C794 1CxD02 168 21 de noviembre de 2014
Piensa
© Jorge Claudio Morhain
En el medio de la batalla, el cruzado se
puso a pensar. Malo. No se piensa en medio de las batallas. No se piensa antes
de las batallas. No se piensa luego de las batallas. El soldado, en general, no
debe pensar. Pero, cuando veía a esos sarracenos tan parecidos a sus camaradas,
tan furiosos como sus camaradas, tan valientes como los suyos, arremetiendo,
como si el espacio se pudiera forzar, si el empujón del hierro y la sangre
pudiesen arrastrar al enemigo hasta hacerlo desaparecer. Ensayó un
Padrenuestro, para apartar de sí la tentación. Gritó, para tapar con su voz
todos esos fantasmas interiores. Revoleó la espada una y otra vez. A veces
encontró carne. A veces no. De pronto se encontró cara a cara con otro soldado,
con un sarraceno, montado en un corcel magnífico, como el suyo. La espada y la
cimitarra quedaron trabadas, y los rostros de dientes listos a morder tan
cerca. Entonces el cruzado oyó al sarraceno, o creyó oírlo, con voz clara y
segura, una sola palabra:
PIENSA.
La luz del pensamiento invadió su espíritu,
y, creyó, eso traería al Espíritu Santo y le daría toda la fuerza de la
Cristiandad para acabar con quien usurpaba la tierra de Cristo. Pero no. Sólo
lo llevó a vacilar el tiempo suficiente para que la cimitarra girase en el
aire, esquivando el agarrón de la espada, y le rebanase la cabeza.
Mientras veía, misteriosamente y por
designio de Dios, cómo su cabeza volaba por al aire alejándose de su cuerpo
comprendía las verdaderas palabras del sarraceno, que no habían sido aquellas
que demoraran su impulso. Decía:
ESTA ES MI TIERRA.
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