sábado, 10 de agosto de 2019

Viajero de la Eternidad (El Eternauta en Teatro), versión minimalistra adaptada con Siro Colli


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 VIAJERO DE LA ETERNIDAD
Jorge Claudio Morhain ©
sobre la historieta “El Eternauta”, de Héctor Germán Oesterheld

ACTO 1
PERSONAJES: HGO: Héctor Germán Oesterheld, el autor. Hombre maduro, narigón.
SALVO: El Eternauta. Juan Salvo, hombre treintañero, alto, rubio, pequeño empresario. FAVALLI: Grueso, atlético, gruesos anteojos, morocho, bigotes, profesor universitario.
LUCAS HERBERT: Flaco, pelado, bancario.
POLSKI: Canoso, anciano, jubilado.
ELENA: Mujer de más o menos la edad de Juan, rubia, normal.
MARTITA: Joven rubia, de entre 13 y 15 años.
SUSANA OLMOS: Joven veinteañera, muy hermosa.
ALBERTO FRANCO:  Joven veinteañero, apuesto y atlético.
SOLDADOS: Con trajes aislantes heterogéneos y casco.
HERIBERTO MOSCA: Hombre flaco, de grandes anteojos; viste un heterogéneo traje aislante, y casco.
MAYOR: Soldado del Ejército Argentino, maduro.
MANO: Consultar la historieta: rollizo, de enorme cabeza afilada de cabellos flamígeros, mano izquierda algo atrofiada, con seis o siete dedos, mano derecha enorme, brazo ídem, veintitrés dedos.

PRIMER CUADRO

(El fondo del escenario es sólo una pantalla. En él se proyectan cuadros de la historieta relativos a los parlamentos, que se leen en off. Sobre el escenario hay cuatro cubos del tamaño de sillas, ubicados en el centro.)

HGO (en off).— ¡Qué ruido más raro…! ¡Crujió… como si alguien se hubiera sentado…! Pero… está todo cerrado…(En historieta proyectada en la pantalla, Salvo, El Eternauta, se sienta en la silla de enfrente. HGO advierte que hay alguien enfrente.) ¡Es… como para creer en fantasmas! (Lo toca) ¡Pero no tiene nada de fantasma!
SALVO (en off).— (alza la vista y la fija en HGO. Luego mira alrededor) La Tierra… Estoy en la Tierra. (Observa las cosas sobre la mesa. Revistas) No necesita contestarme. Sí. Estoy en la Tierra. En pleno siglo XX. Estás escribiendo, ¿eh? Y mucho… ¿Traductor?
HGO (en off).— Ah… no. No. Guiones. Guiones de historieta.  
SALVO (en off).—¡Guionista de historietas! ¡Esto sí que es grande! ¡Grande! ¡Entre tantos lugares, entre tantas ciudades, entre tantas casas… venir a dar acá! ¡Justamente acá!
HGO (en off).— ¿Quién es usted? ¿Cómo entró en mi casa?
SALVO (en off) (Habla con largas pausas, como si le costara traducir lo que oye y lo que quiere decir).— Jum… No es fácil contestar esa pregunta… Podría darte centenares de nombres… Y no te mentiría. Todos esos nombres… han sido mi nombre… alguna vez… en algún lugar. Pero seguro que el que te resulta más entendible, más claro, es un nombre… Un nombre que me puso un… digamos, un filósofo del siglo XXI. Él me llamó… EL ETERNAUTA. El Eternauta, para poner en una sola palabra mi condición de viajero de la Eternidad, de peregrino de los siglos. (mezcla de nostalgia y goce) Tuve suerte de caer aquí… ¿Y vos, cómo te llamás?
HGO (en off).— Héctor. Héctor Germán Oesterheld.
SALVO (en off).— Familia alemana… Ah, sí… Creo que por fin… podré descansar un poco. ¿Me harás un lugar, cierto? Un rincón cualquiera. Estoy cansado… Terriblemente cansado. Tengo que descansar un poco, para seguir buscando… Porque eso es lo que hago siempre. Buscar. ¡Buscar¡ ¡¡Buscar!! Esperá… Esperá, Héctor… No me rechaces todavía. Tenés miedo que sea un ladrón. Tenés miedo que te esté haciendo un verso… Espera. Antes de echarme… dejame contarte mi historia. Dejame contarte mi historia… Dejame contarte mi historia…(La luz de la pantalla se va atenuando. Entran ruidos de la calle, que van tapando la voz de Salvo. Se enciende un foco sobre los ocupantes de los cuatro bloques)                

