jueves, 30 de octubre de 2014

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C782 1CxD02 155  30 de octubre de 2014

Pizza y Delivery Vila Vila

© Jorge Claudio Morhain

Papardella, el tano, solía hacer unas pizzas gloriosas.  Y no era sólo el gusto inefable, el toque perfecto de la masa, ni demasiado esponjosa ni demasiado seca, ese qué se yo del condimento del tomate cobertura, el punto justo de la muzza cubriendo ese alma de anchoas y desbordándose de puro gusto. No, antes estaba el olor, que invadía el pasillo, los pasillos, las alturas, los pisos agregados y hasta los departamentos de los fondos, algunos de los cuales daban a los desagües donde el olor tenía que ser muy fuerte para superar la puzza constante.
Era raro que el tano viniese a la villa: por lo general éramos gente del interior, del norte, o peruanos, bolivianos y paraguayos. Los tanos ya habían pasado lo suyo, en la época de los conventillos. Pero Papardella era nuevo. Era de la nueva oleada. Expulsado de su país por el hambre y la miseria. Increíble, che, pero ahí estaba.
Tampoco, hay que decir, Papardella venía con la habilidad para la pizza desde Italia. Había ido a parar a una pizzería italiana del barrio norte, de Palermo (cualquiera de ellos), donde fue muy bien recibido por su tanada manifiesta, precisamente. Y ahí agarró la mano de la pizza majestuosa. Después dejó la pensión donde vivía desde que llegó, y se mudó a la villa, a una de las casitas vacantes desde que sus habitantes se fueron a un plan Procrear, a la provincia. El tano estaba feliz. Aquella mezcolanza de nacionalidades le recordaba su litoral, traspasado de africanos y croatas, aún más pobres que los residentes. Además, con esa bonhomía peninsular, con esa generosidad legendaria de los tanos, no mezquinaba el producto. Por lo menos, al principio.
Es que empezó a haber colas, para recibir una porción de pizza. Es que el tano, además, no las cobraba.  A mí, que era su vecino, fue al primero que le transmitió su inquietud.
– Non vaseno di piú, Cachilo (Cachilo, Cacho, soy yo) Se me stanno arovinando le ganancia.
– Y claro, tano. Las cosas gratis únicamente las puede bancar el Gobierno y eso si quiere.
– Ma ío no so il Goberno. Io laboro per mangiare… Ma, non é quello il problema…
A veces me costaba entenderlo, porque uno más o menos está acostumbrado al cocoliche sainetesco e los tanos viejos. Pero este era moderno, tenía poca calle en la castilla, así que había que parar la oreja. Por lo que pude descifrar, la preocupación de Papardella era que a veces comían los que tenían recursos y no los pibes que de veras pasaban hambre. Y que  los que podían no dejaran ni un mango en la cajita de contribuciones que había puesto a sugerencia mía.
Lo solucionamos: pizza gratis habría en el Comedor Los Cositos, que era donde se reunía el piberío flaco, y donde se analizaba cada caso antes de dejarlos venir a comer.
Entonces se quejaron los otros. No podía ser, dijeron, que solamente los pobres pobres (todos se consideraban pobres en la villa) probaran la pizza de Papardella, y los que la pagarían con gusto nada.
Entonces empezamos esta sociedad, con Papardella. Él cocinaba esas pizzas gloriosas, y yo las distribuía: lo que era del comedor, sin cargo. El resto, por pedido y a domicilio.
Algunos empezaron a quejarse (la gente que tiene la panza llena siempre se queja) porque cada vez que llamaban a Papardella atendía yo, aunque fuese por otro asunto. Había que ponerle un nombre al negocio. Y fue ese: “Pizza y Delivery Villa Villa”. Lo del doble “Villa” fue otra genial idea mía (perdón, es que soy un genio) No era lo mismo “Pizza de la Villa”, ni “Pizza Villa” que “Pizza Villa Villa”. Le daba otro tono. Otra categoría. Por un lado reforzaba la idea de que era algo nuestro, de la Villa. Por otro le daba esa intriga de la doble imposición. En fin, cosas que aprendía en la facultad, a la noche. 
Y así anduvo bien un tiempo. Sólo limitado por la capacidad propia de Papardella para cocinar sus pizzas. Lo que limitaba el servicio a dos o tres veces a la semana, y limitaba la demanda que se podía satisfacer.
Entonces recibí el primer delivery con una dirección extraña. Ya no era “casa tanto”, “pasillo tanto”, “sector tal”, que era la identificación habitual de la villa. Esa era algo como “Gurruchaga 1214” o “Nicaragua 4200”. Era una dirección en la ciudad.
– Che, tano, ¡vos viste esto? –, lo encaré.
– Un pedido. Una grande de jamón y morrone. Allora?
– No. Es un pedido de afuera. De afuera de la villa.
– Ah, catzo. Io non lavoro per fuori… Cosa facciamo?
– Y, qué se yo. Se ve que algún cliente de la Villa convidó a uno de la ciudad, y… Yo diría que no podemos dejar a los clientes en banda.
– Eh, ma si. Avanti bersaglieri, que la vittoria è nostra, dai.
Y así nació la empresa. ¿Cómo que cuál empresa? ¿No me estaban haciendo un reportaje para los Nuevos Emprendedores de Canal Encuentro? Ah, menos mal. Me sembraba que fuosenno bugiardo…
Ah, perdón. Es que se me pega la tanada.
Sintético: Papardella dejó el restaurante y compró una casa grande en la Villa. Tomó a cuatro vecinas y les enseñó a cocinar pizza como los dioses… si los dioses se llaman Papardella. Y vendemos a cuatro manos. Soy el Jefe del Delivery, y tengo cinco motoqueros a cargo. ¿Qué tul?
Ah, usted dice que por qué se llama “Pizza y Delivery Vila Vila” y no “Villa Villa”. Un poco por marketing, pero más por la tanada. Papardella no dice “Viya”, dice “Vila”. ¿No suena mejor?
Sí, ya sale la grande para el equipo, non calentasenno…
Sí, la tanada.




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