miércoles, 8 de octubre de 2014

C772 1CxD02 145

C772 1CxD02 145 8 de octubre de 2014

Colonización

© Jorge Claudio Morhain

El desembarco debía ser una rutina, diferente de las prácticas virtuales por el resultado final; pero no lo fue.
En primer lugar,  los tripulantes  pensaron que, de algún modo, la nave había errado de planeta, y en lugar del “apto para la vida”, habían ido a parar a cualquiera de los otros que orbitaban la estrella clase amarilla. Cualquiera, fuera de la zona crucial, significaba, si no la muerte, la imposibilidad de sostenerse una temporada, o unas horas.
Automáticamente, la nave Clase Colonia efectuó todas las operaciones aproximativas que venían registradas en su memoria, y suavemente se posó en un cerro pelado. Los cálculos llevaban años de realizados, y todo era automático: es que las maniobras eran demasiado complicadas para los tripulantes. Sólo que los tripulantes advirtieron, apenas iniciaron el acercamiento, que algo andaba mal. No era el planeta azul que delataba agua y atmósfera aceptable. Era rojo, turbulento, agitado por estallidos  inesperados y grietas ominosas. Y cuanto más descendían, más sospechas tenían del error: el agua –que existía –tenía color añil veteado de bermellón; había arbustos primitivos, como helechos gigantes, desgarrados por el viento feroz. Y pesadas nubes de altura ocultaban los rayos del pálido sol.
Pero la Clase Colonia era automática. No se las equipaba con control manual de emergencia, porque era demasiado caro enviar colonos y equipo como para ocupar parte del espacio con ingenieros y tecnología para casos eventuales. Que tampoco se producían, según las estadísticas.
Los tripulantes observaban el panorama por los grandes visores. Definitivamente no podrían descender allí. Sus equipos de supervivencia no los mantendrían. No estaban preparados. Ellos iban a un planeta donde todo sería descender, sembrar, cosechar y cantar. No ESTO.
Entonces se produjo.
Un timbre y una voz suave y despreocupada –grabada, es claro–: “Unidad de Desembarco Temprano procediendo a la apertura. Equipo preparado y listo. Procediendo.”
En la Unidad de Desembarco Temprano (UDT) había cuatro tripulantes, preparados desde el momento en que la Clase Colonia ingresó al Sistema Estelar. Aislados en su Cámara Compensatoria para Desembarco Temprano, no habían visto lo que había afuera. No sabían que el Capitán había decidido no desembarcar. Y estaban saliendo.
Las pantallas gigantes transmitieron con lujo de horror la masacre. El suelo era firme, donde pisaron. Pero cinco pasos más allá comenzaba el barro. Un barro oscuro, pegajoso. E invasor. Un barro vivo, que atrapaba a las personas y se las devoraba, mientras el aire venenoso hacía su trabajo por otra vía, mientras la radiación modificaba las estructuras celulares. Duró poco, eso fue lo bueno. Pero los restos de la UDT quedaron ante las cámaras fijas, como un reproche. El Capitán no podría haber detenido la operatoria UDT, es cierto, pero no dejaba de recriminarse, de todos modos, por no haber avisado a los tripulantes.
Ahora se imponía un intento de interpretación. Y una posible solución.
Todos los tripulantes se reunieron en el Gran Ámbito Común (GAC), y produjeron un brain storming profundo. Hay que considerar que entre ellos había técnicos e ingenieros. Su rama no era la ciencia espacial, pero tenían la base tecnológica como para comprender qué había pasado.
Se decidieron por la teoría de la lente gravitatoria. La Clase Colonia había utilizado, para el salto, el cúmulo globular doble abierto NGC884. Una teoría aún no demostrada situaba en ese cúmulo una lente gravitacional, una anomalía gravitatoria que aumentaba o disminuía el poder de esa fuerza (y, por lo tanto, el espaciotiempo)  Suponiendo que la teoría fuera válida, la Clase Colonia podía haber ingresado en la zona de influencia de la lente, y movido en el espaciotiempo, hacia atrás o hacia adelante. Eso justificaba el error de los equipos automáticos: el planeta era el elegido, las maniobras fueron perfectas. Sólo que el planeta elegido estaba eones atrás o delante de la época de los tripulantes.
El Capitán y el Consejo de Notables (CDN) se decidieron por la alternativa teórica de que, si volvían a dar el salto por las NGC884, quizás (y sólo quizás) volviesen a su tiempo normal, y a su origen.
No era certeza. No era consuelo. Pero de todos modos no podían descender en ese planeta, y era mejor morir en el espacio, distorsionados por la gravedad, que acabar allí por hambre y degradación y encierro.
Quedaba un detalle no menor, que era inducir a los equipos automáticos de la Clase Colonia a que despegaran y volvieran al espacio. Pero increíblemente, esa fue la parte más fácil Los ingenieros descubrieron cómo poner el automatismo en reversa.
La nave despegó, y dejó el planeta hostil, para siempre.
En el barro orgánico, la secuencia de ADN de los cuatro tripulantes de la UDT se estaba integrando al barro primordial.  Junto con el cambio de las condiciones ambientales,  acabarían por formar nueva vida, nuevos animales, nueva raza.

De alguna forma, la colonización tendría éxito, después de todo.

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