(En los cuatro bloques, en forma de semicírculo abierto al público, Juan Salvo, Favalli, Lucas Herbert, y Polski juegan al truco. La mesa y las cartas son imaginarias. Está funcionando una radio a mediano volumen. Llegan ruidos de autos que pasan, bocinas, etc.)
SALVO.— (tiene treinta y tres y es mano. Mira sus cartas y especula) Ajá, ajá. ¿Y qué pasó con el mate, digo yo? ¿O está prohibido tomar mate mientras se juega al “turco”?
FAVALLI.— ¡¿Cómo?!
SALVO.— Al “turco”, dije. Al “turco”…
POLSKY.— Del mate se encarga Elena, como siempre. ¿Qué pasa, Juan? ¿No tenemos ganas de jugar hoy…?
SALVO.— Mmmh… Shé… (tira un cuatro)
POLSKI (se inclina a mirar la carta).— ¿Un cuatro es…?
SALVO.— Los anteojos, Polski, los anteojos. (Polski se pone los anteojos, o se los acomoda. Salvo silba el tango “Silbando”, hamacándose en la silla, gozando del momento)
FAVALLI (Concentrado, luego de estudiar largamente las cartas).— Falta envido…
SALVO (canta).— «Y desde el fondo del Dock… gimiendo en lánguido lamento… el viento trae el acento… de un monótono…»
FAVALLI.— ¡Juan! ¡Juan! ¿Qué te pasa? ¿Estás en babia hoy?
SALVO.— ¿Decían?
FAVALLI.— ¡Decía que te cantamos “falta envido”, che!
SALVO.— Perdonen, viejo. Es que es una noche tan especial, tan…(De la calle llegan ruidos de frenadas, golpes de choque, algo lejanos)
SALVO (incorporándose).— ¡A la pelota! ¡Se dieron “EL” ñoqui!
LUCAS.— ¡Qué peligro, che! ¡Corren como locos!
FAVALLI.— ¡Juan! (Tomándolo del brazo) ¿Qué pasa, Juan? ¡Sentate, querés! Fue en la avenida. No vas a ver nada. ¿O querés ir a ver si te filman? Dijimos… “falta envido”…
SALVO.— Ah, cierto, cierto… (Examina las cartas tranquilo, sonriendo. Los otros se ponen nerviosos. Favalli chinche, se mueve en la silla) ¡Ejem! ¡Ejem! «Por el río Paraná…» (Se produce un apagón, también en el teatro. Luego se enciende una luz tenue, que crecerá imperceptiblemente. Al mismo tiempo, cesan todos los ruidos que venían de la calle. Hay un largo momento de silencio, mientras se habitúan a la tenue luz)
SALVO.— ¿Qué pasó? ¿Un fusible?
POLSKY.— No. Me parece que es general. Se apagó el foco de la calle…
FAVALLI (gritando, golpea con el puño sobre la otra palma).— ¡Pero me cago en la compañía de luz!
SALVO.— ¡¿Pero estos tienen que cortar cuando yo tengo treinta y tres de mano?!
FAVALLI.— ¡Sí, claro! ¡Vos! ¡Y yo que tenía…!
POLSKI.— ¡Cállense! ¡Que se callen! ¡¿Quieren callarse todos, por favor?! (Silencio. Crece la intensidad de la luz. Luego se incorporan en grupo, moviendo las sillas. Van hacia la ventana, ubicada a uno o dos metros –según el tamaño del escenario– de la boca de escena, hacia el espectador.)
POLSKI.— Afuera pasó alguna cosa…
SALVO (Amontonándose con los otros para mirar por la ventana).— ¡Eh, miren ahí! ¡Qué desastre!
LUCAS.— ¡Está lleno de muertos! ¡El accidente… pensé que había sido más lejos!
FAVALLI.— El accidente, sí… Hay dos coches chocados. Pero miren.— También están tirado los pibes que chapaban en la reja… Y están bien lejos de los autos.
SALVO.— ¡Y el Rataplán, tu perro, Lucas!
LUCAS (Manipulando la falleba para abrir la ventana).— ¡Mierda! ¡Rataplán!
POLSKI.— ¡No! ¡Esperá, Lucas, esperá un cacho, por favor…! ¡No abras! ¡No abras…! ¡Miren… miren bien! ¿Están ciegos? ¿No ven eso… eso que cae? ¿No ven que parece que está… nevando? (Se apaga la luz y se proyecta un efecto especial de caída de luces en forma de nieve, unos segundos)
SALVO.— Tenés razón, Polski. Es como una nevada muy leve. Y… fosforescente…
POLSKI.— ¡Las pruebas atómicas! ¡La pileta radiactiva de Ezeiza! ¡Algún experimento de esos hijos de puta…!
LUCAS.— Menos mal que estamos encerrados acá…
SALVO.— (corre desesperado hacia foro) ¡ELENA! ¡MARTITAAA!
ELENA.— (entrando del otro lado) ¡Juan! ¡Dios mío! ¿Qué te pasa? ¿Se lastimó alguno?
SALVO.— ¡Hay que cerrar todo! ¡Es decir,… no hay que abrir nada, Elena! ¡Todo tiene que estar…! ¿Martita?
MARTITA.— (Entrando. La han despertado los gritos y viene en pijama, desde el dormitorio) ¿Qué pasa, pa?
SALVO (abrazando fuertemente a su hija).— ¡Martita…!
(Detrás, en la semioscuridad, forcejean un poco Polsky y Lucas. Polski sale por Foro)
MARTITA.— ¡Pa! ¡No tan fuerte, uy…!(Se oye un portazo)
SALVO.— ¿Qué fue eso? ¿Qué pasa?
LUCAS.— Polski. No pudimos pararlo. Salió a ver si Edith y los chicos…
FAVALLI (con acento frío).— Cerramos antes de que entrase ningún copo. No hay peligro.
(Polski entra por el borde del escenario, del mismo lado por el que saliera: representa la calle, frente a la ventana virtual. Polski camina por el frente, en la calle, mientras el resto lo mira desde la ventana, más atrás. Está avanzando como si cayera una terrible lluvia, tapado con un sobretodo. Alza la cara para ver la nieve que cae. Inicia una carrera que termina en caída, arrollándose. Intenta levantarse pero cae muerto, cerca del foro del lado contrario al que entrara. La luz se concentra en la ventana y Polski sale del escenario sin que lo noten)
MARTITA.— ¿Qué pasa, pa? ¿Qué le pasó a don Polski?
SALVO.— Está muerto, Martita. Hay algo que cae. Esa nieve, ¿ves? Está matando todo lo que toca…
MARTITA (mirándolo incrédula).— ¿De veras? No… no puede ser, pa. (Corre hacia la ventana. Los otros van hacia ella lentamente) Esas cosas no pueden ser, pa… No…
SALVO.— Parece que sí puede ser, Martita. Nosotros no sabemos por qué pasa. Pero ya va a parar. Y habrá una explicación, seguro. No todos se habrán muerto. (Martita ve algo por la ventana y se abraza al padre, llorando) Bueno, Martita, calmate…
MARTITA.— ¡Tenías razón, pa! ¡La torcacita que tenía pichones en el borde de la ventana… está muerta…! (Elena la toma de los brazos de Salvo. Van a un costado)
SALVO.— ¿Qué pasa, Favalli? (Favalli y Lucas están manipulando aparatos, de espaldas al público)
FAVALLI.— No hay señales de radio. No hay teléfono. No puedo conectarme a Internet. El televisor murió, hasta la conexión satelital. Una de dos, Juan. O lo que sea que pase interfiere todas las señales… lo que es bastante raro, porque debiera haber estática…
SALVO.— ¿O…?
FAVALLI.— No hay radios, Juan. No está radio Mitre… pero tampoco está la BBC de Londres. Ni la CNN. No hay señal en el aire. Parece que… lo que sea que pase acabó con todas las radios… con todas las ondas portadoras del… del mundo.
LUCAS.— No hay radiación. Por lo menos, no una radiación que pueda medir este instrumento. A lo mejor es un volcán que entró en erupción y manda esa ceniza venenosa. A veces pasa…
FAVALLI.— ¿Qué volcán…?
SALVO.— ¡Masilla! ¡Hay masilla en abundancia! ¡Elena, vengan! ¡Martita, ayúdenme a asegurar las ventanas!
ELENA.— (Elena ayuda a Salvo a poner masilla en los bordes de la ventana que da al público. Pero enseguida deja, pensativa) ¿Cuánto durará esto, Juan? ¿Por cuánto tiempo no podremos salir de casa? ¿Y el aire…?
FAVALLI .— Parece que el aire no tiene nada que ver, Elena. De hecho, está pasando por algún lado. Siempre hay aberturas muy pequeñas en una casa. Seguro que el aire pasa, y no esos… copos mortales…
ELENA (Mira por la ventana).— Dios mío… Pobre Polski. Tanto que sufría con su jubilación miserable, y nunca…
SALVO (Siempre trata de desviar su atención).— ¿Hay suficiente comida, Elena? Para dos o tres días, digo…
ELENA.— Algo en el freezer… Y provisiones, latas, fideos. Capaz que alcance una semana. Pero…¿el agua? ¿Estará contaminada?
FAVALLI.— Mejor no hacer la prueba. Habrá que salir a buscar…
SALVO.— ¿Salir? ¿Cómo vas a salir, Fava? ¿Estás de joda?
(Favalli suele concentrarse en el trabajo y olvidarse de las preguntas. Ahora está estudiando con una lupa el alféizar de la ventana, donde hay “nieve” acumulada)
LUCAS.— ¿Es joda, Favalli?
FAVALLI.— No. No estamos para jodas, muchachos. Pero piensen un poco… Puede que mañana venga viento sur y se lleve toda esa mierda. O puede que siga cayendo, dos, cinco, veinte días. Un año (Elena gime). ¿Qué decís, Lucas? ¿Hay peligro si uno no toca esa mierda?
LUCAS.— ¿Eh? Bueno, ya te dije. Yo soy experto en eso de las radiaciones, era el trabajo que hacía  en la CONEA… No, no mata a distancia. Por lo que hemos visto con… el pobre Polski… es algo que ataca de repente, a los dos o tres minutos de tocarte. Polski parecía ahogarse…
SALVO.— Por áhi ataca el sistema respiratorio. Como los venenos poderosos…
MARTITA.— (Un poco retirada, los ha estado mirando mientras hablaban sucesivamente, como sin poder creer lo que oye) No…, si es joda… En serio, es joda… Ustedes los viejos tienen una forma de divertirse a veces que a una la pone de la nuca. ¿Es joda, no cierto? Polski se hace el loco, ahí afuera, ¿no? Es un polvo raro, una nevada, a lo mejor ceniza de un volcán, como dijo Lucas. No está pasando nada, ¿cierto? Si pasara algo, si la gente afuera estuviera muerta, si los pichones de la torcaza estuvieran panza arriba, si el viejo Polski estuviera muerto de una vez por todas ustedes no estarían hablando como si perdiera Racing otra vez, como si todo fuera normal y todo estuviera organizado. ¿Es cargada, cierto? ¡¡Es una joda, cierto!! ¡¡¡Es una joda, díganme que es una joda, ¿cierto!!! (Martita se va exasperando y tiene un ataque de nervios).
SALVO.— (Juan toma a Martita en sus brazos, la contiene, ella patalea. Los demás están como petrificados, angustiados, mirando. Forcejean un rato, hasta que la chica se calma y se deshace en los brazos de Juan, llorando. Finalmente se calma. Juan la besa en la frente. Pero ella se separa y se aparta, como frustrada) Al final la nena tiene razón. ¿Por qué mierda estamos tan tranquilos acá? ¡A ver, Fava, cómo es eso de salir a buscar cosas, a investigar, a saber qué carajo pasa! ¿Qué idea tenés para que no nos mate la nieve de mierda esa?
FAVALLI.— Hay que fabricar un traje aislante. Con tela plástica, de la que usás en la fábrica. Y un vidrio de visor, una máscara antipolvo. Guantes.
SALVO.— ¿Y qué mierda estamos esperando? ¡Vamos a fabricar ese traje aislante, antes que a alguno de nosotros se le dé por romper un vidrio, a ver si Martita tiene razón y todo es una joda!
(Se saca. Cuando parece que está por tener su propia crisis de nervios, Martita lo toca suavemente para que se descargue)
MARTITA.— Papá… (Salvo la mira, como sorprendido de su reacción). Calmate vos, ahora, por favor... (Salvo la abraza).
(Salvo y Lucas traen de foro el traje de Eternauta, pero de modo que parezca sólo tela y accesorios. Lo abren en el suelo. Lucas, Salvo, Elena y Martita cosen y pegan el traje aislante. Copiar exactamente el modelo clásico de Solano López. Favalli sale por Foro)
LUCAS.— Parece mentira, eh…
SALVO.— ¿Qué cosa, Lucas?
LUCAS.— Ustedes tienen parientes, y no saben cómo están. El teléfono es lo primero que dejó de andar. Y yo, que no tengo a nadie, estoy más nervioso que ustedes…
SALVO.— Siempre te dije, Lucas, que nos tenés a nosotros. Y hemos sido bastante hinchas, ¿no?
LUCAS.— Es que… de repente me doy cuenta que no estaba solo. Todos los compañeros de los trabajos anteriores… y los de ahora, en el garaje… Teresa, la muchacha que limpia. El diariero. El pesado de Gastón que come como… (congoja) “comía”…
ELENA.— Hágale caso a Juan, Lucas. Si nos ponemos a pensar en todo lo que perdimos de un sólo golpe, terminamos mal. Mejor concentrarse en sobrevivir, que ya es bastante. Alcánceme el cemento, que a este pie le falta.
FAVALLI (Entra desde Foro).— Acabo de disponer la cámara estanca en el garaje. Armé un sistema con el extractor de aire y una batería, y con el secador de pelo a pila. Podemos entrar y salir barriendo los copos hacia el extractor. Es fácil. Brillan bastante los hijos de… los copos esos. (Toma el traje) ¿Cómo va?
ELENA.— Está listo. Le puse doble cierre cremallera, para mayor seguridad. La tela es fuerte.— soporta un pinchazo. Y Juan tiene cemento rápido que puede tapar un agujero en un segundo. Lo hicimos grande, por las dudas.
FAVALLI.— Sí, está bien. No me gusta que la ropa me tire por todos lados.
SALVO.— No te hagas el héroe, Fava. Ese traje es para mí…
FAVALLI.— ¿Vos? ¡Vamos, querido! ¡Vos sos el único que tiene familia que perder! ¿Pensás dejar sola a Elena y a Martita?
SALVO.— Ah, sí… Si me pasa algo, Elena y Martita sufrirán cualquier cosa… Pero con vos al lado tendrán más probabilidades de salvarse que si se quedan con un tipo mediocre como yo. Vos sabés de todo y sos capaz de encontrar la salida justa cada vez que…
LUCAS (tiene miedo).— ¡Che!, che! Acá… acá el que resulta menos necesario soy yo, ¿eh? Dejensé de joder. Yo salgo.
FAVALLI (Resopla).— ¡Pero que manga de pelotudos!
LUCAS.— ¿Qué boquita, eh? Podrías respetar a la nena, ¿no?
SALVO.— ¡Basta! ¡Está decidido, che!
MARTITA (Mirando por la ventana).— ¡Miren!¡En lo de Ramírez se están despertando!
(En la pantalla se proyectan imágenes de la historieta, de la casa de Ramírez)
SALVO.— (El grupo se amontona en la ventana) ¡Es cierto! ¡Tienen una vela! ¡Es Ramírez! ¡Está despertando a su mujer!
SALVO.— (Los tres empiezan a hacer señas, traen la lámpara, la agitan, la mueven, gritan)  ¡Miran para afuera…! ¡Ramírez va a abrir la ventana!
LUCAS.— ¡Nooooo! ¡Ramíiiiiirez!
FAVALLI.— ¡No abra! ¡No abra! ¡No abra!
ELENA.— ¡Ramíiiiiiiiiiiiiiiiirez!!
MARTITA.— ¡No, no, no, no, no, no!
MARTITA.— (Todos se quedan inmóviles, viendo cómo los Ramírez mueren lentamente. Luego se apaga la proyección. Ellos se desarman, se abandonan, desanimados) Es terrible… Verlos morir… sin poder hacer nada…
SALVO.— Sí, hay que salir cuanto antes. ¡Quién sabe a cuántos podemos salvar todavía!
FAVALLI.— Lo dudo, Juan. Sí, es posible que podamos salvar a alguno de pasada. Pero antes que nada, antes de cualquier cosa, tenemos que asegurarnos nuestra propia supervivencia.
ELENA.— ¡Qué manera de hablar, Favalli!
FAVALLI.— Perdoname, Elena, Pero, aunque ahora te cueste creerlo, hemos vuelto a… a la prehistoria. Cada grupo tendrá que cuidar de sí mismo, contra todos los demás. Sólo sobrevivirán los muy duros (toma el traje), los que hayan sabido velar por sí mismos. Basta de charla. Me pongo el traje y salgo.
SALVO ).— Un dado, Fava. El que saque el número más alto es el que sale…
FAVALLI.— Yo tiraré primero.
FAVALLI.— (Tensión mientras Favalli agita el cubilete imaginario. Arroja el dado hacia la platea. Imágenes en la pantalla, de la historieta) Un dos.
LUCAS (Muy nervioso, toma el cubilete).— ¡Je, je, je! ¡Déjenme a mí ahora! ¡Si espero más… me muero! (Lo agita) El seis… ahí viene el seis…
FAVALLI.— (Arroja el dado. Esperan un momento) Otro dos, Lucas.
LUCAS (Trata de disimular su alivio).— Sí. Qué mala suerte.
FAVALLI (Toma el cubilete).— Habrá que desempatar…
SALVO (Se lo saca).— ¿Para qué? Yo saldré a la calle…
SALVO.— (Agita un par de veces el cubilete y arroja el dado. Cae al suelo. Todos se agachan a mirarlo. Salvo se levanta, y la luz se concentra en él, cuando se incorpora, hierático) Seis.
(Visten a Salvo, entre todos. Sale por Foro. Todos corren hacia la ventana, que está corrida hacia el interior, como en el caso de Polsky. El Eternauta entra por el foro, caminando lentamente, como si hubiese mucha nieve real. En silencio, los del interior golpean el vidrio. La idea es representar el punto de vista de la calle, donde no se oye lo del interior. Salvo advierte el llamado.  Presentación de la figura de El Eternauta, clásico, con el fusil al hombro. Se yergue, se golpea el pecho con la derecha levantando el puño de la izquierda, como Tarzán, igual que en la historieta. Luego se queda inmóvil, en esa posición. Tras un segundo de silencio e inmovilidad, se escucha un disparo, no muy cerca. Salvo se agazapa, y sale agazapado por el foro. Hay angustia en los de la casa, que siguen su trayectoria.

