen Serrano y también Thames! ¡No sabemos por cuál calle vienen! (Se produce otro temblor de pasos gigantes, más alto. Ruido de caída de edificios. Todos se han parapetado detrás de las cosas más sólidas, formando un arco)
FRANCO.— ¡Dios mío! ¿Contra qué nos enfrentamos? (Se produce otro temblor de pasos gigantes, más alto. Ruido de caída de edificios)
MAYOR.—  ¡Atentos! ¿Nada por Serrano?
MOSCA.— ¡Cayó un edificio! ¡Pero no se ve a nada que avance!
MAYOR.—  ¿Y en Thames?
SALVO.— ¡Nada, señor!
FRANCO.— ¡Señor! ¡Ya sé lo que está pasando…! ¡No vienen por Thames, ni por Serrano! ¡Vienen… A TRAVÉS DE LA MANZANA!
CUADRO 4
(Se produce otro temblor de pasos gigantes, más alto. Tambalean los edificios del frente de Santa Fe, vacilan y se derrumban, entre gran estrépito y polvo. Cuando se despeja el polvo aparece un GURBO. Es un monstruo gigante, cuadrúpedo, del tamaño de los edificios. Ver el dibujo de la historieta. Se puede presentar a través de un títere gigante. Por la zona del “pecho” tiene un pequeño aparato tipo teledirector que titila)
MAYOR.—  ¡¡FUEGOOOO!! (Todos disparan contra el Gurbo, toda clase de proyectiles. Se producen una gran cantidad de efectos especiales de estallidos, humo, etc. Cuando se disipan los efectos especiales, el Gurbo permanece intacto, amenazante. Se inclina y atrapa a un soldado con las mandíbulas, destrozándolo. Le arrojan otro misil, que no le hace nada. El Gurbo avanza lentamente hacia ellos, aplastando un auto, tanque u objeto significativo. A cada paso resuena el sonido supergrave que se oía antes)
MAYOR.—  (Poniéndose de pie) ¡Amigos ¡esta es el arma más formidable jamás contemplada por ojos humanos! ¡Lo siento, sólo nos queda retirarnos! ¡Probemos por la Avenida Sarmiento! ¡Mantengámonos unidos! (Todos comienzan a incorporarse y avanzar hacia foro cuando, sin que se mueve el Gurbo, resuenan nuevamente los pasos con sonido ultra bajo. Los hombres se detienen, asustados)
FRANCO.— (Señala) ¡Otro Gurbo por Sarmiento!
MOSCA.— ¡Y otro por Las Heras!
SUSANA.—  Esto es el fin, Hombres…
MAYOR.—  Me temo que la soldado Susana Olmos tiene razón. Amigos míos. Esto sí es el fin…(El Gurbo se mueve lentamente hacia el grupo)
SALVO.— ¿Por qué tan despacio? ¿Por qué no nos aplastan de una vez por todas?
FAVALLI.— Quizás no puedan moverse muy rápido en esta gravedad, Juan. Quién sabe de qué planeta vienen… O quizás están esperando la orden del amo que los maneja…(El Gurbo sigue avanzando muy lentamente. A cada paso resuena el sonido ultrabajo)
FRANCO.— (Sale corriendo hacia un costado, con un rifle en la mano) ¡Un momento!
SUSANA.—  ¡Franco! ¿Dónde vas?
FRANCO.— ¡El profesor dijo que alguien los mandaba!
SUSANA.—  ¡Van a matarte, Franco, volvé!
SALVO.— (Salvo toma de la muñeca a Susana, que sigue resistiéndose para seguir a franco) Dejalo, Susana. Tal vez descubrió algo. Y todos vamos a morir, igual…
SUSANA.— ¡Soltame, carajo! (Franco, subido a un vehículo u otro objeto cercano, incluso a la estatua de Garibaldi, dispara su rifle contra el Gurbo. El Gurbo da otro paso. Franco dispara nuevamente. Le acierta en el teledirector titilante, que se apaga. El Gurbo se queda inmóvil un momento. Luego cabecea a los lados, como desconcertado. Emite un chillido fortísimo, chirriante. Comienza a revolverse como un león enjaulado, empujando cosas. Los humanos festejan)
SOLDADO UNO.— ¡Gol de Boca!
