C797 1CxD02 171 28 de noviembre de 2014
El taxi de Fernández – Llovía como llueve
© Jorge Claudio Morhain
Llovía como llueve en las ciudades tristes,
dice la canción. Fernández estaba de algún modo triste.
Había hecho un buen día, como corresponde a
las lluvias en la ciudad. Pero la humedad pringosa, los relámpagos, los
parpadeos de la luz eléctrica, los embotellamientos, los derrapes, los
semáforos, terminaron por entristecerlo. Así que decidió apagar el taxímetro, e
irse a su casa.
Pero el semáforo estaba embotellado. Algo
había pasado adelante, y era el tercer ciclo que perdía.
Durante todo ese tiempo veía a Brenda, mal
guarecida en un refugio miserable y roto, empapada, temblando. No sabía que se
llamaba Brenda. Pero sí sabía que se estaba pescando una pulmonía.
No, Fernández, eso no se hace. Pero lo
hizo. Cuando abrió el semáforo paró junto al refugio, y bajó la ventanilla.
– Subí –, le dijo.
Ella se tocó el pecho con el índice,
interrogativa.
– Sí, vos. – Ella no lo oía. Fernández le
hacía señas.
Se arrimó a la ventanilla.
– Disculpe. Yo no lo llamé.
– No importa. Te llevo igual. Te estás
empapando ahí.
– ¡¿Disculpe…?! –, Brenda miraba a todos
lados. Estaba sola. Espantosamente sola. – Estoy esperando el colectivo.
– Ya sé. Pero el colectivo demora mucho.
Subí. No te voy a cobrar. Ah… y tampoco te voy a violar, si eso estás pensando.
Brenda se quedó inmóvil, un lapso
interminable. La lluvia, ahora fuera del refugio, le corría por la cara.
Abrió la puerta y entró al taxi.
– Solamente tengo la tarjeta SUBE.
– Bueno, voy a aceptar la SUBE… Tranquila.
No me gusta manejar solo en la lluvia. Yo te hago un favor, vos me hacés un
favor.
Un largo silencio.
– Lléveme hasta un subte. Yo me arreglo.
– ¿Vivís en el subte?
Un largo silencio.
– ¿Por qué lo hace…? No debí haber subido…
– Termínela. Lo hago porque tengo ganas de
hacerlo. No le voy a cobrar nada. No la voy a llevar al subte, la voy a llevar
a su casa… a menos que viva en Rosario. No la voy a molestar, me voy a quedar
callado. No fumo. No tengo encendida la radio. Me llamo Fernández, como puede
ver en la ficha, detrás de mi asiento.
– Gracias, Fernández. – le dio la
dirección. – Que Dios se lo pague.
– Terminala.
– Bueno.
Un largo silencio.
– Me llamo Brenda. Y estaba huyendo de mi
casa.
– ¿Te llevo al aeropuerto? Lo mejor es un
avión…
– Gracias por el humor, Fernández… Estaba
huyendo de mi casa, por eso salí sin plata, sin paraguas, sin abrigo. Sólo
llevaba la SUBE.
– ¿Y ahora dónde te estoy llevando?
– A mi casa. Ahora… estoy volviendo.
Un largo silencio.
Fernández oyó sorber, delicadamente. La
mina estaba llorando.
– ¿Te pega?
– Mucho.
– ¿Tenés hijos?
– Sí. No. Estoy embarazada. Por eso me
pega.
– Hijo de puta. Mandalo a la mierda,
Brenda. Denuncialo, y mandalo a la mierda.
Un largo silencio.
– No puedo…
Llanto. Llanto.
Fernández tenía un paquete de pañuelos en
la guantera. Se los alcanzó.
– Brenda –, dijo al rato.
– ¿Qué?
– No me llores más.
Un largo silencio.
– Tu marido es un milico.
– ¿Cómo lo sabés?
– Y vos no sos su mujer. Sos su amante.
– Mmh…
– Y la casa es tuya.
– Fernández, ¿vos me levantaste por
casualidad o me estuviste siguiendo?
– Tengo muchos años de volante, pichona.
¿Querés que te lleve a mi casa? Tengo un cuarto vacío, y no te cobro alquiler…
Digo, no te cobro el alquiler que estás pensando. Mañana, con el sol, vemos qué
hacemos.
Un largo silencio.
– Fernández…
– Brenda.
– Gracias.