SEGUNDO CUADRO
(Se apagan las luces. Los actores salen del escenario. Los cubos se disponen a manera de mercadería en exhibición, cerca de Foro. Hay dos rifles. Entra El Eternauta y tropieza con algo. Empieza a crecer la luz) ¡Carajo, es el cuerpo de Don Roque…! Bueno, Juan… Basta… A buscar lo que hace falta… Ah, hay armas a la venta, también. Increíble… (Toma uno de los rifles. Se produce un ruido de caída de bultos, en off) ¡A la mierda! (Salvo se agazapa detrás del cubo más alejado a Foro, con su rifle en bandolera y el nuevo rifle preparado, tratando de descubrir dónde se produjo el ruido. Hay otro pequeño golpe, como si una caja de mercadería terminase de caerse, en un cuartito que no se ve (Gritando, hacia Foro) ¿¡Quién está ahí?! ¡¡Hable, o empiezo a disparar!! (Silencio. De pronto ruido de cosas que siguen cayendo)
SUSANA (Desde off, en el interior del cuartito secreto).— No tire, por favor…
SALVO.— (La voz femenina y el tono sorprenden a Salvo, sus movimientos sacando su rifle se hacen lentos) ¿Quién es? ¿Dónde estás?
SUSANA (de off).— Soy Susana, la sobrina de don Roque. Estoy encerrada… en el depósito…
SALVO.— ¿Por qué estás encerrada?
SUSANA (de off).— ¿Usted es policía…?
SALVO.— No… Mirá, acá afuera han pasado muchas cosas… raras. No, no soy de la policía, y tendrás que confiar en mí, para seguir viva. No soy un ladrón. Pero aquí afuera se ha muerto mucha gente…
SUSANA (después de una pausa, de off).— ¿Quién habla?
SALVO.— Juan Salvo, el del chalet de a la vuelta. No sé si me conozcas…
SUSANA (de off).— Claro, el padre de Martita. Don Roque no es mi tío ni una mierda. Me trajo de la provincia para trabajar en la ferretería, y hacerme estudiar. Pero el viejo está solo, ¿vio? Y
anoche me lo tuve que sacar de encima con un par de bifes y en castigo me encerró acá… Vea, arriba del marco va a encontrar la llave. Abra, por favor… Esto no tiene ninguna respiración, y hace un calor que no se aguanta…
SALVO.— Escuchame, Susana. Y por favor, no pienses que estoy loco… ni que me quiero abusar de vos. Aquí afuera hay una… cosa. Una cosa en el aire que mata a la gente cuando la toca… ¿Me oís?
SUSANA (de off: no le cree).— Ajá.
SALVO.— Te voy a sacar de ahí… Pero te tengo que hacer un traje aislante… Ahí, en el depósito, debe haber algo. Un de lluvia, por ejemplo. Fijate, tenés que aislar muy bien las aberturas…Ponele cinta adhesiva. ¿Me seguís?
SUSANA (de off).— Oiga, ¿está loco?
SALVO.– Por lo que más quieras, Susana, haceme caso. Tu piel no debe estar en contacto con el aire. NADA de tu piel. Fijate, debe haber una máscara para polvo. Con eso podrás respirar. Y ponete abajo una bolsa de consorcio, que tape todo lo demás. ¿Sí?
SUSANA (luego de una pausa, de off).— ¿No me está cargando, no?
SALVO.— ¡¡No, carajo!!
SUSANA (luego de una pausa, de off).— Está bien. ¿Qué más?
SALVO.— ¿Todo listo, Susana? ¿Seguro?
SUSANA (condescendiente, de of).– Seguro…
SALVO.- Ahora voy a abrir. Sé que ahora todo esto te parece una locura, pero cuando salgas a la calle vas a ver que la locura es más espantosa de lo que te puedas imaginar. Hablo en serio…
SUSANA (de off).— Está bien, don. No soy boluda. Ya me disfracé como me pidió. ¿Me va a sacar o no? ¡No, espere! ¡Guarda, cuando salga!  ¡Aléjese! ¡No quiero que me toque…!
SALVO.— Está bien…( Salvo se mete en Foro. Manipula algo)
SALVO.– Está abierto. Fijate bien que…
SUSANA (de off).— Que el rayo de la muerte no toque mi piel desnuda. ¡¡Hacete a un lado!!
(Momento de pausa. Salvo toma su rifle, se aparta, y permanece en actitud vigilante. De golpe y sale Susana, con el disfraz, improvisado. Sale agazapada, y toma rápidamente el segundo fusil del cubo-exhibidor. Se agazapa tras el cubo-exhibidor, apuntando a Salvo. ¡Atrás! ¡Atrás, loco! ¡No se acerque! (Salvo, sorprendido, abre los brazos) ¡Ja, ja! ¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja! (la situación le resulta tan cómica que se levanta de detrás del mostrador, siempre apuntando a Salvo) ¡Era en serio lo del traje aislante! ¡Vos también estás disfrazado! ¿Qué nos van a dar ahora? ¿Un premio? ¿Dónde están la cámara…? (Repentinamente, Susana descubre el cadáver de Roque) ¡El tío… el tío Roque! ¡¿Lo mataste, Salvo?!
SALVO.— ¡NO! ¡No lo maté yo! ¡Oíme! Hace unas horas comenzó a caer una especie de nevada. Una nevada mortal, que mata todo lo que toca. Todos los hombres y los animales que la tocaron… murieron. Los que estábamos encerrados, como vos y como yo, nos salvamos, por ahora
(Susana vuelve a agazaparse tras el cubo apuntando directamente a Salvo)
SUSANA.— ¡Mentís! ¡Lo mataste! ¡Es un sucio truco para robarnos! ¡Te voy a cagar a tiros, hijo de puta!
(Repentinamente irrumpe Favalli con un traje aislante y un arma. Susana se distrae con el recién llegado)
FAVALLI.– ¡¿Qué pasa aquí?!
(Salvo se arroja sobre Susana, toma su arma levantándola hacia arriba. Ella forcejea con mucha energía. Favalli va  ayudar a Salvo, y le sacan el arma)
SALVO.– Cuidado, que no se le rompa el traje, Fava…
FAVALLI.– Parece que hacés amistades rápido… Y amistades peligrosas, ¿no?... Las chicas terminaron dos trajes más, y Lucas y yo salimos a buscarte. Hay muchos tiros en la calle…
SALVO.– Lucas…
FAVALLI.– Está afuera, vigilando…
(Susana, llorando, se sienta en uno de los cubos y amaga quitarse la máscara. Salvo se lo impide. La acompaña a la ventana, la que da hacia el público)
SALVO.– ¡No! ¡No te saques eso! ¡Vení, mirá por la ventana! ¡Por favor, haceme caso...!
(En la pantalla mostramos la secuencia de la muerte de Lucas, según la historieta)
SUSANA.– ¡Dios mío! ¡Está lleno de muertos! ¡Hasta el caballo del cartonero!
SALVO.– ¡¡LUCAS!!
FAVALLI.– ¡LUCAS! ¡Lo mataron! ¡Lo mataron para quitarle el traje! ¡Hijos de puta...! Vamos, no podemos hacer nada. Juntemos herramientas y víveres y volvamos a la casa. Esto es la ley de la selva, te lo dije...
(Susana se ha quedado mirando en la ventana, mientras los hombres van hacia los cubos. Mira hacia arriba)
SUSANA.– ¿Qué es eso?
(En la pantalla mostramos las imágenes de las primeras naves extraterrestres. Los dos hombres se aproximan a la ventana. Miran el cielo)
SALVO.– ¿Qué es, Favalli?
SUSANA.— ¿Un avión?
SALVO.— ¡¿Un avión?! ¡Si es un avión quiere decir que todavía alguien puede volar un avión!
SUSANA.– ¿Meteoritos?
FAVALLI.— Ningún meteorito cae tan lentamente. Y ningún helicóptero tiene esa forma ni esa luz. Son… alguna especie de naves. Están bajando naves sobre Buenos Aires.
SUSANA.— No entiendo un pomo, che. ¿Qué clase de naves? ¿De quién?
FAVALLI.— Naves… extraterrestres…
(Se apagan las luces, mientras salen por Foro)

