C780 1CxD02 153 (28 de octubre de 2014)
Travesía
© Jorge Claudio Morhain
La vereda de mi casa es la más linda,
porque la línea oscura cerca del cordón se prolonga casi, casi, por toda la
cuadra. Se corta en lo de Ramuspi, porque tiene adoquines. Y ya sabemos, loa
adoquines no cuentan. Así que me puedo desplazar seguro todos los días, sin
abandonar la senda, la viborita de la suerte. De ahí en más, empieza la
aventura. Calles desparejas, falta de baldosas, y hasta zonas de tierra. Allí
me convierto realmente en lo que soy: el Explorador de lo Desconocido, y camino
probando piedritas, ladrillos, guardas intrincadas como las enredaderas de la
Jungla Oscura, y hasta lianas, que permiten trasladarse con el método Tarzán.
La última vez un gorila salió de la jungla gritándome que esas eran las cuerdas
que sostenían su pasacalle, pero no le hice caso. Así, con gran trabajo, mucho
sudor y abnegación, puedo llegar a la Gran Factoría de Esclavos, donde la
Compañía junta los nativos para adoctrinarlos. El cartel dice “Escuela”, pero
es una estrategia del enemigo. Hay días en que la travesía se pone más
peligrosa, más aventurera. Cuando llueve, por ejemplo, y hay que navegar en
canoas amarillas chapoteando y esquivando los cocodrilos camuflados como
botellas vacías, cuando las zonas de tierra se convierten en pantanos que
tragan todo lo que se acerca. O cuando hay muchos expedicionarios en la misma
ruta; suele pasar los días que hay partido en la cancha del barrio. Entonces
hay que luchar a brazo partido con watusis, balubas y masais, además de zombis
y vampiros diurnos. Realmente, la
travesía compensa las horas perdidas en la Factoría, donde trato de pensar en
otra cosa, para que no me haga efecto el acondicionamiento de la Compañía
Escolar.
Pero un día tuve un serio percance en mitad
de la travesía, y eso quiero contar. Fue, precisamente, en lo de Ramuspi,
cuando descansaba de la peligrosa marcha por la delgada liana de una baldosa
verde en el Supermercado chino. Justo se abrió la puerta y salió… La Diosa de
las Profundidades, Alina, vestida con un guardapolvo duro y blanquísimo, como verdadera
Vestidura Sagrada de la Gran Diosa. Como corresponde, guardé silencio hasta que
la Diosa me dirigió la palabra, preguntándome si iba a mi Factoría, o a mi
escuela. ¿Qué le iba a decir? Es misión de todo Explorador de lo Desconocido
conducir a las doncellas hasta el Palacio de Cristal, a tomar un helado. Claro,
ella no quería ir al Palacio, sino a la Factoría, pero no es misión de los
Exploradores de lo Desconocido indagar las razones de una dama, así que tuve
que llevarla conmigo. Tuve el impulso de llevarla en mis brazos, por sobre los
balcones, pero me pareció que no era lo apropiado para un Explorador serio como
yo.
Pero, ¡horror!, lo primer que hizo la Diosa
Alina fue hundirse en el lodazal blanco de las baldosas del medio. Yo vacilé un
buen rato, colgado del fino cordón de la guarda azul. Y, finalmente, pensé, la
vida del Explorador de lo Desconocido debe ser arriesgada, trabajosa y
abnegada. Así que me hundí con ella en el mar sin límites de las veredas vacías
y, como buen piloto de tormenta, la guié sin incidentes hasta la Factoría de
Esclavos. Como corresponde, el Explorador de lo Desconocido recibió al final de
su misión el merecido premio de un beso de la Diosa de las Profundidades.
Desde entonces, y los días de clase, el
Explorador de lo Desconocido maneja su bergantín, conduciendo a la Diosa a la Factoría.
Feliz y contento. Como debe estar el Explorador cuando su misión se ha cumplido
satisfactoriamente.
Eso.
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