C784 1CxD02 157 (31 de octubre de 2014)
El Chancho Rengo
© Jorge Claudio Morhain
No había abrepuños ni cardo ni chamico ni alambre de púa que
lo parase. El Chancho Rengo se bebía los campos hacia las lucecitas lejanas. Cruzaba
el campo en medio de la noche, y el coro de perro s lo acompañaba, desde el
horizonte.
Llegó a la ancha avenida de tierra que un día se llamaría
Pereda. Siguió por los yuyos, porque los pies llagados por las espinas se
calmaban con el frescor de la noche cercana.
A los tropezones cruzó las seis cuadras largas de Máximo Paz
espantando a las madres y los niños que corrían a esconderse bajo las cobijas
al grito de “¡El Chancho Rengo!”
Cuando enfocó el Almacén de Ramos Generales de Mori, fue
como un dejarse caer, contra la puerta. Un abrirla de un golpe, un callarse
ante el silencio.
Los parroquianos sosprendidos con las copas enla mano, con
las barajas en lo alto a punto de cantar truco, con el cuchillo a punto de
llegar al salame. Las estanterías llenas de latas de pintura, botellas de caña,
rolos de alambre, cajones de fideos y arroz. Elcartel, notable “NO PERMITO
ESCUPIR EN EL SUELO”. La extensa salivadera.
El Chancho Rengo juntó aliento, metió la mano en el tirador
y sacó unos arrugados billetes.
– ¡Ginebra! –, dijo.
Dopn Mori dejñó el cuchillo de lado, bajó la Bols de
terracora y le sirvió un vasito culón.
Los vasos llegaron a las bocas, las bartajas a la mesa
lustrada de codos.
El Chancho Rengo tomó la ginebra de un trago, y luego se dio
vuelta.
– Buenas noches –, dijo.
Respetuosamente, todos le contestaron: ¡Buenas noches!
Don Mori le siervió otra ginebra. El gordo paisano acomodó
su pierna de palo, y se dispuso a vaciar la segunda copa.
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