SOLDADO DOS.— ¡Franco! ¡Franco!
FRANCO.— ¡Le acerté al teledirector! ¡Era esa cosa que brillaba, debajo de su cuello!
MAYOR.—  ¡Atención, los mejores tiradores! ¡Disparen contra los teledirectores de los Gurbos de Avenida Sarmiento y de Las Heras! ¡A ver si nos los sacamos de encima!
FAVALLI.— Acerquémonos, Juan.
SALVO.— ¿Qué? ¿A quién?
FAVALLI.— Al Gurbo. Creo que ahora, sin teledirector, no es un peligro. Y quiero ver de cerca su estructura. ¡Imaginate! ¡Es una bestia interplanetaria, viva, suelta! (Favalli avanza hacia el gurbo, por el costado)
FRANCO.— ¿Dónde va el profesor?
SALVO.—  (Siguiendo a Favalli) ¡A ver al Gurbo! ¡Vení!
MOSCA.— ¡Esperen! (Mosca los sigue. Enseguida los sigue Susana. Escondidos junto al Gurbo, lo observan evolucionar y de vez en cuando emitir su chillido espantoso. A cada paso suenan los golpes extra bajos. De pronto el Gurbo es bañado por una luz de color, muy intensa)
FRANCO.— ¿Qué pasa ahora?
SALVO.— ¡El rayo! ¡Al suelo! (El Gurbo chilla una vez más y se desploma, con gran estrépito. Se oyen chillidos y ruidos por todas partes. El Gurbo cubre al grupo del rayo que dispara otra vez, iluminándolo plenamente. Cesa el rayo, y no se oyen más pisadas de gurbos. Profundo silencio. El grupo sigue agazapado detrás del animal caído)
SUSANA.—  Estamos vivos.
SALVO.— Sí. El Gurbo nos protegió del rayo. Estamos vivos… y solos.
FAVALLI.— (Incorporándose lentamente) ¡Dios mío! ¡Todos… todos los demás! ¡El Mayor! ¡Todos los soldados… y los Gurbos…!
FRANCO.— ¡Cuidado, profesor!
SALVO.— ¡Franco tiene razón! ¡Aprovechemos el momento, antes que adviertan que hay alguien vivo y vuelvan a irradiarnos! ¡Huyamos!
SUSANA.—  ¿Por dónde?
SALVO.— ¡Por el subte! (El grupo se mete en la estación Plaza Italia del subte de la línea E)
CUADRO 5
(Terrazas frente a Plaza Congreso. No dan directamente a la Plaza, sino que otro edificio más alto les corta el horizonte. Hay un resplandor en la plaza de los dos Congresos, que ilumina el edificio que se interpone ante ellos. Terraza típica, con los artefactos, acondicionadores de aitre, mugre, etc., que es habitual en las terrazas de servicio de la zona céntrica. Salvo, Favalli, Franco, Mosca y Susana avanzan entre los desechos. Susana se muestra nerviosa en todo momento, queriendo apartarse del grupo pero como siendo obligada a integrarlo)
SALVO.— El resplandor viene de la plaza de los Dos Congresos.
FRANCO.— Hasta ahora tuvimos suerte, Juan, y pudimos llegar hasta aquí. Pero no creo que nos podamos asomar a la Plaza. Debe haber buena custodia…(Se produce un temblor de marcha de gurbos. El grupo se asoma a una calle lateral, que el espectador no ve. Pasan luces por debajo, iluminándolos. Suenan chillidos de gurbos y ruidos de motores. El ruido se aleja y entonces hablan —porque es imposible hablar con el ruido—)
FAVALLI.— Los ejércitos del invasor marchan sobre la ciudad…
FRANCO.—  Hombres robot, cascarudos, gurbos. Y los Manos en sus pequeñas naves voladoras. ¡Cristo, se creen dueños de Buenos Aires!
