C752 1CxD02-128 (4 de septiembre de 2014)
Chivito
© Jorge Claudio Morhain
Un buen día, tuve ganas de comer chivito. Abrí la puerta,
empujé el bote al agua que golpeaba el umbral, monté la hélice y luego de un
pequeño carreteo levanté vuelo (ya se habían desplegado los alerones) Encaré
directamente hacia el Sol Cautivo, y luego de atravesarlo, carreteé en un
campito de Santiago del Estero, compré un chivito recién carneado y me dispuse
a viajar hasta mi casa de la montaña, para cocinarlo bien estiradito frente al
proyector de microondas.
Pero el hombre dispone y la guerra propone, o viceversa,
porque en lugar de la montaña el Sol Cautivo me desembarcó en Irak, que, como
es sabido, sigue una guerra que comenzó en el remoto siglo XX.
Así que luego de luchar contra el hielo líquido de los
trombones electrónicos y el barro radiactivo que vomitaban las monstruosas gabarras extranjeras,
conseguí enfilar mi bote hacia un ángulo del Sol Cautivo, a ver si esta vez le
acertaba.
Hubo un pop.
Ahora estoy sentado en un escritorio de… (no lo van a creer)
¡madera!, frente a un cacharro enorme y ruidoso que imprime tipos
¡mecánicamente! Tendrían que ver el juego de palancas y ganchitos que hace que
cada letra se imprima en el papel, como un grabado. Y estoy escribiendo esta
historia inútil.
Cosas de la tecnología. El Sol Cautivo me envió al pasado,
y, y se sabe, del pasado no se vuelve. Los recuerdos, únicos testigos del
pasado, son inexpugnables. Pero volátiles.
Y bueno. A lo mejor, en este tiempo, me gano la vida como
escritor…
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