jueves, 27 de noviembre de 2014

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C795    1CxD02  169                        26 de noviembre de 2014

El taxi de Fernández – La sirena

© Jorge Claudio Morhain

El carburador estaba tosiendo de nuevo. Fernández largó una puteada y estacionó en el parque Uruguay, frente a ATC (o sea Canal 7, Fernández era de esos que se les pegan los nombres viejos: Yilét, Segba, Entel…), y abrió el capot. Sacó el filtro de aire, inspeccionó la boca del carburador. No se veía gran cosa… Se trepó al guardabarros y estiró la cabeza. Y se cayó adentro.
Estaba caliente. No tanto como para quemarse, pero sí como para sudar. El olor a nafta lo mareó un poco, pero enseguida se acostumbró. El metal estaba pulido y brillante. Con cuidado, descendió por el caño, tratando de encontrar la maldita basura que se cruzaba en el flujo. Justo donde empezaba el filtro, la encontró. Estaba hermosa, bajo la luz filtrada por el cartucho de plástico y el azul de la nafta súper. Dijo llamarse Fiamma, dijo que era una sirena de la nafta de alto octanaje, dijo que era un servicio extra de la compañía.
Fernández hizo todo lo posible para que la sirena de la nafta saliera con él, a dar una vuelta. No hubo caso. Mimos, besos, abrazos, promesas.
No se podía seguir así. Por último, con todo el dolor del alma, Fernández sacó del bolsillo el Limpiacarburadores en aerosol. Y disolvió a la sirena.
Después se hizo unos mates, y se sentó en un banco de la plaza, a pensar en la sirena de la nafta extra súper.

Los mejores amores son los imposibles.

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