viernes, 31 de octubre de 2014

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C784 1CxD02 157 (31 de octubre de 2014)

El Chancho Rengo

© Jorge Claudio Morhain

No había abrepuños ni cardo ni chamico ni alambre de púa que lo parase. El Chancho Rengo se bebía los campos hacia las lucecitas lejanas. Cruzaba el campo en medio de la noche, y el coro de perro s lo acompañaba, desde el horizonte.
Llegó a la ancha avenida de tierra que un día se llamaría Pereda. Siguió por los yuyos, porque los pies llagados por las espinas se calmaban con el frescor de la noche cercana.
A los tropezones cruzó las seis cuadras largas de Máximo Paz espantando a las madres y los niños que corrían a esconderse bajo las cobijas al grito de “¡El Chancho Rengo!”
Cuando enfocó el Almacén de Ramos Generales de Mori, fue como un dejarse caer, contra la puerta. Un abrirla de un golpe, un callarse ante el silencio.
Los parroquianos sosprendidos con las copas enla mano, con las barajas en lo alto a punto de cantar truco, con el cuchillo a punto de llegar al salame. Las estanterías llenas de latas de pintura, botellas de caña, rolos de alambre, cajones de fideos y arroz. Elcartel, notable “NO PERMITO ESCUPIR EN EL SUELO”. La extensa salivadera.
El Chancho Rengo juntó aliento, metió la mano en el tirador y sacó unos arrugados billetes.
– ¡Ginebra! –, dijo.
Dopn Mori dejñó el cuchillo de lado, bajó la Bols de terracora y le sirvió un vasito culón.
Los vasos llegaron a las bocas, las bartajas a la mesa lustrada de codos.
El Chancho Rengo tomó la ginebra de un trago, y luego se dio vuelta.
– Buenas noches –, dijo.
Respetuosamente, todos le contestaron: ¡Buenas noches!

Don Mori le siervió otra ginebra. El gordo paisano acomodó su pierna de palo, y se dispuso a vaciar la segunda copa. 

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