viernes, 11 de julio de 2014

1CxD02-082



1CxD02-082 11 de julio de 2014

Caperucita tiene una cita (¿no es una linda rima?)

© Jorge Claudio Morhain

Había una vez una muchachita rubia sumamente blanca y hermosa. No es que fuera blanca porque la madre tomó mucha leche ni porque hubiera nacido en cuna de oro, ni porque se lavara la cara todos los días. Era blanca porque nunca tomaba sol, la loca, metida dentro de su cabañita devorando historietas y libros románticos y novelones de moda. Ah, porque esta Caperucita vivía en una época donde había libros e historietas y también novelones. ¡Zas, se me escapó el nombre! Bueno, sí, la madre y el padre y el tío José que era cargoso la llamaban Caperucita. Pero nada de roja, el rojo no iba con ella. Como leía bastantes cosas dark (vampiros, hombres lobo y muertos vivientes)  pidió una campera con capucha para su cumpleaños, pero negra negra. Y para su disgusto le regalaron una capita con volados y capucha, con lo cual parecía la lechera de las montañas alpinas más que Caperucita Roja. Pero Negra. Caperucita Negra. “Nena”, dijo la madre, como corresponde que diga a esta altura del cuento: “Agarrá la bici y cruzate el bosque sin quedarte a mirar flores y llevale este taper de canelones a la loca de tu abuela, ¿querés?” “¡Ufa!”, contestó Caperucita Negra que, como sabemos, era extremadamente amable, pero dark. La bici de cross de color negro de la Cape era una masa, y a la chica le gustaba largarla con todo por la pendiente que daba al bosque, que crecía en la parte baja del terreno, y no allá en el comienzo de la montaña conde estaba la choza de los Cape (buenos, de los padres de Cape) Iba a todo vapor con los auriculares echando humo cuando, ¡zas! Se cruzó un bicho peludo y hambriento con la lengua afuera. Caperucita negra se desvió un cachito para no llevárselo puesto, y tocó una piedra y fue a parar en plena zarzamora. Que, como todos saben, tiene muchísimas espinas así de chiquitas y redifíciles de sacar. No digamos nada de las palabras de la chica; digamos para salvar el cuento que se quedó callada. O que solamente dijo “¡Ay ay ay ay ay ay ay ay ay ay…!”, lo que ya es bastante . “¿Se lastimó, señorita?”, dijo el Lobo, muy amable. Claro que era el lobo, ¿quién esperaban que fuera, Mascherano? Cape, que a pesar de que le picaba todo el cuerpo, era dark y filosóficamente gustaba del sufrimiento (pero que ni sabía qué quería decir eso y en realidad le dolían los pinchazos como si hubiera mordido un ají repicante) se bajó los auriculares con lo cual el bosque se llenó de Metallica espantando a todos los pájaros de los alrededores, y le echó al lobo una mirada asesina: “¿Nunca te dijeron que tiene prioridad el que viene por la derecha o el que circula por el camino principal, bobo?” El lobo acusó el impacto: “¡Che, soy el Lobo Feroz! ¡Un poco de respeto!” “¡Y yo soy Caperucita Roja! ¿Nunca leíste el cuento? ¿No sabés cómo termina?”, le recriminó Cape, mientras enderezaba la bicicleta. El lobo miró al lector con una sonrisa cómplice (vos sos el lector, guiñale un ojo…: eso) y dijo: “¿Caperucita Roja? Yo sólo veo una Caperucita Negra y no hay reglamentos hacia las Caperucitas Negras, así que… ¡a comer se ha dicho!” Menos mal que el lobo no pudo resistir la tentación de mandarse el discurso del cuento, porque eso le dio tiempo a Cape para saltar sobre su bici y salir a todo vapor para la casa de la abuela, mientras apretaba el botón de pánico de su celular, cosa que la Abu, prevenida por la chicharra que accionaba el botón ese, esperara al Lobo Feroz con la escopeta de dos caños y “¡Pum!”
Lástima que la abuela se empeñaba en no usar los anteojos. A Caperucita la llevaron de urgencia al nosocomio más cercano (bueno, nosocomio se dice en los noticieros, en realidad la llevaron a la Salita de Primeros Auxilios) y le sacaron todas las espinas y los perdigones de la escopeta y le pusieron curitas por todos lados y la mandaron de vuelta a su casa. Con lo cual Caperucita Negra, feliz de la vida, se dedicó a su actividad favorita: leer cuentos de lobos malos y de Caperucitas tontas.

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