TERCER CUADRO

(En la oscuridad, los cinco personajes de pie, en el centro del escenario, mirando al espectador))
MARTITA.— También  ha muerto Lucas… ¿Iremos cayendo uno a uno…?
SALVO (Se saca la parte de la cabeza el traje).— No digas eso… Sobreviviremos…
SUSANA.— (Favalli va hacia la ventana, en actitud vigilante) No lo había visto antes, profe. A la familia sí.
FAVALLI.— Acá estás a salvo. Podés sacarte ese traje de payaso...
SUSANA (Se saca la máscara improvisada.— vemos su belleza, sudorosa. Elena la ayuda).— Puede ser, profe, pero ese traje de payaso salvó mi vida… (Susana se quita el traje: está desnuda. Queda un momento inmóvil, desnuda, frente al público. Luego, reaccionando, Elena la cubre con el traje)
FAVALLI ¡Estás desnuda!
SUSANA .—  Sí. El viejo degenerado me encerró desnuda. Menos mal, porque el calor…
SUSANA (La empuja hacia foro).— Vení, Susana, vení. Vamos a hacerte un traje aislante. Nosotras ya tenemos... (salen)
MARTITA.— (Agazapándose en la ventana, junto a Favalli) ¿Vieron las luces? ¿Sabés qué son, Favalli?
SALVO.— Favalli dice que son OVNIs, Martita… Decile que está loco, ¿querés?
FAVALLI.— OVNIs no. Naves extraterrestres.
MARTITA.— Una invasión extraterrestre. Sí, yo pensaba lo mismo, Favalli. ¿De dónde creés que vengan? (Salvo mira a su hija asombrado de que tenga esas teorías. Ella se enfrasca en una discusión con Favalli)
FAVALLI.— ¿Cómo saberlo, Martita? Lo que es seguro es que son extraterrestres. A ninguna inteligencia —ni bestialidad— de la Tierra se le ocurriría una manera de acabar con la vida como esa…
MARTITA.— ¿Vos creés que habrán liquidado toda la Tierra? ¿No habría países más preparados para cosas como esta?
FAVALLI.— Sí, seguramente en Norteamérica alguna sección militar está intacta. Me imagino que en algún momento vendrá el contraataque…
MARTITA.— ¿No te creés eso, no, Favalli…? (él niega con la mirada) Si consiguen echar al invasor de Estados Unidos, después liberarán a Europa. Y por áhi, si precisan algo del Sur se acordarán que existimos. Yo no creo que ningún gobierno terrestre haga lo que tampoco hacemos nosotros mismos…
FAVALLI.— ¿Qué hacemos nosotros mismos?
MARTITA.— Nos aseguramos bien nuestra supervivencia. Y dejamos el rescate de sobrevivientes para algún día de estos…
SUSANA.— (Su aparición, con traje aislante ajustado, sin casco, interrumpe la situación) ¡Ta, táann!
MARTITA.— ¡Pero estás divina, Susana! ¡La verdad, nunca pensé que eras tan linda, cuando…!
(Se oyen fuertes ruidos afuera. Se trata de la prueba de un amplificador de sonido que no quiere agarrar. Al no saber de qué se trata, el efecto es misterioso. Agitación en la casa. Salvo apaga las lámparas. Favalli busca las armas)
ELENA.— ¿Qué es ahora?
SALVO.— ¡No sé! ¡Pero apaguemos las luces, y agáchense, rápido!
(Bajan las luces. Se agazapan tras los cubos. Ahora se oyen ruidos de botas marchando, en la calle. De vez en cuando se repite el carraspeo del parlante. De foro entra el Mayor y otro soldado, con Franco. Todos tienen trajes aislantes. La ventana virtual ha retrocedido para dejar lugar a la calle, como en el caso de Polski. Los tres recién llegados se detienen mirando a la ventana. Los otros espían, agazapados en los bordes de la ventana –virtual-)
SALVO.— ¡Milicos…! ¿Qué clase de milicos...?
FRANCO.— ¡Familia Salvo! ¡Señor Juan Salvo! ¡Mi nombre es Alberto Franco! ¡Soy el fundidor del tallercito cerca de la vía, ese que usted quiso erradicar con los vecinos, ¿se acuerda?!... ¡No tenga miedo, señor Salvo! ¡Yo sé que está ahí! ¡Desde mi casa observé todos sus movimientos! ¡Este es el Comando de Resistencia, señor Salvo! ¡Son soldados que se salvaron de la nevada y están rescatando sobrevivientes!
FAVALLI.— Puede ser una trampa…
SALVO (A Favalli).– Lo conozco, Fava.
SALVO (grita).— ¡Escuche… Franco! ¡Vamos a  dejarlo entrar a usted solo a la casa, con las manos en alto, y sin armas! ¡Sin armas! ¡Si vemos algo raro, será nuestro rehén! (Salvo sale por Foro. Favalli lo sigue a regañadientes)
FAVALLI.— Habría que haber investigado más, Juan. ¿Y si son…?
(Desde afuera llega la voz de un parlante, al fin arreglado. Todos se detienen a escuchar. Salvo no ha terminado de salir)
PARLANTE (de off).— ¡Atención! ¡Atención, a todos los sobrevivientes! ¡Atención! ¡Atención! ¡Les habla el Comando de Resistencia Argentino! ¡Es necesario reunir los esfuerzos de todos para rechazar al invasor! ¡Nuestros hombres pasarán cuadra por cuadra! ¡Les pedimos que nos hagan señales si no pueden salir!  ¡Si tienen trajes aislantes, salgan a nuestro encuentro! ¡No nos ataquen! ¡Somos el Comando de Resistencia! (baja el volumen hasta hacerse casi imperceptible)
SUSANA.— Siempre lo mismo. Ellos van adelante, y a nosotras nos dejan cosiendo.
ELENA.— Cuidado, Susana. Esos planteos feministas son muy peligrosos en esta situación. Parece que quedamos muy pocos. ¿Te imaginás el valor que tienen los vientres fértiles? Va a haber que dar muchos hijos para volver a poblar la Tierra…(Susana y Martita la miran, admiradas y asombradas. Susana finge pincharse un dedo)
MARTITA.— ¡Sos grande, mami! (Martita la abraza)
SALVO.— (Regresan los hombres con Franco, que trae el casco con la máscara en la mano) Elena, Susana, Martita. Él es Alberto Franco, de las milicias de la Resistencia. ¿Ven que desconfiábamos demasiado? Ya hay quien se ocupe de defendernos del invasor…
FRANCO.— Buenas noches, señoras. Vamos a necesitar todos los brazos útiles en esta campaña. Ni siquiera sabemos cómo es el invasor, ni qué pretende. Ni siquiera sabemos cuántos somos nosotros.
ELENA.— Mi marido y Favalli serán dos buenos soldados. (Salvo y Favalli la miran asombrados de que los entregue tan fácilmente, como antes las mujeres por sus reflexiones) Sólo le pido, a todos, que no se arriesguen inútilmente.  Somos demasiado pocos, y ese… ese invasor… es la bestia más cruel que uno puede imaginarse…(Salvo se abraza a su mujer)
SUSANA.— Tu vieja es una sabia, Martita.
MARTITA.— Creo que es la nevada que nos convierte en sabios. En capitanes. En superhéroes. Nunca oí a mi vieja hablar de esa manera…
FAVALLI.— Cuanto menos despedida mejor. Hay mucho que hacer, Juan…
FRANCO.— (saluda respetuosamente) Buenos días, señoras…(Martita corre y le da un beso en la mejilla. Las tres mujeres los acompañan y entran todos en Foro. Los hombres reaparecen por el foro y se unen a los soldados que esperan afuera, en el frente. Se oscurece un poco. De Foro salen hacia el interior Susana y Martita, y van a la ventana.  Salvo y Favalli saludan al jefe del grupo)
MAYOR.— No crea que perdemos tanto tiempo con todos, Salvo. Franco nos dijo que ustedes son gente valiosa, por eso…
SUSANA.— (Susana está de pie detrás de ellos, con un traje aislante que marca sus formas, armada con una gran ametralladora, aparece desde foro)¡Eh! ¿Y a mí piensan dejarme, boludos?
(Ante la sorpresa del grupo).— ¿Qué pasa? ¿No precisan milicianos? ¿O les molesta que sea mujer…?
OFICIAL.— ¡Milicianos! ¡En marcha! (Comienzan a alejarse.  Salvo vacila un instante, y luego se vuelve a saludar. Se queda un instante con la mano alzada, patético, premonitorio)
PARLANTE (de off).— ¡Atención! ¡Atención, a todos los sobrevivientes! ¡Atención! ¡Atención! ¡Les habla el Comando de Resistencia Argentino…!
(Oscurecimiento)

CUARTO CUADRO
 (En la pantalla se proyecta la Cancha de River Plate, tanto en imágenes de la historieta –sin lucha- como en fotografías. Empieza a oírse un chillido como de chicharras.)
MOSCA (de off, con tono engolado).– Atento, base. ¿Me copia, me copia? Bueno, supongo que me copia, y transmito. Llegando a la cancha del Club Atlético River Plate, en el segundo contingente, manteniendo a raya a esos bichos gigantes a los que la mayoría llama... “cascarudos”. La primera avanzada del Comando de Resistencia tuvo la peor parte. Veremos si encuentro a algún protagonista para esta transmisión histórica...
(Entra a la cancha, por Foro, con un grabador antiguo, con micrófono. Graba el chillido que hay en el aire. Cómico. Busca entre los cubos, hacia el otro extremo del escenario. De Foro sale Salvo, con su traje, armado, en silencio, y avanza hacia el frente, deteniéndose en pose crística. Mosca lo advierte, y se acerca sigilosamente e él)
MOSCA (Aproximándole el grabador a Salvo) ¡¿Señor?!
SALVO.– (Sorprendido, lo apunta con su arma) ¡No te muevas! (Mosca se asusta) Ah, disculpá. No hagas esos chistes. Estamos todos muy nerviosos aquí.
MOSCA.– ¿Usted es el teniente Salvo, no cierto?
SALVO.— (Poniéndole el brazo en el hombro, cariñosamente) ¿Qué te parece, che? ¡Teniente Salvo! Yo era un tipo tranquilo, un empresario de una Pyme… Y ahora estoy mandando gente, matando esos… cascarudos!
MOSCA.— Justamente de eso quería hablarle, teniente Salvo. Yo soy periodista, ¿sabe? Y estoy escribiendo la Historia. Heriberto Mosca, mucho gusto.
SALVO.– ¿Heriberto?
