C772 1CxD02 145 8 de octubre de 2014
Colonización
© Jorge Claudio Morhain
El desembarco debía ser una rutina,
diferente de las prácticas virtuales por el resultado final; pero no lo fue.
En primer lugar, los tripulantes pensaron que, de algún modo, la nave había
errado de planeta, y en lugar del “apto para la vida”, habían ido a parar a
cualquiera de los otros que orbitaban la estrella clase amarilla. Cualquiera,
fuera de la zona crucial, significaba, si no la muerte, la imposibilidad de
sostenerse una temporada, o unas horas.
Automáticamente, la nave Clase Colonia efectuó todas las operaciones
aproximativas que venían registradas en su memoria, y suavemente se posó en un
cerro pelado. Los cálculos llevaban años de realizados, y todo era automático: es
que las maniobras eran demasiado complicadas para los tripulantes. Sólo que los
tripulantes advirtieron, apenas iniciaron el acercamiento, que algo andaba mal.
No era el planeta azul que delataba agua y atmósfera aceptable. Era rojo,
turbulento, agitado por estallidos
inesperados y grietas ominosas. Y cuanto más descendían, más sospechas
tenían del error: el agua –que existía –tenía color añil veteado de bermellón;
había arbustos primitivos, como helechos gigantes, desgarrados por el viento
feroz. Y pesadas nubes de altura ocultaban los rayos del pálido sol.
Pero la Clase
Colonia era automática. No se las equipaba con control manual de
emergencia, porque era demasiado caro enviar colonos y equipo como para ocupar
parte del espacio con ingenieros y tecnología para casos eventuales. Que
tampoco se producían, según las estadísticas.
Los tripulantes observaban el panorama por
los grandes visores. Definitivamente no podrían descender allí. Sus equipos de
supervivencia no los mantendrían. No estaban preparados. Ellos iban a un
planeta donde todo sería descender, sembrar, cosechar y cantar. No ESTO.
Entonces se produjo.
Un timbre y una voz suave y despreocupada
–grabada, es claro–: “Unidad de Desembarco
Temprano procediendo a la apertura. Equipo preparado y listo. Procediendo.”
En la Unidad
de Desembarco Temprano (UDT) había cuatro tripulantes, preparados desde el
momento en que la Clase Colonia
ingresó al Sistema Estelar. Aislados en su Cámara Compensatoria para Desembarco
Temprano, no habían visto lo que había afuera. No sabían que el Capitán había
decidido no desembarcar. Y estaban saliendo.
Las pantallas gigantes transmitieron con
lujo de horror la masacre. El suelo era firme, donde pisaron. Pero cinco pasos
más allá comenzaba el barro. Un barro oscuro, pegajoso. E invasor. Un barro
vivo, que atrapaba a las personas y se las devoraba, mientras el aire venenoso
hacía su trabajo por otra vía, mientras la radiación modificaba las estructuras
celulares. Duró poco, eso fue lo bueno. Pero los restos de la UDT quedaron ante las cámaras fijas,
como un reproche. El Capitán no podría haber detenido la operatoria UDT, es cierto, pero no dejaba de recriminarse,
de todos modos, por no haber avisado a los tripulantes.
Ahora se imponía un intento de interpretación.
Y una posible solución.
Todos los tripulantes se reunieron en el Gran Ámbito Común (GAC), y produjeron un
brain storming profundo. Hay que
considerar que entre ellos había técnicos e ingenieros. Su rama no era la
ciencia espacial, pero tenían la base tecnológica como para comprender qué
había pasado.
Se decidieron por la teoría de la lente
gravitatoria. La Clase Colonia había
utilizado, para el salto, el cúmulo globular doble abierto NGC884. Una teoría
aún no demostrada situaba en ese cúmulo una lente gravitacional, una anomalía
gravitatoria que aumentaba o disminuía el poder de esa fuerza (y, por lo tanto,
el espaciotiempo) Suponiendo que la
teoría fuera válida, la Clase Colonia
podía haber ingresado en la zona de influencia de la lente, y movido en el
espaciotiempo, hacia atrás o hacia adelante. Eso justificaba el error de los
equipos automáticos: el planeta era el elegido, las maniobras fueron perfectas.
Sólo que el planeta elegido estaba eones atrás o delante de la época de los tripulantes.
El Capitán y el Consejo de Notables (CDN) se decidieron por la alternativa teórica
de que, si volvían a dar el salto por las NGC884, quizás (y sólo quizás)
volviesen a su tiempo normal, y a su origen.
No era certeza. No era consuelo. Pero de
todos modos no podían descender en ese planeta, y era mejor morir en el
espacio, distorsionados por la gravedad, que acabar allí por hambre y
degradación y encierro.
Quedaba un detalle no menor, que era inducir
a los equipos automáticos de la Clase Colonia a que despegaran y volvieran al
espacio. Pero increíblemente, esa fue la parte más fácil Los ingenieros
descubrieron cómo poner el automatismo en reversa.
La nave despegó, y dejó el planeta hostil,
para siempre.
En el barro orgánico, la secuencia de ADN
de los cuatro tripulantes de la UDT
se estaba integrando al barro primordial. Junto con el cambio de las condiciones
ambientales, acabarían por formar nueva
vida, nuevos animales, nueva raza.
De alguna forma, la colonización tendría
éxito, después de todo.
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