SALVO.— Y quizás… de la Argentina. O del mundo…(Por el cielo cruzan tres señales de misiles. Se oye un silbido sordo. Salvo los señala. En la plaza, del otro lado del edificio, se producen estallidos. Rayos mortales suben, iluminando todo, hacia los misiles. Los misiles siguen cayendo, hacia Buenos Aires)
FRANCO.— No entiendo… Irradiaron a los misiles, desde la Plaza de los Dos Congresos… pero los misiles siguen avanzando. Se están posicionando…
FAVALLI.— Creo que… ¡Cubrámonos! ¡Rápido! (El grupo se arroja al suelo, entre las construcciones de la terraza. El edificio que está delante de ellos, el que obstruye la visión de la plaza, estalla y se derrumba. Se despeja la visión de la plaza. El espectador verá la estatua a los Dos Congresos y la parte superior de la cúpula luminosa cuartel general. También se ven las antenas de forma extraña. Comienzan a asomarse cautelosamente)
MOSCA.— ¿Qué pasó?
SALVO.— ¡Borraron a todo el edificio que estaba delante nuestro! ¿Cómo sobrevivimos?
FAVALLI.— Creo que lo entiendo, Juan. Ese rayo anuló la carga atómica que seguro traían esos misiles. El destrozo fue causado por el simple impacto de un proyectil supersónico. Le acertó al edificio, y lo destruyó…
FRANCO.— (Se ha asomado a la parte de la plaza, que el espectador no ve) ¡Y ahora podemos ver toda la Plaza! ¡Miren!
SALVO.— ¡El Cuartel General de los ELLOS! Las naves… que caían del cielo. Los aparatos voladores… ¡Y esa enorme cúpula brillante, fluorescente… allí deben estar los mismísimos ELLOS…!
MOSCA.— ¡Miren, hay Gurbos en aquellas jaulas! ¡Y cascarudos!
SUSANA.—  Son demasiado poderosos para nosotros. Deberemos entregarnos…
FRANCO.— (Mira a Susana sugestivamente) Susana…
SALVO.— Allí debe estar el corazón de la invasión. Es enorme… y parece tan frágil… Pero debe tener un campo de fuerza para que nada la toque. Ha englobado al monumento a los Dos Congresos. Como una ameba. Miren, un cóndor parece enredarse en la gelatina de la cúpula…(De pronto, Susana besa apasionadamente a Franco, que se deja al principio, pero luego se resiste, y la aparta tirándola de los pelos)
SUSANA.—  (Como reprochándole) ¡Franco!
FRANCO.— ¡Basta, Susana, por favor! ¡Este no es el momento!
SUSANA.—  (Vuelve a besarlo apasionadamente) ¡Sí lo es, Franco! ¡Besame, por favor, besame, abrazame, apretame!
FRANCO.— (La mira manteniéndola apartada tirándola de los cabellos) Susana…
SALVO.— ¿Qué pasa, Franco?
FRANCO.— Nada, nada. Permítanme un momento. Enseguida volvemos…
SUSANA.—  ¡Franco!
FRANCO.— (Apartando a Susana a un costado, sobre la terraza) Vení, Susana. Quiero hablarte a solas… (Se apartan)
SUSANA.—  Franco… Yo te amo… Y vos me amás. Decime que es cierto. ¡Decímelo!
FRANCO.— Sí, Susana. Pero no es el momento… Además…(Ella lo besa apasionadamente. Él intenta separarla, pero ella se prende, lo sigue besando, hasta que él cede, y comienza a besarla tiernamente, acariciándola. El resto del grupo los mira desde lejos. Siguen con las caricias hasta que ella comienza a jadear teniendo un orgasmo. El jadeo se acelera y comienza a gritar, como en un orgasmo, pero enseguida grita mucho más agudo, con desesperación. La glándula del terror se está volcando en su cuerpo. Grita más y más, y de pronto se desmorona en los brazos de Franco)
SUSANA.—  Al fin… Al fin…
FRANCO.— ¡Susana! ¿Qué…?
SUSANA.—  (Lo mira con lástima) Lo que te imaginás, Franco… Sabía que… podía llegar al clímax. Te amo tanto… Y sabía que… un clímax iba a derramar la glándula del miedo… dentro de mi cuerpo…
FRANCO.— ¡Susana!