MOSCA.– Y... sí. Pero dígame Mosca, nomás. Estoy escribiendo la Historia...
SALVO.— ¿La Historia…? ¡Y cierto, carajo! ¡Estamos escribiendo la historia! ¿Qué te parece? ¡El día de mañana los pibes estudiarán… San Martín, Sarmiento, Rosas, Perón… y Juan Salvo… ¡Mierda! ¡Si es que hay un mañana!
MAYOR.— (llama a Salvo desde Foro) ¡Teniente Salvo! ¡Su turno para bañarse!
MOSCA.— Pero… yo quería que me cuente lo que ha hecho hasta ahora. Dicen que usted es un héroe…
SALVO.— No te hagás ilusiones… Vení, entrá conmigo al túnel. ¿Ya estuviste?
MOSCA.— No, todavía no.
(El Mayor lo detiene)
MAYOR.– ¡No! ¡De a uno!
MAYOR.— (Se produce un estallido de luz fuera del estadio) ¡Hasta cuándo irá a aguantar la cancha de River! (Va a sentarse donde estaba Salvo de pie, cansado.
(Mosca se le aproxima, algo turbado. Estira el micrófono)
MAYOR.— (Lo mira medio de reojo) ¿Parece joda, no? Tantos partidos, en esta cancha. Tantas supercopas, tantos sudamericanos. Hasta mundiales. ¿Y los conciertos? ¿A cuántos conciertos viniste a River, Mosca?
MOSCA.— A ninguno, mi mayor.
MAYOR.— ¡Y mirá qué función tenemos ahora! ¡Mirá qué partido! ¡La Tierra contra los cascarudos! ¡O contra los dueños de los cascarudos, porque ya vimos que estos son solamente los suplentes…! ¿Vos estabas cuando Favalli descubrió que tienen una cacerola en la cabeza, que dice que es un aparato de telecontrol?
MOSCA.— No, mi mayor. Yo…
MAYOR.— Decime “mayor” nomás. No me compraste para que sea tuyo. Y bañate cuanto antes. Hasta acá siento el olor a chivo que tenés…
MOSCA.— Cuentemé, Mayor.
MAYOR.— Ya viste. Reclutamos milicianos, casa por casa. Como quinientos. No creí que fuéramos tantos los sobrevivientes. Hicimos un poco de instrucción. Mal que mal, algunos se dieron más maña que otros: unos eran cazadores, y otros habían hecho la colimba…Y bueno, avanzamos hacia Buenos Aires, desde los cuarteles de Olivos.
MOSCA.— Sí, la batalla de la General Paz…
MAYOR.— ¿Ya le pusiste nombre, eh? Sí… menos mal que estaba el terraplén del Belgrano… porque si no los cascarudos nos hubieran barrido con su rayo.
MOSCA.— ¿Fue la primera aparición de los cascarudos, señor Mayor?
MAYOR.— Sí. Liquidaron a los más adelantados. Creímos que ellos eran el enemigo. Y fue Alberto Franco, ponelo en tu historia: Alberto Franco, fundidor, el que nos dio coraje. Él dijo que no podían estar tan desprotegidos los que mandaban aquella invasión terrible. Porque les dimos con todo. Morteros, misiles. No quedó uno. Y entonces Favalli aprendió a manejar el rayo, y el avance hasta River Plate fue pan comido. ¡Meta matar cascarudos! ¡Meta matar cascarudos!
MOSCA.– ¡Meta matar cascarudos...!
MAYOR.—  ¿Perdiste mucha familia en esto, Mosca?
MOSCA.— No, señor. Soy solo.  ¿Me... me cuenta la captura de River Plate, Mayor?
MAYOR.— River estaba lleno de cascarudos. Parecían cucarachas. Gastamos mucha munición terminándolos. Y, una vez adentro, pudimos hacernos fuertes. Fue idea de Favalli: dijo que no había lugar más protegido del rayo de los invasores. Ya viste. Le siguen pegando y el estadio se la aguanta…
MOSCA.— Cuando apareció la nave aérea me cagué en las patas.
MAYOR.— Ya nos estamos habituando a esta sensación. Cuando los cascarudos corrían hacia nosotros, y parecía que se acababa el mundo. Cuando nos limpiaron con los rayos… Y ese aparato volador, enorme, redondo, como un globo medio desinflado, se nos vino encima, aguantándose misiles como quien ignora a los mosquitos… Creímos no contar el cuento. Pero Franco…
MOSCA.— ¿Franco otra vez, eh?
MAYOR.— Corrió hacia el antiaéreo, cuando ya el aparato parecía más grande que River. Susana… Susana Olmos, una soldado más valiente que muchos, quiso detenerlo. Pero Franco apartó a los muertos, y empezó a disparar ese antiaéreo… No sé si le dio en un punto vital, o qué, pero se vino, se vino, como a hacernos moco. Y se estrelló contra las tribunas, y ahí quedó… Había un invasor ahí adentro. El profesor Favalli llegó a entrar. Estuvo unos minutos y salió corriendo. Luego  se quemó. Se quemó todo. Sin llama. Se consumió. Y ahora los cascarudos nos siguen rodeando, y chillan y chillan…
(Se oye una gritería. Entran Salvo, Favalli, Franco, Susana y algún otro)
MAYOR (saltando y corriendo en todas direcciones, como los otros) ¡Algo está pasando! ¡Otro ataque!
MOSCA-—¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa? ¡Díganme que pasa?
SUSANA.— ¡Pasa que... dejó de nevar! ¡Al fin podremos sacarnos esta mierda de traje!
MOSCA.— ¿Cómo que dejó de nevar?
MAYOR.— ¿Tan chicato estás, Mosca? ¡No cae más nieve! ¡Mirá, el sol! ¡El sol, hermano! ¿Cuánto hace que no lo veías?
SALVO.— (Emocionándose al mirar el sol) El sol…
FAVALLI.— ¡NOOOO! (Le saca las manos con que Susana intentaba sacarse la máscara) ¡No, paren, paren!  ¡¡Escuchen todos!! ¡¡Nadie se saque la máscara!! ¡¡Repito: NADIE se saque la máscara!! ¡¡Ya hemos visto que el enemigo está tratando de golpearnos con métodos distintos!! ¡¡No nos conoce, y no sabe con qué nos vamos a rendir!! ¡¡Primero fue la nevada, después los cascarudos, recién ese aparato volador!! ¡¡¿Y si cortaran la nevada mortal… para reiniciarla dentro de diez minutos?!! ¡¡¿Cuántos de nosotros quedaríamos, eh?!! (Gran silencio. Alguno que se ha sacado la máscara ya, se la vuelve a poner)
SALVO.— Menos mal que estás vos, Fava. Pensás en todo.
FAVA.— ¿Dónde está el mayor? ¡Hay que asomarse con cuidado, aprovechar que hay luz para observar la cuidad! ¡Tenemos que encontrar a esos invasores de una buena vez!
(La luz se torna intermitente, como con relámpagos. En la pantalla se ven imágenes de tormenta, nubes retorcidas de la historieta.)
SALVO.— Mientras hay sol dijiste, Fava. Pero ya no hay.
MOSCA.— ¡Dios mío! ¿Qué se viene ahora?
FAVA.— Tranquilo, Mosca. Una tormenta. ¿Nunca viste una tormenta?
 (Los soldados comienzan a caminar, mirando el cielo, asustándose a veces de las formas que aparecen. Hay relámpagos de oscuridad. Es decir, como si fueran relámpagos de luz, pero son de apagones. En el centro de todas las nubes hay un punto oscuro, como una bola, no demasiado notable, pero está ahí. Varios soldados comienzan a correr hacia las tribunas, hacia foro)
FRANCO.— ¡Tengan cuidado! ¡No se asomen! ¡Pueden estar esperándolos con un rayo!
SUSANA.— (Llorando) Ya no hay rayos a la vista, Franco. Ni cascarudos. Los han retirados a todos…
FRANCO.— ¿Qué pasa? ¿Qué viste? ¿Por qué llorás?
SUSANA.— (Se apoya en Franco) Mi mamá. Mi vieja… estaba ahí afuera. Corriendo. Haciéndome señas. Mi vieja, Franco…
FRANCO.— (Franco hace amago de salir corriendo hacia el túnel)  ¡Vamos, Susana!
SUSANA.— ¿Qué? ¿A dónde vas?
FRANCO.— ¡A buscar a tu madre! ¡Los cascarudos nos están cercando! ¡Vamos!
SUSANA.— ¡¡Franco!! ¡¡Mi madre está muerta… desde hace cinco años!! (Algunos soldados empiezan a forcejear entre ellos)
FAVALLI.— (Intenta detener la desbandada a Foro) ¡Esperen! ¡No salgan! ¡No salgan!
SOLDADO.— ¡Mi hermano está ahí afuera! ¡Tengo que rescatarlo!
SALVO (Señalando hacia el público).— ¡Elena! ¡Martita! ¡Elena! ¡Martita!
FRANCO.— (Deteniéndolo) ¡Teniente! ¡Juan! ¡Escúcheme! ¡Acá pasa algo raro! ¡Susana vio a su madre muerta afuera! ¡Es imposible! ¡Y yo…!
 SALVO.— (Ve a Franco como un cascarudo) ¡¡Un cascarudoooo!! (Le pega con el rifle que lleva en la mano. Sigue corriendo hacia Foro. A la entrada, Mosca intenta pararlo)
MOSCA.— ¡Teniente Salvo! ¡Tengo que grabar sus impresiones! ¡Espere!
SALVO.— (Salvo apunta a Mosca con el arma) ¡A un lado, Mosca, o lo mato!
 (Salvo empuja a Mosca, que cae. Salvo sigue corriendo y entra a Foro. Mosca, desde el suelo, lo mira y se horroriza)
MOSCA.— (Señalando a Salvo, desgañitándose, en falsete) ¡¡Un cascarudoooo!! ¡¡Un cascarudoooo!! ¡¡A mí!! ¡Un cascarudoooo!!
SALVO.— (Asomado desde Foro, oye el grito de Mosca. Se detiene. Se vuelve lentamente) Mosca… ¡Mosca! ¡¡MOSCA, CARAJO!!
MOSCA.— ¡¡Un cascarudoooo!! ¡Un Cascarudoooo!!
SALVO.— (Salvo se aproxima a Mosca y éste se aterroriza, acurrucándose, como si realmente fuera un cascarudo. Cesan los ruidos de armas y los gritos, para que se oiga la reflexión de Salvo. Detrás, siguen luchando cascarudos y hombres) Mosca ve en mí a un cascarudo. Mosca ve en mí a un cascarudo. La cancha de River está llena de cascarudos. Los muchachos están peleando con cascarudos… Yo vi a Elena y a Martita, afuera, y estaban en peligro. Pero ahora Mosca sigue viendo un cascarudo… y ese cascarudo... SOY YO... Todo esto no existe… ¡¡TODO ESTO NO EXISTE!! (Comienza a mirar al cielo) ¡Todas esas formas… todas esas nubes! ¡Son alucinaciones provocadas! ¡Y allá...! ¡Allá... hay una nube que no cambia, que no cambia de forma!
ELENA (de off) .— ¡No lo hagas, Juan! ¡Sería nuestra muerte! ¡No lo hagas!
MARTITA (de off) .— ¡No dispares, papá! ¡Por favor!
SALVO.— ¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO!! (Dispara hacia el cielo. Un estallido. Oscuridad.)

