sábado, 7 de junio de 2014

1CxD02-049



1CxD02-049 7 de junio de 2014
ELLA Y YO
(c) Jorge Claudio Morhain

Acaricié su rostro, increíblemente suave.
Me rechazó, sin brusquedad.
- No -dijo.
Estábamos tan juntos que olía la base de crema que se había puesto, el delicado perfume del champú de la mañana, un dejo suave a dentífrico.
- Sos lindo -dijo. 
- Eso debería decirlo yo. No hay nadie más linda que vos.
- Tonto.
El viento nos pegó otro zarpazo, y la apreté un poco más. Acurrucó su cabeza en mi pecho.
- Tengo frío.
- No falta mucho, hermosa - le dije.
- Tonto -repitió, pero luego de una larga pausa. Creo que estaba oyendo los latidos de mi corazón. 
La estación estaba vacía, y casi desamparada. Sí, ese refugio para pasajeros, un largo pasillo al aire libre con una cadena de asientos y un rincón vidriado a cada extremo, según el viejo modelo del Ferro Carril del Sud. Pero los vidrios estaban rotos, y faltaban maderas. No había dónde refugiarse. Sólo el calor humano, de una y otro hacia el otro y la una.
Acaricié sus cabellos, enredando los dedos. Necesitaba una capucha, pero no la tenía, y no había cómo fabricar una. Me hubiera gustado hacer una capucha con mis propias manos. Me saqué la gorra, y se la puse. 
- Te vas a enfermar.
- Prefiero enfermarme yo y no vos. 
- Yo soy enfermera. Sé más que vos. 
- No me hables de saber. Yo soy el maestro.
Dejábamos aquel paraje Condorhue, porque los caminos se habían cerrado por la nieve, y ninguno de los dos hacía falta. Habíamos compartido algunas clases sanitarias en la escuela, algún reclutamiento de alumnos desertores en la Salita, algún acto patriótico. Nada más.
Y ahora esperábamos el tren, acurrucados, tratando de tiritar a compás el uno del otro.
Alzó la cabeza.
Qué ojos, qué ojos. 
Me besó en la boca. 
Nos besamos. 
Un día entero, una semana, una hora, quince minutos. Todo desapareció: el frío, el viento, el desierto, la nieve.
De pronto, por el rabillo del ojo, vi una masa oscura, delante nuestro.
- ¡¡El tren!!
Saltamos desesperadamente, a tiempo para abordarlo cuando ya rodaba por el andén.
El calor del interior nos golpeó como una bofetada. Abrimos nuestros abrigos, forcejeamos con nuestras valijas. 
Nos paramos frente a frente, mirándonos. 
- Tengo pasaje de primera - me dijo.
- Yo no.
Nos dimos la mano, demorándola un buen rato.
- Buen viaje - dijo.
- Buen viaje - contesté.

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