SUSANA.—  Me la implantaron cuando me dejaron sola… frente a las Barrancas de Belgrano, Franco. Fue muy doloroso… Pero luego… me dieron algo… que me hizo olvidarlo. Lo olvidé completamente. No lo recordaba cuando los encontré… No sé si debía recordar que me la implantaron, que me convirtieron en Mano. Me parece que no. Me parece que me iban a usar sin que yo lo advirtiese… Pero… estuve con ustedes en la cocina donde… nacieron los pollitos… Y vi cómo se moría el Mano… y eso… empezó a despertarme el recuerdo. Hasta que SUPE que la tenía dentro de mí… Porque empecé a recibir órdenes, Franco… Los estuvieron controlando… a través de mí. Están perdidos… por mi culpa. Perdoname…
FRANCO.— ¡Dios mío, Susana! ¿Por qué no me lo dijiste? (Salvo y Favalli se aproximan. Mosca queda detrás)
SUSANA.—  Qué joda, Franco. Qué joda… La muerte está tan cerca, Franco… ¿Sabés…? Ellos no son invulnerables… y nosotros, los humanos, demasiado inteligentes… Ellos no son invulnerables, Franco… Cuando… cuando  empezamos a caminar fuera de River… llegó todo el recuerdo. Llegó todo… con dolor.  Supe qué era. Recordé la captura, el implante. Y entonces… luego… me sentí bien. Me llené de orgullo. Así funciona, ¿sabés? Una se siente parte del plan de conquista, cree que hace algo por una causa que para alguien es justa… No importan los medios… porque el objetivo final es bueno… nos parece bueno… con el cerebro lavado. Pero es… mentira.  Es sólo… su estrategia para dominarnos… (Mira al grupo que se ha reunido alrededor) Ustedes… nunca se rindan… Nunca bajen los brazos… El que quede vivo… siga peleando… Háganlo por mí…
FAVALLI.— Susana… Provocaste la rotura de la glándula… Te sacrificaste para salvarnos. Lo que hiciste es realmente…
SUSANA.—  Favalli… por favor… discursos no… Pavadas no… (se retuerce de dolor) Ahora… comprendo al Mano… Uno quiere… una canción de cuna… para morirse…
FRANCO.— (Se arrodilla junto a ella y le canta al oído, con voz quebrada, mientras la acaricia como a un bebé) “Arrorró mi niña, arrorró mi sol… arrorró pedazo, de mi corazón… Esta niña linda… se quiere dormir… y el pícaro sueño… no quiere venir…”(Ella ha muerto. La deja en el suelo. El grupo vuelve junto a la cornisa que da al edificio destruido y la plaza de los Dos Congresos)
FRANCO.— Dijo que moriremos… pero que los Ellos no son invulnerables…
SALVO.— Dijo… que no debemos rendirnos…(Suena una chicharra parecida a la que sonara en el kiosco de música de Barrancas de Belgrano, en el 2° acto. Un buscahuellas recorre los edificios. Miran hacia abajo)
SALVO.— Nos descubrieron.
FRANCO.— Seguro recibieron la señal de la muerte de Susana…
MOSCA.— ¡Miren la cantidad de hombres robot que se vienen! ¡No creí que hubiera tantos sobrevivientes!
FAVALLI.— Vámonos. No nos queda más remedio que huir del campo de batalla… (Choca contra una pared de vidrio, en la mitad de la terraza) ¡Uff!
SALVO.— ¿Qué te pasó, Fava? (choca él mismo con el vidrio) ¿Qué es esto?
FRANCO.— (Palpando el aire) ¡Es como una pared de vidrio… cruzando toda la terraza!
MOSCA.— ¡Un campo de fuerza! ¡Nos han aislado con un campo de fuerza! (Varios hombres robot empiezan a aparecer en la terraza, saliendo de debajo o trepando paredes por estrechas escaleras)
FAVALLI.— Hombres robot. Seguro que ellos pueden atravesar el campo de fuerza… hacia nosotros. Van a fusilarnos.
FRANCO.— Lo dijo Susana… Tenemos que morir porque somos inteligentes… y descubrimos sus puntos vulnerables… Sus puntos vulnerables…
SALVO.— Moriremos al pie del cañón, muchachos. Rodilla en tierra y a atajarlos.