QUINTO CUADRO

 (En la pantalla, escenas de historieta de la aproximación a Barrancas de Belgrano. Los árboles pelados, sin hojas. El pasto muerto. El pabellón, el kiosco de música, completamente iluminado. Salvo, Franco y Susana recién advertimos que están ocultos tras los cubos)
SALVO.— Tenemos que acercarnos al pabellón de música… Es muy posible que allí esté uno de los verdaderos invasores, dirigiendo por control remoto a todos los cascarudos de la zona… FRANCO.— Eso parece. ¿Pero cómo?
SALVO.— No lo sé. Pero tenemos que llegar.
SUSANA.— Podríamos dar la vuelta hasta el otro lado de la plaza, y subir a uno de los edificios. Desde arriba podríamos ver al invasor, eventualmente atacarlo. (Suena un tiro de rifle. En la pantalla vemos Hombres Robot, de la historieta)
FRANCO.— ¡Hay sobrevivientes! ¡Pero no los están atacando!
SALVO.— No. No lo atacan. Trabajan para el mismo bando. Fijate en la nuca, Franco.
SUSANA.— ¡Tienen un aparato parecido al de los cascarudos!
FRANCO.— ¡Dios mío! ¡Son… Hombres Robot! ¡Prisioneros de los invasores, dominados igual que los cascarudos!
SUSANA.– No tienen traje aislante.
SALVO.– No. Quiere decir que nos podemos sacar esto... (se sacan los cascos)
(El sonido chirriante aumenta de tono, y suena un chirrido más fuerte desde el pabellón. Un buscador encuentra con su haz al trío. El trío sale de su escondite)
FRANCO.— ¡Nos descubrieron!
SALVO.—¡Dividámonos! ¡Nosotros los enfrentaremos, Susana, mientras vos tratás de llegar al otro lado del pabellón, retrocediendo y dando la vuelta a la plaza! ¡Que al menos uno cumpla la misión! (Susana sale. Salvo y Franco corren zigzagueando. El seguidor los persigue. De pronto, en el centro del escenario, los enfoca bien, y sufren una parálisis, un temblor, y caen al suelo. Cesa el seguidor y el chillido)
 (Cambio en la iluminación. Iluminación “extraterrestre”, para señalar que los caídos están en un ámbito alienígeno.  De pronto, de Foro, aparece el Mano. El Mano se aproxima a Franco y Salvo. Los toca en la cara con su mano derecha, como si pasara un ciempiés sobre ellas. Parece manejar una consola invisible. Desliza su mano, sus dedos, por encima y se encienden múltiples switches, distintos tonos de luces. El ruido tipo cascarudos se incrementa. El Mano sigue haciendo operaciones, silencioso. El sonido chirriante sube y baja, ondula y varía. El Mano manipula un teledirector invisible. Levanta o mueve a Franco, y le clava el teledirector en el cuello)
FRANCO.— ¡¡¡AAAAAAAH!!!
(Parsimoniosamente, el Mano repite la operación con Salvo, cuyos ojos se desorbitan de terror. Le clava el teledirector. La escena se oscurece, y se proyectan las imágenes de un mundo extraño, con pájaros y círculos voladores, de la historieta. Se encienden las luces. Salvo y Franco siguen en el mismo lugar, inmóviles)
MANO.— (los enfrenta.. Tiene una voz cavernosa, chillona. Habla con acento extraño y lentamente, como un extranjero) ¡Abran los ojos! ¡Ya pasó todo! (Salvo abre los ojos, lentamente se toca la nuca)
MANO.— No tenés nada, Hombre. ¿Qué buscás?
SALVO.— ¡El teledirector! ¡Me clavaste el teledirector en la nuca, y ahora…!
MANO.— No tenés nada, Hombre. Te clavé eso que llamás teledirector, para curarte el efecto del rayo paralizante. Sirve para acomodar las neuronas movidas por el rayo paralizante... o para convertirlos en autómatas manejados a distancia… sin reversión posible, sin cura, definitivamente.
FRANCO.— ¿Quiere decir que somos libres?
MANO.— No, Hombre. Quiere decir que eres dueño de tu cuerpo. Pero no eres libre. Esa banda te mantiene sujeto. Sólo yo, cuando yo quiera, te daré la libertad.
SALVO.— ¿Y cuándo querrás darnos esa libertad… Mano?
MANO.— (El Mano lo mira asombrado por el nombre que le ha dado. Luego mira su mano derecha. Entonces comprende) Cuando haya terminado de revertirlos a… mi especie. ¿Cómo dijiste...? A... MANO.
SALVO.— ¿A Mano?
MANO.— Cuando sus cerebros piensen como nuestros cerebros.  Cuando los Hombres piensen igual que nosotros, los… Manos. Ustedes son dos humanos difíciles. No creímos que ninguno de su especie llegase hasta aquí. Pero ustedes llegaron. No podemos desperdiciar humanos como ustedes haciéndolos hombres robot. Mucho mejor es hacerlos trabajar de nuestro lado.
SALVO.— ¡Estás loco si pensás semejante cosa! ¡Vos sos el enemigo!
MANO.— “El enemigo” es sólo cuestión de matices, Hombre. Cuando los haya sometido al tratamiento de rayos serán tan “Mano” como yo. Y podrán volver al estadio de River Plate, y entrar tranquilamente, y hablar con sus jefes y convencerlos de que les conviene rendirse.
SALVO.— No sabés la resistencia que pueden tener los seres humanos. No podrás doblegarnos, Mano. ¡No nos rendiremos! ¡¡No nos rendiremos jamás!!
MANO.— (El Mano lo mira con tristeza, pensando que ellos, los Manos, creían lo mismo. Luego acomoda unos emisores de rayos, que centellean) No se vive tan mal pensando como un Mano, Hombre. Ya lo verás. Empezaremos el tratamiento de rayos. Es un proceso largo, y no debe ser interrumpido. Ya verás, Hombre. Trabajarás por la misma causa que nosotros, y te sentirás feliz.
SALVO.— ¡Antes muerto, Mano!
MANO.— Hombre, Hombre… ¿Qué sabes tú de la muerte? (El Mano manipula los controles) 
FRANCO.— (Franco se convulsiona) ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! (Se retuerce)
MANO.— ¿Qué pasa? ¿Qué le pasa?
FRANCO.—  (en pleno ataque de epilepsia, echa espuma por la boca, etc.) ¡Ah! ¡Aaaaah!
SALVO.— ¡Epilepsia! ¡Seguro que el teledirector le lastimó la médula!
MANO.— (Sacudiendo a Franco, asustado) ¡Hombre! ¡Hombre! ¡No te vayas! ¡No puedo perderte! ¡Hombre! ¡Hombre! (Franco sufre un desmayo, queda inmóvil.)
SALVO.—  Creo… que ha muerto, Mano…
MANO.— ¡¡NO!! No, no ha muerto. Seguro está desmayado, solamente… (va a soltar a Franco, y de pronto recapacita) No… Podría ser una trampa… El Hombre podría estar engañándome…( Se inclina sobre Franco. Le levanta un párpado)
MANO.— Está muerto… ¡¡NO!! (vacila, se contradice) No, no está muerto. Respira. Se ha desmayado. Sólo se ha desmayado… (se inclina sobre Franco. Va a tomarlo para levantarlo) Vení, hombre. Enseguida estarás bien…(Franco le pega una fortísima trompada. Inmediatamente le pega un golpe de karate. El Mano vacila un momento, y cae. Franco espera un momento, y luego se inclina sobre de Salvo)
SALVO.— ¡Grande, Franco! ¡Qué artista se perdió la tele!
FRANCO.— Control mental, Juan. Observé cómo el Mano me soltaba... A ver si puedo con usted, Juan… (Luego de algunos intentos, Salvo se incorpora).
SALVO.—  ¡Increíble! ¡Tenemos un invasor a nuestros pies! ¡Hay… hay que sacarlo de acá, antes que los hombres robot se den cuenta… y los cascarudos…(Intenta levantar al Mano, pero recibe un fuerte golpe, como una descarga eléctrica. Se aparta. Franco toma su arma, que había quedado cerca) ¡Aaah! ¡Me rechazó! ¡Tiene como... un campo eléctrico!
MANO.– (Reacciona, comienza a incorporarse) Tal vez los sobreestimé, humanos. Creyeron que iba a dejarme sorprender. Sí, un campo invisible me separa de ustedes. Un campo de fuerza, que evita que me lastimen, y que incluso va a rechazar los proyectiles de tu arma primitiva, hombre. (Se va envalentonando, histriónico, haciendo gestos raros –es extraterrestre-) Están perdidos para su especie, hombres. Ahora sólo unos pocos ajustes, y comenzarán a convertirse en Manos. En Manos... como yo... (Mueve los dedos sobre la consola imaginaria, hay algunas luces)
FAVALLI.– (Entrando, apuntando al Mano) ¡No! ¡No lo hagas, Mano!
MANO (Paraliza su movimiento y cesa el juego de luces. Se vuelve lentamente hacia Favalli) Ah... otro de los humanos valiosos. Veo que el breve incidente con tus congéneres produzco una falla en las alarmas. Pero bien, viniste solo a entregarte. Sabes lo que haces, humano... Serás convertido junto a tus congéneres... (mueve los dedos en la consola, luces)
FAVALLI.– ¡UN MOMENTO! ¡NO EMPIECES TODAVÍA!
MANO.– ¿Por qué? ¿Acaso prefieres ser hombre-robot, humano?
FAVALLI.– Escuchame, Mano, Escuchame... Había un congénere tuyo, un... Mano, conduciendo la nave voladora que cayó en River.
MANO.– Sí, lo había.
FAVALLI.– ¿Sabés lo que le pasó cuando la nave se estrelló contra el estadio, Mano?
MANO.– Sí, lo sé. Fue trasladado a otro sector del planeta, antes de desintegrar la nave.
FAVALLI.– (ríe) ¿Eso te dijeron, Mano? ¿Eso te hicieron creer?
MANO.– (lo piensa, se pone serio) ¿Qué quieres decir, humano? ¿Qué quieres decir con que me engañaron?
FAVALLI.– Tu compañero… MURIÓ  (al oír la palabra el Mano se estremece, shockeado) cuando se desintegró la nave, Mano.
MANO.– Mientes, hombre. ¿Cómo quieres que te crea semejante mentira? ¿Cómo quieres que aceptes que criaturas tan frágiles, tan atrasadas, puedan llegar a destruir a un Mano?
FAVALLI.– Podés creerlo o no, pero tengo una prueba... Yo entré a esa nave, justo antes de que se pulverice. Yo lo encontré, moribundo. Y cantaba...
MANO.– (vacilando) ¿Cantaba?
FAVALLI.– Cantaba. Porque se le rompió la Glándula del Terror...
MANO.– (Vacila más)  No... no sé de qué hablas, hombre...
FAVALLI.– La Glándula del Terror, Mano. Nosotros creímos que ustedes, los Manos, eran los invasores. Pero son simple eslavos. Dominados por una glándula que el verdadero invasor les coloca en el cuerpo. Cuando se sienten derrotados, su contenido se derrama... y los mata, Mano. ¡Los mata!
MANO.– Es inadmisible que ELLOS nos engañen, a nosotros. Los Manos. Ellos dijeron que no corríamos peligro en este planeta. El Mano que atacó River Plate fue trasladado. No ha muerto. Ningún Mano puede morir en manos de los humanos. Ellos...
FAVALLI.– (Canta, mal entonado, la canción de cuna Mano) “Mimnio... Athesa... Eioio...”
MANO.– (Se desespera) ¡¡¡NOOOO!!!
FAVALLI.– ¿Te das cuenta, ahora, Mano? ¿De qué valen todas tus amenazas, si sos apenas un esclavo de esos que llamaste... Ellos? Apenas un amago de terror, de vacilación en su seguridad, y son Manos muertos...
MANO.– Basta, basta. Basta... No sigas, hombre. Lograste tu objeto... La glándula del Terror está impregnando mi cuerpo con el veneno mortal... Venciste, Hombre...
SUSANA.– (Entrando, algo fría) ¡Franco, Juan! ¡Profesor Favalli! ¿Qué... que ha pasado con... el invasor?
FAVALLI.– Luego te explico, Susana. Ayudame con este Mano. Está muriendo...
(Acomodan al Mano en el suelo. Franco y Juan se incorporan)
SALVO.– Desapareció el control. Podemos incorporarnos...
MANO.— La Guerra ha terminado para mí. (Hace una especie de risa o tos) Ya pasó todo para mí… Todo… Y, la verdad… no me quejo. Venir tan lejos, tan lejos… (Recorre con la vista el lugar) tan lejos… ¿Se dan cuenta los Hombres… de todas las maravillas que los rodean? ¿Tienen idea de cuántos mundos habitados hay en el Universo, y de cuán pocos son los que han florecido en objetos como éste? Allá… en nuestro planeta, hay un lugar parecido. Sirve para una ceremonia muy bella… todas las tardes… cuando se ponen los dos soles… Es bueno gozar de tanta belleza… Cada cosa irradia aquí milenios de inteligencia… milenios de arte… milenios de ternura… Lástima… lástima no tener más tiempo. Lástima… Lástima… (Mira al grupo) Lástima que ustedes los Hombres sólo dan valor a lo raro. No aprecian lo que abunda. Les atrae más una moneda de muchas iguales, que una pluma siempre distinta de las infinitas plumas, que una hoja siempre nueva en las infinitas hojas.
FRANCO.— ¡Cuidado, profesor! ¡No se olvide que yo lo engañé con una treta parecida!
MANO.— No, Hombre. Me muero de verdad.
SALVO.— ¡Pero… ¿a qué civilización pertenecés,  que pone esa glándula en sus soldados? ¿Por qué algo tan cruel?
MANO.— No es mi civilización, Hombre. Son nuestros amos quienes ponen esa glándula, para tenernos seguros. Saben que el terror que nos produciría una rebelión nos mataría. Entonces, aceptamos todo… sin reaccionar.
FRANCO.— ¿No podemos extirparla? ¿No podés salvarte?
MANO.— Los que intentaron anularla… murieron por el sólo terror de intentarlo…
SALVO.— ¡Un momento! Dijiste: “Son nuestros amos quienes ponen esa glándula”. ¿Qué amos? ¿El gobierno de tu planeta? ¿Tus generales, los que comandan tu invasión…?
MANO.— (Oesterheld dice en la historieta: “demoró en contestar, creo que por piedad. Como si supiera lo aplastante, lo satánica que nos resultaría su respuesta. Tanto demoró, que creímos que no hablaría más. La piel se le oscurecía, se marchitaba”) Los Manos vivíamos en un planeta cubierto por la nieve. Nada más hermoso que nuestros glaciares, con el juego cambiante de la luz de nuestros soles sobre las montañas de hielo. Pero un día vinieron ELLOS (Pronuncia “Ellos” como mordiendo las palabras, dándoles un significado de odio). Nos vencieron. Y para que quedáramos por siempre domesticados, nos insertaron la Glándula del Terror. Nos sacaron de nuestro planeta, y nos llevaron a mundos lejanos. Nos usaron como fuerza de choque para conquistar otras razas. Entre ellas los… “cascarudos”. A todas las razas le encuentran ocupación. En la guerra. O en las minas de sus planetas.
SALVO.— ¿Quiénes son ELLOS, Mano? ¡¿Quiénes son ELLOS?!
MANO.— (Miedo y excitación) ¡ELLOS son el odio cósmico! ¡ELLOS quieren para sí el Universo todo! ¡ELLOS nos obligan a destruir y a matar, a nosotros, que sólo vivíamos pensando en lo bello! ¡ELLOS transformaron en máquinas a los cascarudos, que no hacían otra cosa que vivir de los jugos de las flores de su planeta! ¡ELLOS… ELLOS capturaron a los Gurbos… las fieras más feroces del Universo… para lanzarlas contra quienes se resisten demasiado! ¡Ya tienen listos a los Gurbos para usarlos contra los Hombre! ¡Pero…! Pero… ¿Por qué hablas tanto, Mano? Te mueres… ¿Qué importan ya los cascarudos, los gurbos, los… ELLOS…? Sáquenme... Sáquenme... Quiero morir... viendo las estrellas...  (Lo sacan por Foro, mientras va cantando suavemente, con un ritmo atonal) Mimmnio… athesa… eioio… Mimmnio… athesa… eioio… Mimmnio… athesa… eioio… Mimmnio… athesa… eioio… (Todos salen por Foro. La voz del Mano va decreciendo hasta callar. En la pantalla se proyectan estrellas. Oscuridad)

