lunes, 27 de octubre de 2014

C779 1CxD02 152

C779 1CxD02 152 (27 de octubre de 2014)

El aprendiz

© Jorge Claudio Morhain

A veces se cansaba del tranco lerdo de la llama, y caminaba un poco, llevándola de tiro. Pero en las cuestas, cuando uno pesa el doble, prefería montarla. A medida que subía, el aire se iba haciendo más tenue, más limpio, más ansiado.
Cuando al fin llegó a la cueva, el mundo entero era un potrero lleno de huecos y montículos, que se desparramaba allá abajo, como aprisionado por el cielo pálido y frío.
La bruja lo estaba esperando.
– Vos sos el enviado –, dijo.
– Yo soy el enviado, Chacha. El huarma destinado como su ayudante, su aprendiz.
Sonrió la vieja, brillando al sol el único diente.
– Güagüa ‘ahí ser, nomás. Pero ti he de hacer hombre.
Aprendió la magia. Pero también aprendió el idioma de los cerros, el ordenamiento de las sendas, el aliento de los vientos, los sabores del sol, los aromas de los cactos, el lenguaje del vuelo de los cóndores. Y, sabiendo aquello, supo el secreto del corazón de los humanos.
Y se hizo hombre.
Y un día bajó al valle, calzado de ushutas y envuelto en su poncho de vicuña, apoyado en su callado de cardón.
Lo primero que pasó es que un grupo de turistas quiso comprarle el poncho.
Eso antes de acercarse al poblado, lleno de autos, rodeado de rutas, hirsuto de antenas como platos, rumoroso de electrónica.
Y el Mago supo que a su extraordinario aprendizaje en la montaña debía agregarle algo más.
E hizo la primaria, y la secundaria, y la Universidad.  
Luego de terminar su posgrado en Antropología, tomó la decisión fundamental de su vida. Compró una llama y, un rato montándola, un rato llevándola de tiro, subió a las alturas, donde el aire es fino y suave y el mundo un campo arado y desparejo.
Sentado en la puerta de la cueva, se dejó envejecer.
Un día, estaba seguro, un huarma, un joven, subiría a verlo.

Para hacerse hombre.

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