FRANCO.— (Salta sobre el parapeto y se para mirando hacia la Plaza) ¡El monumento!
FAVALLI.— ¿Qué hacés, Franco? ¡Van a barrerte ahí arriba!
SALVO.— ¿Importa, Fava?
FAVALLI.— No, claro…
MOSCA.— Tiremos sobre seguro, muchachos. Cuando se les vea el blanco del ojo…
SALVO.— Ni que fuéramos el Sargento Kirk y sus amigos… contra los sioux de Águila Negra…
FRANCO.— (Armando un misil portátil) ¡El monumento! (Salvo, Favalli y Mosca comienzan a disparar contra los hombres robot, que caen en montón. Franco dispara el misil. La estatua a los Dos Congresos se derrumba. Se produce un enorme estallido en la cúpula, debajo, detrás de los edificios, en la Plaza de los Dos Congresos)
FRANCO.— ¡Lo hice! ¡Les puse un misil en la base de la estatua, y la cúpula del Comando Central se hizo moco!
FAVALLI.— ¡Carajo! ¡Apoyémoslo disparando sobre lo que queda, mientras no tengan defensas! (Se parapetan y empiezan a disparar hacia abajo. Los hombres robot se han quedado inmóviles. De pronto, de la plaza sube una nave espacial, un globo luminoso enorme, que los ilumina y se pierde en la altura. Los cuatro se quedan inmóviles, mirando cómo el aparato se pierde en el aire tipo OVNI)
MOSCA.— Se fueron…
SALVO.— El campo de fuerza ha desaparecido…
FRANCO.— ¡Los vencimos!
FAVALLI.— Ganamos el primer tiempo, Franco. El primer tiempo.
SALVO.— ¡Vámonos, rápido! ¡Se fueron dejando a gurbos y a cascarudos sin control alguno! ¡Esto pronto será zona de desastre! (Bajan de la terraza. Telón)
CUADRO 6
(Salvo, Favalli, Mosca, Franco, Elena y Martita, vestidos con ropas civiles, de campo, pero todos armados.  Están en un camino descampado de la provincia, pelado y sin verde. Pequeñas lomas. Al fondo del camino han dejado un camión en el que vinieron. Hay un enorme cartel publicitario que dice: ZONA DE SEGURIDAD DEL GRAN BUENOS AIRES – BIENVENIDOS - NO HAY PELIGRO DE NEVADAS MORTALES CASCARUDOS O GURBOS - AHORA ESTÁN PROTEGIDOS POR EL COMITÉ DE EMERGENCIA)
MOSCA.— (Alegre) ¡Nunca vi un letrero más lindo que este!
FAVALLI.— ¿Por qué no se podría entrar con el camión? Hasta acá, las instrucciones que oímos por radio fueron coherentes…
SALVO.— El Comité tendrá sus razones, Fava. A lo mejor los vehículos atraen a los Gurbos…
FRANCO.— ¡Viva el Comité de Emergencia!
ELENA.— ¿Quieren que les diga? Ahora respiro tranquila… Cuando volvieron a casa… tenía miedo que sólo fuera una trampa más. Cuando sentí el aviso en la radio… tuve más miedo todavía… Y después, eso tan horrible…
MARTITA.— La bomba atómica sobre Buenos Aires…
SALVO.— Bueno, bueno. Piensen que fue como tirar un petardo en Chacarita. Buenos Aires era sólo un gran cementerio. Eso terminó con muchos Gurbos que andaban sueltos. Y esos sí que son peligrosos…(Sobre una lomita aparece una fila de soldados, armados. Todos tienen el mismo fusil, sostenido de la misma manera. Aparecen tiesos, como hombres robot. La familia y amigos callan, temerosos)
MARTITA.— Son soldados, papá…
SALVO.— ¿Será la Comisión de Admisión al campo de refugiados…?
FRANCO.— No parecen alegrarse mucho de nuestra presencia…
FAVALLI.— Como si fuésemos enemigos… Pero…(Los soldados sonríen, todos al mismo tiempo, mecánicamente. Levantan su mano no armada en señal de saludo, al unísono)
SALVO.— (Salvo avanza hacia los soldados, a campo traviesa. El resto lo sigue) ¡Menos mal! ¡Vamos, son amigos! ¡Eh, hola!