SEXTO CUADRO 

 (En la oscuridad, se oyen pasos muy pesados, como los del tiranosaurio de Jurassic Park, producidos por sonidos de baja frecuencia tipo sensorround. Tienen que ser muy impresionantes, y dar la sensación de que el teatro se mueve. Se oyen varios pasos. Ruido de derrumbe, combinado con sonidos de baja frecuencia. Termina el ruido de derrumbe)
(En la pantalla, Plaza Italia. Frente de Santa Fe, estatua de Garibaldi y los edificios de detrás. Se conserva todo bastante bien, aunque hay signos de deterioro de una semana tal vez. Imágenes de la historieta)
MAYOR.—  ¡Hemos avanzado todo lo que pudimos, acosados por los hombres-robot y rodeados de derrumbes...!
FAVALLI.– Lo más parecido a un brete para ganado: se van cerrando los corrales hasta dejar sólo...!
SUSANA.– ¡¿Qué seguimos esperando aquí?! ¡Las Heras está despejada! ¡Hay que avanzar por ahí, mayor!
MAYOR.– ¡La teniente Susana tiene razón! ¡¡Tooodos por Las Heras!! (grita)
(Sale por Foro. Ruido de motores pesados, que salen hacia un lateral)
FAVALLI.— (Detiene al grupo de Juan, Franco) ¡Esperen! ¡No nos metamos en el brete, como vacas abombadas!
SUSANA.– (Está algo rara. Como si tuviera que pensar las cosas antes de decirlas) ¡No como vacas, Favalli! ¡Cómo soldados, que deben obedecer a un jefe! ¡Vamos! ¡Por las Heras! ¡Fue una orden del Mayor!
FRANCO.—  ¿Qué te pasa, Susana? Las decisiones las tomamos en conjunto, ¿por qué...?
(Golpe de luz, del lado de Foro. Ruido de rayo abrasador y algunos gritos)
SALVO.– ¡Un lanzarrayos! ¡No! ¡No es posible...!
FAVALLI.– Las Heras era la manga final del brete, donde alinean las vacas de a una... y el martillo cae sobre ellas, implacable...
 (Reingresan el Mayor y Mosca desde Las Heras. Vienen derrotados)
MAYOR.—  Tendría que haberme dado cuenta... Esa marcha que hicimos desde la cancha de River. Los edificios que se caían a los costados, que no dejaban pasar las tanquetas, los cañones… Sin darnos cuenta, sin que yo, que era el jefe del Comando de Resistencia Argentino, me diera cuenta. En realidad, nos estaban haciendo un corral, una guía, un pasadizo... Por donde nos fuimos metiendo. Los derrumbes nos empujaron a Las Heras. Y allí…
SUSANA.—  ¿Y allí?
MAYOR.—  Allí nos irradiaron. Había baterías de rayos dentro del Zoológico, dentro del Botánico. Yo… no sé cómo nos salvamos nosotros… no lo sé…
FRANCO.— ¿Cuál es su orden ahora, señor?
MAYOR.—  ¿Orden? Franco, esto es el fin. La única orden, mi última orden, es… “sálvese quien pueda…” Cada uno quedará a cargo de su suerte. Desde este momento he dejado de ser el jefe. (Todos quedan en silencio, amargados, pensativos. Se produce otro temblor de pasos gigantes. Sigue otro ruido de derrumbe de edificios)
MOSCA.— Nos salvamos sólo nosotros porque somos los que los vimos vacilar... Nos paramos, y el Mayor dijo que había que ver por qué ustedes no avanzaban...  Y eso nos salvó.
FAVALLI.— ¡Arriba ese ánimo, amigos! ¡Nos quedamos sentados aquí, mano sobre mano, como si fuera una tarde de domingo...! (Se produce otro temblor de pasos gigantes, más alto. Ruido de caída de edificios. Todos se vuelven hacia el frente de Santa Fe de la Plaza Italia)
(Se produce otro temblor de pasos gigantes, más alto. Ruido de caída de edificios)
SALVO.— ¡Están viniendo! ¡Lo que sea, está viniendo hacia nosotros…!
MAYOR.—  ¿Por Thames?
SALVO.— ¡O por Serrano!
FRANCO.—¡Ya sé lo que está pasando…! ¡No vienen por Thames, ni por Serrano! ¡Vienen… A TRAVÉS DE LA MANZANA!
 (Se produce otro temblor de pasos gigantes, más volumen. Humo. En la pantalla, imágenes de los Gurbos de la historieta. Los hombres los ven del lado del público)
MAYOR.—  ¡¡FUEGOOOO!! (Todos disparan contra el Gurbo. Siguen resonando los pasos con sonido superbajo)
SUSANA.—  (Como resignada y aliviada) Esto es el fin, Hombres…
MAYOR.—  Me temo que la teniente Susana Olmos tiene razón. Amigos míos. Esto sí es el fin…(El Gurbo se mueve lentamente hacia el grupo, imágenes de la historieta)
FRANCO.— (Corre hacia un costado del proscenio, con un rifle en la mano) ¡Un momento!
SUSANA.—  ¡Franco! ¿Dónde vas?
FRANCO.— ¡Alguien los comanda!
SUSANA.—  ¡Van a matarte, Franco, volvé!
SALVO.— (Salvo toma de la muñeca a Susana, que sigue resistiéndose para seguir a Franco) Dejalo, Susana. Tal vez descubrió algo. Y todos vamos a morir, igual…
SUSANA.— ¡Soltame, carajo! (Franco dispara su rifle hacia el lado del público. Imágenes de la historieta, el primer gurbo sin teledirector)
FRANCO.— ¡Le acerté al teledirector! ¡Era esa cosa que brilla, debajo de su cuello!
MAYOR.—  ¡Disparen contra los teledirectores!
(Todos disparan hacia el público, arriba, como si los gigantescos Gurbos estuviesen allí)
FAVALLI.— ¡Aprovechemos que los Gurbos nos dejan tranquilos para salir de aquí!.
SALVO.— ¿Salir? ¿Por dónde?
FAVALLI.— (Corriendo hacia Foro) ¡Por el subte!
FRANCO.— (Todos corren a Foro, Susana algo reacia, es arrastrada por Franco. EL mayor se demora algo) ¡Vamos al subte, Mayor!
(El Mayor es iluminado violentamente. Franco lo ve desde la puerta de Foro. Los otros ya salieron)
FRANCO.– ¡Noooo! ¡El mayor! ¡Pusieron un lanzarrayos...!
(Todos desaparecen por Foro. Imágenes en la pantalla de la historieta, y golpes en el piso de Gurbos. Disolvencia a oscuridad)


SÉPTIMO CUADRO
(Terrazas frente a Plaza Congreso. El grupo agazapado. En la pantalla, imágenes de la historieta. Hay ruidos de gurbos lejanos)
FRANCO.— ¡El Cuartel General de los ELLOS...! Hasta ahora tuvimos suerte, Juan. Pero no creo que podamos bajar a la Plaza de los Dos Congresos. Debe haber buena custodia (Suenan chillidos de gurbos y ruidos de motores. El ruido se aleja y entonces hablan —porque es imposible hablar con el ruido—)
FAVALLI.— Los ejércitos del invasor marchan sobre la ciudad…
FRANCO.—  Hombres robot, cascarudos, gurbos. Y los Manos en sus pequeñas naves voladoras. ¡Cristo, se creen dueños de Buenos Aires!
SALVO.— Y quizás… de la Argentina.
MOSCA.— O del mundo (se encoge de hombros como justificando su pesimismo)
SUSANA.—  Son demasiado poderosos para nosotros. Deberemos entregarnos…
FRANCO.— (Mira a Susana sugestivamente) Susana…
SALVO.— Allí debe estar el corazón de la invasión. Es enorme… y parece tan frágil… Pero debe tener un campo de fuerza para que nada la toque. Ha englobado al monumento a los Dos Congresos. Como una ameba. Miren, un cóndor parece enredarse en la gelatina de la cúpula… (De pronto, Susana besa apasionadamente a Franco, que se deja al principio,  pero luego se resiste, y la aparta tirándola de los pelos)
SUSANA.—  (Como reprochándole) ¡Franco!
FRANCO.— ¡Basta, Susana, por favor! ¡Este no es el momento!
SUSANA.—  (Vuelve a besarlo apasionadamente) ¡Sí lo es, Franco! ¡Besame, por favor, besame, abrazame, apretame!
FRANCO.— (La mira manteniéndola apartada) Susana…
SALVO.— ¿Qué pasa, Franco?
FRANCO.— Nada, nada. Permítanme un momento. Enseguida volvemos…
SUSANA.—  ¡Franco!
FRANCO.— (Apartando a Susana a un costado, sobre la terraza) Vení, Susana. Quiero hablarte a solas… (Se apartan)
SUSANA.—  Franco… Yo te amo… Y vos me amás. Decime que es cierto. ¡Decímelo!
FRANCO.— Sí, Susana. Pero no es el momento… Además…(Ella lo besa apasionadamente. Él intenta separarla, pero ella se prende, lo sigue besando, hasta que él cede, y comienza a besarla tiernamente, acariciándola. El resto del grupo los mira desde lejos. Siguen con las caricias hasta que ella comienza a jadear como teniendo un orgasmo. Franco se desespera, trata de contenerla, de hacer algo, la besa, la acaricia, la aprieta. El jadeo se acelera, cae al suelo, retorciéndose y comienza a gritar, como si algo la quemase por dentro, hasta un clímax con un grito mucho más agudo, con desesperación. La glándula del terror se está volcando en su cuerpo. De pronto se desmorona en los brazos de Franco)
SUSANA.—  Al fin… Al fin…
FRANCO.— ¡Susana! ¿Qué…?
SUSANA.—  (Lo mira con lástima) Lo que te imaginás, Franco… Sabía que… podía llegar al éxtasis... por amarte. Te amo tanto… Y sabía que… eso iba a derramar la glándula del terror… dentro de mi cuerpo…
FRANCO.— ¡Susana! ¿Qué te pasa? ¿Qué te dio? ¿Estás herida, enferma...? ¿Qué...?
SUSANA.—  Ahora estoy bien... Ahora estoy tranquila... Qué cosa el amor, ¿viste? No le importa nada... Una puede enamorarse en medio del peor de los peligros, en medio de la más terrible pesadilla... Te amo, y eso me sacó de este... lavado del cerebro que me hicieron...
FRANCO.– ¿Qué te hicieron? ¿Quiénes? ¡No me digas que...!
SUSANA.– (Asiente) Me la implantaron, si. Me implantaron la Glándula del Terror... Me capturaron cuando me aparté de ustedes… frente a las Barrancas de Belgrano, Franco. Fue muy doloroso… Al comienzo... me hicieron olvidarlo. Pero te amaba, y eso... Por eso SUPE que la tenía dentro de mí… Y empecé a distinguir las órdenes... Franco… los estuvieron controlando… A través de mí, sabían todos sus movimientos. Están perdidos… y es por mi culpa. Perdoname…
FRANCO.— ¡Dios mío, Susana! ¿Por qué no me lo dijiste? (Salvo y Favalli se aproximan. Mosca queda detrás)
SUSANA.—  Qué joda, Franco. Qué joda… La muerte está tan cerca, Franco… ¿Sabés…? Pero... ELLOS NO SON INVULNERABLES, Franco… No lo son... Es una sensación curiosa, ser casi un Mano... Se siente... se siente parte del plan de conquista, se cree que se hace algo por una causa que para alguien es justa… No importan los medios… porque el objetivo final es bueno… Nos parece bueno… con el cerebro lavado. Pero es… mentira.  Es sólo… su estrategia para dominarnos… (Mira al grupo que se ha reunido alrededor) Ustedes… nunca se rindan… No son invulnerables... Ustedes son humanos... Nunca bajen los brazos… El que quede vivo… siga peleando, siempre… Resistan... Háganlo por mí…
FAVALLI.— Susana… Provocaste voluntariamente la rotura de la glándula… Para poder decirnos la verdad sin temor a morir, porque estabas muriendo... Te sacrificaste para salvarnos. Lo que hiciste es realmente…
SUSANA.—  Favalli… por favor… discursos no… Pavadas no… (se retuerce de dolor) Ahora… por favor… Una quiere… una canción de cuna… para morirse…
FRANCO.— (Se arrodilla junto a ella y le canta al oído, con voz quebrada, mientras la acaricia como a un bebé) “Arrorró mi niña, arrorró mi sol… arrorró pedazo, de mi corazón… Esta niña linda… se quiere dormir… y el pícaro sueño… no quiere venir…”(Ella ha muerto. La deja en el suelo. El grupo vuelve junto a la cornisa que da al edificio destruido y la plaza de los Dos Congresos)
FRANCO.— Dijo que los Ellos no son invulnerables…
SALVO.— Dijo… que no debemos rendirnos
FRANCO.— Lo dijo Susana… Tenemos que morir porque somos inteligentes… porque descubrimos sus puntos vulnerables… Sus puntos vulnerables…
SALVO.— ¿Creés que... quiso decir algo...?
FRANCO.— (Salta sobre el parapeto y se para mirando hacia la Plaza, hacia el espectador) ¡El monumento!
FAVALLI.— ¿Qué hacés, Franco? ¡Van a dispararte si te exponés tanto!
SALVO.— ¿Importa, Fava?
FAVALLI.— No, claro…
FRANCO.– ¡El Monumento! ¡Ese es el punto vulnerable!
MOSCA.— Tiremos sobre seguro, muchachos. Apuntando con cuidado…
SALVO.— Me hacés acordar al Sargento Kirk… luchando contra los sioux de Águila Negra…
FRANCO.— ¡El monumento!¡Disparen al monumento! (Salvo, Favalli y Mosca comienzan a disparar hacia el espectador, apuntando bien, rodilla en tierra. En la pantalla, de la historieta, la estatua a los Dos Congresos se derrumba. Se produce un enorme estallido en la cúpula, debajo, detrás de los edificios, en la Plaza de los Dos Congresos)
(Se produce una intermitencia de luz y oscuridad, entre un gran estallido sonoro. Todos salen, por Foro. Franco lleva en brazos a Susana)

