miércoles, 19 de noviembre de 2014

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C792 1CxD02 166     19 de noviembre de 2014

De miel

© Jorge Claudio Morhain

Sus ojos son color de miel: es imposible quitarla de mis propios ojos, de mis manos, de mi boca, de mi cuerpo, de mi mente, de mi alma. Las rubias de ojos de miel son así.  Lo que hay allí adentro es miel, y ya sabemos, la miel, aún sin tocarla, se te pega en las manos, la boca, el cuerpo, la mente, el alma y los ojos.
Claro, la rubia ojos-de-miel no es mía, lo cual no sería una novedad. Pero tiene dueño, sin entendemos esa relación antigua dueño-dominado. Si la entendemos de forma moderna, digamos que ella ama a alguien. Y lo ama bien. De modo que me queda, por descarte, la tortura lenta de la amistad. Peor aún, de la buena amistad.
Intento cosas locas. Calor. La miel se disuelve con calor. Es posible hacerla desaparecer al fin con agua caliente.  Pero es imposible. Yo no tengo agua caliente.
Agua, acaso. Mucha agua.
Por suerte, es temporada de lluvias. Y la lluvia lava todos los pecados. Así que saldré afuera, dejaré que me moje, que me golpee, que me raspe. Quizás aún me quede todavía algo de miel, bajo las uñas. Pero con toda seguridad la avalancha helada habrá limado mis recuerdos, apagado mis sensaciones. Empujado el carricoche inhábil del olvido.
La he visto, montada en el jamelgo esquelético que lleva a tumbos ese carricoche irreal, que parece siempre fuera de foco. Desdibujada, también ella, por la lluvia. Pero oliendo a miel.
Mejor así.
Seguiré con el café amargo. Tampoco me gusta el azúcar.


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