SOLDADO UNO.— (Todos levantan sus rifles y los apuntan) ¡Alto! ¡No se acerquen!
SALVO.— ¿Qué pasa, muchachos? Somos terrestres… Somos amigos…
SOLDADO UNO.— Ya lo sé, señor. También nosotros somos amigos. Pero tienen que darnos las armas.
SALVO.— ¿Por qué? ¿No nos tienen confianza? ¿Piensan que somos hombres robot, o que estamos “manificados”?
SOLDADO UNO.— (muy milico profesional) No, señor. No es eso. Pero la orden es que todos los sobrevivientes que llegan deben entregar las armas. Es una orden, y hay que respetarla.
FAVALLI.— Disculpe, oficial… Nosotros también somos desconfiados. ¿Podría sacarse el casco y mostrarnos la nuca, antes de seguir hablando? (El Soldado Uno lo mira primero con desconcierto y luego sonríe. Se quita el casco y se vuelve, mostrando que no tienen teledirector)
MOSCA.— ¡No tienen teledirector! ¡Son humanos!
FRANCO.— ¡¡Esperen!! ¡Oficial! ¿Puede tomar su arma… con la otra mano, por favor? (El Soldado Uno lo mira primero con desconcierto, siempre sonriendo. Luego endurece su cara y levanta el arma, para disparar contra él) ¡Todos al suelo! ¡El teledirector está en el arma! ¡Las púas le entran por la muñeca! (Los soldados disparan contra ellos, que se tiran al suelo y ruedan hasta la zanja)
SALVO.— ¡Elena! ¡Martita! ¡No se separen de mí! (Los soldados siguen disparando sin cubrirse. Caen algunos, muertos por los de Salvo)
FAVALLI.— ¡Era una trampa, nomás! ¡Tenemos que llegar al camión! ¡Vamos a correr por grupos!  ¡Primero vos, Juan!
SALVO.— ¿Por qué yo? ¡Ustedes…!
FAVALLI.— Primero vos, Juan, con Elena y Martita. ¡Nosotros te cubrimos! ¡Ahora!
SALVO.— ¡Vamos, Elena, Martita! ¡Corran agachadas y en zigzag! ¡Vamos! (Salvo, Elena y Martita corren a campo traviesa hacia el camino y el camión, mientras los otros siguen disparando. Se arma una gran batalla, con mucho humo. De pronto, el camión estalla. Salvo protege a sus mujeres, y se arrojan en una zanja)
MARTITA.— ¡El camión, papá! ¡Rompieron el camión!
SALVO.— Sí. No llores, Martita. Vamos a salir de aquí. No se preocupen. ¿Qué pasó con los demás? (Se asoman cuidadosamente. El combate ha terminado. No se ve a nadie)
SALVO.— No se ve nada. Dejaron de pelear…(De una zanja suben la loma dos soldados, y Mosca, Franco y Favalli. Todos parecen hombres robot, todos van con el fusil firmemente agarrado. Se detienen, y saludan todos al mismo tiempo)
ELENA.— ¡Dios mío, Juan! ¡¿Los hicieron… hombres robot?!
SALVO.— No sé, Elena, no sé. Ustedes… corran por la zanja… hacia el lado del camión. Yo… ¿Qué es eso? (Se asoman cuidadosamente. En el fondo del terreno hay ahora una nave alienígena, en forma de ovoide aplastado. Tiene visiblemente una rampa abierta)
ELENA.— ¡Una nave de los invasores!
MARTITA.— Parece abandonada, papá…
SALVO.— No creo que esté abandonada. Debe haber un Mano, cerca, comandando a esos hombres robot. Quizá dejó la nave para estar más cerca de ellos… (salta de la zanja hacia el lado de la nave robot) ¡Vengan! ¡Vamos allá!
MARTITA.— ¡¿A la nave invasora?!
SALVO.— ¡Vamos!
ELENA.— ¡Vamos, Martita! ¡No hay tiempo que perder!
