C792 1CxD02 166 19 de noviembre de 2014
De miel
© Jorge Claudio Morhain
Sus ojos son color de miel: es imposible
quitarla de mis propios ojos, de mis manos, de mi boca, de mi cuerpo, de mi
mente, de mi alma. Las rubias de ojos de miel son así. Lo que hay allí adentro es miel, y ya sabemos,
la miel, aún sin tocarla, se te pega en las manos, la boca, el cuerpo, la
mente, el alma y los ojos.
Claro, la rubia ojos-de-miel no es mía, lo
cual no sería una novedad. Pero tiene dueño, sin entendemos esa relación
antigua dueño-dominado. Si la entendemos de forma moderna, digamos que ella ama
a alguien. Y lo ama bien. De modo que me queda, por descarte, la tortura lenta de
la amistad. Peor aún, de la buena amistad.
Intento cosas locas. Calor. La miel se
disuelve con calor. Es posible hacerla desaparecer al fin con agua
caliente. Pero es imposible. Yo no tengo
agua caliente.
Agua, acaso. Mucha agua.
Por suerte, es temporada de lluvias. Y la
lluvia lava todos los pecados. Así que saldré afuera, dejaré que me moje, que
me golpee, que me raspe. Quizás aún me quede todavía algo de miel, bajo las
uñas. Pero con toda seguridad la avalancha helada habrá limado mis recuerdos,
apagado mis sensaciones. Empujado el carricoche inhábil del olvido.
La he visto, montada en el jamelgo
esquelético que lleva a tumbos ese carricoche irreal, que parece siempre fuera
de foco. Desdibujada, también ella, por la lluvia. Pero oliendo a miel.
Mejor así.
Seguiré con el café amargo. Tampoco me
gusta el azúcar.
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