SÉPTIMO CUADRO
(Cuando se enciende la luz, Juan Salvo está en el centro de la escena, abrazado a Elena y Martita, en la casa. Más atrás, Franco, Favalli y Mosca. Un rato de silencio, Elena puede llorar en silencio, acongojada. Luego se separa de Juan)
ELENA.– ¿Susana... también...? (Los hombres asienten)
FAVALLI.– Se sacrificó por nosotros.
FRANCO.– (saca algo de entre sus ropas, un paquete: Se lo entrega a Elena) Tengo un regalo para la señora Elena...
ELENA.– ¿U... un regalo? ¿Para mí? (desenvuelve el paquete. Hay dos o tres rosas –o claveles, modificar según el caso, así como el texto siguiente- muy notables) ¡Flores! ¡Rosas!
FRANCO.– Las encontré en el congelador de una florería. Pensé...
ELENA.– (Llorando) ¡Rosas, rosas...! ¡Creí que nunca en mi vida volvería a ver flores...! Perdonen... soy una tonta, pero...
(Se produce un carraspeo de estática de radio. Los hombres se ponen alerta, agazapándose. Las mujeres no le dan importancia)
MARTITA.– No es nada malo, papá. Es la radio. Hace unos días que transmite de vez en cuando...
FAVALLI.– (excitado) ¡La radio! ¡Escuchémosla, ¿qué esperamos?!
(Se reúnen en el centro y la radio sube de volumen)
RADIO.– ¡Atención! ¡Transmite para España y América Latina  el Comité Unido de Emergencia! Es necesario concentrar los esfuerzos para derrotar al invasor.  Conseguimos establecer Zonas Liberadas, donde no hay nieve y la vida no ha desaparecido. Para la Zona de Buenos Aires la Zona Liberada está entre Pergamino, Rojas y Junín. Los sobrevivientes deben tratar de llegar a ella por los medios que les sean posibles para unificar... (se pierde en carraspeo de estática. Todos se quedan inmóviles un rato, como si siguieran oyendo)
(Luego, mecánicamente, toman las armas y avanzan hacia el costado. En la pantalla vemos escenas de la evacuación hacia la Zona Liberada. Aparece el cartel que dice “Zona de Seguridad del Gran Buenos Aires...” en el cuadro de historieta)
MOSCA.– ¡Nunca he visto un letrero más lindo que ese!
FRANCO.– ¡Viva el Comité de Emergencia!
ELENA.— ¿Quieren que les diga? Ahora respiro tranquila… Cuando volvieron a casa… tenía miedo que sólo fuera una trampa más.
MARTITA.—  (señala hacia el público) ¡Miren! ¡Allá! ¡Son soldados, papá…!
SALVO.— ¿Será la Comisión de Admisión al campo de refugiados…?
FRANCO.— No parecen alegrarse mucho de nuestra presencia…
FAVALLI.— Como si fuésemos enemigos…
FRANCO.— ¡¡Esperen!! ¡Todos al suelo! ¡Son hombres-robot!  ¡El teledirector está en el arma! ¡Las púas le entran por la muñeca! (Disparan hacia el espectador, se van zigzagueando agazapados hasta salir por el foro. Juan corre hacia Foro)
SALVO.— ¡Elena! ¡Martita! ¡No se separen de mí!
MARTITA.– ¡Se llevan al profesor, papá! ¡Y a Franco!
SALVO.— ¡Vamos, Elena, Martita! ¡Ocultémonos aquí! (Salvo, Elena y Martita se ocultan tras los practicables)
ELENA.– ¡Juan...! ¡¿Qué... qué es eso...?!
(En la pantalla, escenas de la nave invasora)
SALVO.— No sé, Elena, no sé.
ELENA.— ¡Una nave de los invasores!
MARTITA.— Parece abandonada, papá…
SALVO.— No creo que esté abandonada. Debe haber un Mano, cerca, comandando a esos hombres robot. Quizá dejó la nave para estar más cerca de ellos… (salta hacia el centro del escenario) ¡Vengan! ¡Vamos allá!
MARTITA.— ¡¿A la nave invasora?!
SALVO.— ¡No hay otro lugar donde escondernos! ¡Prefiero pelear con un Mano a esos soldados robots!
(Imágenes en pantalla de la nave alienígena de la historieta. Cambio en la iluminación, que se vuelve extraña, “alienígena”. Similar al encuentro con el Mano. Las mujeres temerosas. Salvo alerta)
ELENA.— ¿Qué hacemos aquí, Juan? ¡Este no es un escondite! ¡Los hombres robot vendrán en cualquier momento!
SALVO.— No estamos aquí para escondernos, Elena… Estamos aquí para escapar… (Observa un “tablero de mandos” virtual) Si consigo enterarme de cómo funciona esto… podremos escaparnos… Irnos lejos… Podríamos… tal vez… recorrer el mundo. En algún lugar debe haber hombres resistiendo todavía…
ELENA.— ¿No podríamos volver a casa, Juan? Allá estábamos seguros…
MARTITA.— (Espiando por una claraboya) ¡Papá! ¡Papá! ¡Vienen los hombres robot!
SALVO.— (Vacila un momento, y baja una palanca) ¡Que sea lo que Dios quiera! (sigue bajando palancas y apretando botones, y se producen efectos especiales de luz y sonido, en el interior de la nave. Finalmente son bañados por una luz muy cruda) ¡¡NOOOO!! (Se apagan las luces, y se enciende un seguidor que ilumina a Salvo. Se proyectan las imágenes de la historieta, en pantallazos. Elena y Martita desaparecen absorbidas por Foro)
MARTITA.— ¡Papá! ¡Papáaaa…! (su voz se va apagando)
ELENA.— ¡Juaaaaaaan! (Su voz se va apagando)
(Oscuridad. Sensación de caída. Música y sonidos)
SALVO.— ¡¡AAAAAH!! (sale absorbido por Foro)
 (Diálogo en la oscuridad. Luego imágenes de la historieta)
SALVO.—  (En off) ¿Dónde estoy…? ¡¿Dónde estoy?! ¡Elena! ¡Martitaaa!
MANO.— (En off) Es inútil gritar, Juan Salvo… Ellas ya no pueden oírte… Estás ahora… en el Continuum 4…
SALVO.— (En off)¿En el “Continuum 4”? ¿Qué es eso? ¿Dónde están mi mujer y mi hija?
MANO.—  (En off) Tranquilo, Salvo. Ya lo irás entendiendo… Has conseguido lo que muy pocos logran… Escapar de los ELLOS. Entraste es una  máquina transtemporoespacial. Te envió fuera de la dimensión del espacio y el tiempo terrestre. Ahora estás en otra dimensión. En lo que llamamos el “Continuum 4”.
SALVO.— (En off)¿Y Elena? ¿Y Martita?
MANO.— (En off) Quizás alguna vez las encuentres. Seguramente no estaban cerca tuyo cuando operaste la cosmoesfera. Pueden estar en el Continuum 3. O en cualquier otro lugar. Hay infinitos continuums. Pero no te preocupes. Tendrás mucho tiempo… una eternidad de tiempo… para buscarlas. Quizás las halles, Salvo. Si pudiste escapar a los ELLOS… ¿por qué no? Aunque no te lo parezca, tu lucha y la de todos tus compañeros, allá en Buenos Aires, no ha sido en vano. Tu lucha ha servido para que todos los que combaten a los ELLOS supiesen que aún hay especies inteligentes que no se rinden, que están decididas a pelear hasta lo último… Nosotros, los que resistimos a los ELLOS, tenemos algo en común. Así como entre los hombres, por encima del sentimiento de familia o de patria hay un sentimiento superior, de amor y solidaridad para todos los seres humanos… Ese sentimiento también existe entre todas las especies del universo. Ese sentimiento, ese ESPÍRITU… nos une en la lucha contra el Odio Cósmico, ELLOS, y ya verás… (Silencio, oscuridad.)
(En la pantalla, escenas de los diálogos finales del Eternauta con Oesterheld))
HGO.— (En off)¡Ejem! (Tose) ¿Siguió buscando a Elena y a Martita?
SALVO.— (En off) No tenés idea en qué soledades he gritado, a qué seres de pesadilla les he preguntado, en medio de qué espantosos acontecimientos creí hallarlas… Y ahora estoy aquí, en la Tierra… contándole mi historia a un guionista de historietas. En mi país… en… ¿dónde estamos?
HGO.— (En off) En Vicente López. Por lo que contaste… a la vuelta de tu casa…
SALVO.— (En off)¿A la vuelta de mi casa?¿Qué… qué fecha dice aquí? ¿Qué… acostumbrás leer revistas viejas, Germán?
HGO.— (En off)¿Vieja? No. Es de esta semana…
SALVO.— (En off) Pero… entonces… vine a parar ANTES de que comience la Invasión… ¡Todo lo que te conté… está a punto de pasar… pero todavía no ha pasado!
HGO.— (En off) No… no ha pasado…
SALVO.— (En off)¡¿Quiere decir… que yo puedo dar la vuelta a la esquina… y encontrar mi casa?!
HGO.— (En off) Creo… que sí…
SALVO.— (En off)¡Y en mi casa… estarán… Elena y Martita! ¡Elena! ¡Martita! ¡Elena! ¡Martita! (Oscuridad)




OCTAVO CUADRO
(Se enciende un foco sobre los ocupantes de los bloques. En tres de los bloques, en forma de semicírculo abierto al público, Favalli, Lucas Herbert, y Polski,  juegan al truco. La mesa y las cartas son imaginarias. Está funcionando una radio a mediano volumen. Llegan ruidos de autos que pasan, bocinas, etc. Elena y Martita miran por la ventana, hacia el público)
FAVALLI.— (nervioso) ¿Che, qué pasa con Juan?  ¿Otra vez no tiene ganas de jugar?
LUCAS.— ¿Apurado para que te ganemos, Favalli…?
MARTITA.— Ahí viene papá…
SALVO.— (Entra, desde Foro, con la misma ropa que el primer cuadro. Viene sonriente, y trae el diario en la mano) Fui a comprar el diario, che. Y, ustedes saben, uno es popular en el barrio. Siempre hay quien quiere charlar de algo
FAVALLI.—  Lo que querés es demorar la paliza que te vamos a dar al truco…
POLSKI.— ¡Quiero retruco!
SALVO.— ¡Pará, Polsky, que todavía no empezamos! (Risas generales. Se acomodan para iniciar la partida. De pronto se produce un silencio. Los hombres se quedan inmóviles. Luego, lentamente, junto con Elena y Martita, avanzan hacia la ventana –público- Ven algo muy extraño)
SALVO.— ¡¿SERÁ... SERÁ POSIBLE…?!
TELÓN FINAL

NOTA: Es imprescindible que el director conozca la historieta “El Eternauta”, 1° parte, por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López.

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