CUADRO  6
(Interior de la nave alienígena. MUY extraña. Ver las imágenes de Solano López en las páginas 341-342 de la historieta. Salvo, Elena y Martita entran. Las mujeres temerosas. Salvo alerta)
ELENA.— ¡Qué extraño es todo esto!
SALVO.— (Manipulando la rampa de entrada) A ver si puedo cerrar… Sí, cede… (La rampa se cierra)
ELENA.— ¿Qué hacemos aquí, Juan? ¡Este no es un escondite! ¡Los hombres robot vendrán en cualquier momento!
SALVO.— No estamos aquí para escondernos, Elena… Estamos aquí para escapar… (Observa un “tablero de mandos”) Si consigo enterarme de cómo funciona esto… podremos escaparnos… Irnos lejos… Podríamos… tal vez… recorrer el mundo. En algún lugar debe haber hombres resistiendo todavía…
ELENA.— ¿No podríamos volver a casa, Juan? Allá estábamos seguros…
SALVO.— ¿Por dónde empezar? Parecen palancas y botones… y ni siquiera sé si son palancas o botones…
MARTITA.— (Espiando por una claraboya) ¡Papá! ¡Papá! ¡Vienen los hombres robot!
SALVO.— (Vacila un momento, y baja una palanca) ¡Que sea lo que Dios quiera! (sigue bajando palancas y apretando botones, y se producen efectos especiales de luz y sonido, en el interior de la nave. Finalmente son bañados por una luz muy cruda) ¡¡NOOOO!! (Se apagan las luces, y se enciende un seguidor que ilumina a Salvo. Se proyectan imágenes de bombas atómicas, de dinosaurios, de las Invasiones Inglesas, del espacio, de cohetes saliendo, etc. Es como si pantallazos de la historia pasasen a través de Salvo)
MARTITA.— ¡Papá! ¡Papáaaa…! (su voz se va apagando)
ELENA.— ¡Juaaaaaaan! (Su voz se va apagando)
(Oscuridad. Sensación de caída. Música y sonidos)
SALVO.— ¡¡AAAAAH!!
CUADRO 8
(Planicie desolada. Cielo oscuro lleno de estrellas. Algunas rocas. Salvo está tirado en el suelo. Se incorpora trabajosamente)
SALVO.— ¿Dónde estoy…? ¡¿Dónde estoy?! ¡Elena! ¡Martitaaa! (Se incorpora y camina entre el polvo, desesperado) ¡Elena! ¡Martita! ¿Dónde están? ¡Elena! ¡Martita!
MANO.— (Saliendo de detrás de una roca: es viejísimo. Habla con acento “Mano”) Es inútil gritar, Juan Salvo… Ellas ya no pueden oírte… Estás ahora… en el Continuum 4…
SALVO.— ¿En el “Continuum 4”? ¿Qué es eso? ¿Dónde están mi mujer y mi hija?
MANO.—  Tranquilo, Salvo. Ya lo irás entendiendo… Has conseguido lo que muy pocos logran… Escapar de los ELLOS.
SALVO.— ¿Cómo que escapé de los ELLOS? ¿Qué lugar es este?
MANO.— La cosmoesfera donde entraste es una  máquina transtemporespacial. Se mueve a través del espacio… pero también a través del tiempo… Te envió fuera de la dimensión del espacio y el tiempo terrestre. Ahora estás en otra dimensión. En lo que llamamos el “Continuum 4”.
SALVO.— ¿Y Elena? ¿Y Martita?
MANO.— Quizás alguna vez las encuentres. Seguramente no estaban cerca tuyo cuando operaste la cosmoesfera. Pueden estar en el Continuum 3. O en cualquier otro lugar. Hay infinitos continuums. Pero no te preocupes. Tendrás mucho tiempo… una eternidad de tiempo… para buscarlas. Quizás las halles, Salvo. Si pudiste escapar a los ELLOS… ¿por qué no? Aunque no te lo parezca, tu lucha y la de todos tus compañeros, allá en Buenos Aires, no ha sido en vano. Tu lucha ha servido para que todos los que combaten a los ELLOS supiesen que aún hay especies inteligentes que no se rinden, que están decididas a pelear hasta lo último… (Se sientan en rocas o el suelo)
SALVO.— Pero… ¿la Tierra…?
