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1cxD02- 160 (7 de noviembre de
2014)
Encuentros en el 60
© Jorge Claudio Morhain
La primera vez me pareció una vieja. Una
vieja astrosa, pobre, famélica, indecente, con una mirada extraviada que
parecía quejarse de todo lo que los demás ostentaban, ya fuese galletitas,
caramelos o simplemente cachetes rollizos. Viajaba en el 60, agarrada –colgada–
del pasamano, y me daba la triste impresión de una media res vieja y reseca,
colgada de un riel de carnicería, sin nadie que la compre.
La primera vez eché mano al perfume, que es
como mi burbuja. Cuando algo me ataca me envuelvo en una nubecita de perfume de
Carolina Herrera, y todo pasa.
No sé dónde subió ni dónde bajó. Era de
mañana, cuando yo iba al trabajo.
La segunda vez fue de vuelta del trabajo,
casi a la hora de la siesta, y ya no estaba tan vieja, ni tan arrugada, ni tan
hambrienta. Pero era ella. Nadie tenía esa mirada tan ávida y desafiante.
Tampoco viajaba parada: estaba sentada en el último asiento del medio, en la
altura, y desde allí parecía la Soberana de un país de súbditos despreciables.
No usé el perfume. Usé al Anne Rice, mi
tremendo libraco, y eso me impidió, nuevamente, saber dónde subía o dónde
bajaba.
Pero a la tercera, la vencida, según dicen,
el micro se rompió, entrando la noche. Bajamos todos. Un muchacho lleno de vida
(y esperanza), un señor gordito de colita, una secretaria enfundada en
cualquier cosa que pareciera una funda, y… la vieja. Que ya no era una vieja.
Ahora parecía una ama de casa gastada, con profundas arrugas y marcas de la
vida. Su mirada soberbia estaba como resignada, como si hubiera bajado la guardia.
Y justo a mí, vino a hablarme.
– ¡Qué cosa!
– Mmh. Sí.
– Cada vez peor. Este gobierno no da para
más.
– Perdón… ¿Por qué el gobierno…? –yo sé que
no debo preguntar eso, porque es la llave para desatar una verborrea llena de
slogans y lugares comunes. Pero no…
– Vas a llegar tarde a tu casa –, me dijo.
– No, no voy a mi casa. Pero no importa.
Igual voy a llegar tarde.
– Yo ya estoy atrasada. Años atrasada.
La miré inquisitiva.
– Es muy difícil conseguir mi tipo de
sangre… – me dijo, a modo de explicación.
– Tiene que hacerse transfusiones… – quise
aclarar.
– Más o menos.
– Yo soy O RH positivo, creo que es el
grupo más común.
– Sí, ya me di cuenta. Yo soy AB, RH negativo.
– Ay, yo tengo ese grupo… – exclamó el
muchacho lleno de vida y esperanza.
A la vieja –ama de casa gastada– se le
iluminaron los ojitos. Desde ese momento dejó de darme bola y se encariñó con
el mino. El colectivero, que andaba suelto y con ganas de ligar, se prendió
conmigo. Me contó la historia del micro, de la empresa y de la soledad que
significa manejar todo el día solo, y en eso llegó el auxilio y me lo sacó de
encima. Enseguida llegó otro 60, y nos fuimos. Lo único que me interesaba era
encontrarme con Roberto, así que de ahí en más tengo una laguna.
Los otros días volví a verla. Ya no era una
ama de cada gastada, con suerte era un ama d casa. Pero una de esas amas de
casa que se cuidan como si un día viniera Bazán a hacerles una nota o Tinelli a
hacerles un casting. No me conoció. Yo, apenas. No hay, pensé yo, como una
buena cama para levantar a una mina.
Porque sería eso, me imagino.
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