MANO.— También fue doloroso perder nuestro planeta, el planeta de los Manos. Lo comprenderás, Salvo. Porque aprenderás muchas cosas. Nosotros, los que resistimos a los ELLOS, tenemos algo en común. Algo inefable, algo misterioso acaso. Nosotros lo llamamos el ESPÍRITU… Ya verás… Así como entre los hombres, por encima del sentimiento de familia o de patria hay un sentimiento superior, de amor y solidaridad para todos los seres humanos… Ese sentimiento también existe entre todas las especies del universo. Ese sentimiento, ese ESPÍRITU… nos une en la lucha contra el odio universal, los ELLOS, y ya verás… (Silencio, oscuridad. Telón)
CUADRO 9
(Escenario del CUADRO 1 del ACTO 1°: A telón bajado, en el proscenio, hacia la platea, el escritorio de HGO, cargado de papeles. Una máquina de escribir. Un grabador a cinta. Una lámpara de mesa. Sillas altas, antiguas. La de HGO con varios almohadones. En la de enfrente suyo, del otro lado del escritorio, está El Eternauta. Silencio. Se miran)
HGO.— ¡Ejem! (Tose) ¿Siguió buscando a Elena y a Martita?
SALVO.— No tenés idea en qué soledades he gritado, a qué seres de pesadilla les he preguntado, en medio de qué espantosos acontecimientos creí hallarlas… Y ahora estoy aquí, en la Tierra… contándole mi historia a un guionista de historietas. En mi país… en… ¿dónde estamos?
HGO.— En Vicente López. Por lo que contaste… a la vuelta de tu casa…
SALVO.— ¿A la vuelta de mi casa? (Se alarma, se pone nervioso. Revuelve los papeles del escritorio. Encuentra una revista actual, conocida) ¿Qué… qué fecha dice aquí? ¿Qué… acostumbrás leer revistas viejas, Germán?
HGO.— ¿Vieja? (le saca la revista) No. Es de esta semana…
SALVO.— (Comienza a incorporarse) Pero… entonces… vine a parar ANTES de que comience la Invasión… ¡Todo lo que te conté… está a punto de pasar… pero todavía no ha pasado!
HGO.— No… no ha pasado…
SALVO.— ¡¿Quiere decir… que yo puedo dar la vuelta a la esquina… y encontrar mi casa?!
HGO.— Creo… que sí…
SALVO.— ¡Y en mi casa… estarán… Elena y Martita! (Se incorpora, mira hacia todos lados. Comienza a correr hacia foro) ¡Elena! ¡Martita! ¡Elena! ¡Martita! (Oscuridad)
CUADRO 10
(Escenario del cuadro 2 del acto 1°: Cuartito de trabajo de Juan Salvo. Objetos de bricolaje electrónico, carpintería, herramientas varias. Gran ventana a la calle desde donde llega la luz de un foco de mercurio. Iluminado solamente el cuartito de trabajo. Están Polski, Favalli y Lucas Herbert. Elena ceba mate, y Martita mira por la ventana)
FAVALLI.— (nervioso) ¿Che, qué pasa con Juan?  ¿Otra vez no tiene ganas de jugar?
LUCAS.— ¿Apurado para que te ganemos, Favalli…?
MARTITA.— Ahí viene papá…
SALVO.— (Entra, como en el primer acto, con la misma ropa. Viene sonriente, y trae el diario en la mano) Fui a comprar la sexta, che. Y, ustedes saben, uno es popular en el barrio. Siempre hay quien quiere charlar de algo…(HGO viene caminando por el proscenio, desde foro, y se detiene en el centro de la escena, camina un poco entrando a escena, siempre de espaldas al público, de modo de salir del proscenio)
FAVALLI.—  Lo que querés es demorar la paliza que te vamos a dar al truco…
POLSKI.— ¡Quiero retruco!
SALVO.— ¡Pará, Polsky, que todavía no empezamos! (Risas generales. Las voces bajan de tono. HGO se vuelve lentamente hacia el público)
HGO.— ¡¿SERÁ POSIBLE…?!
TELÓN FINAL

NOTA: Es imprescindible que el director conozca la historieta “El Eternauta”, 1° parte, por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López.

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