C761 1CxD02-135 (16 de septiembre de 2014)
El negado
© Jorge Claudio Morhain
A negado, vea, el Rosijuan Martínez. Ya nomás vaya y
preguntelé por qué se llama Rosijuan. “Porque mi hermano se llama José María y
mi hermana María José. Mi máma se cansó de los joseses y las marías y quiso
probar suerte con las rosas y los juanes, asigún machito o chancletita, y
porque vine tan mal parido, con perdón, que decidió no tener más críos y
ponerme los dos nombres juntos, por eso…
¿y qué?” Nada, nada, don Rosi. Curiosidá nomás. “Y me llamo Rosijuan. Rosijuan
Martínez, vea.” ¡Rosijuan Martínez! Hombre negado, vea…
Le negó a la Estercita, su prienda, la paternidad de sus
tres hijos. Y miren que eran unidos, culo y calzoncillo, le diría. Y no es que
sospechara que no eran de él, con lo cual hubiera tenido alguna razón (que en
realidad la tenía, porque la Estercita era rápida como vejiga de cuzco, si lo
sabré yo) Pero mejor dejemosló áhi, que no estamos hablando de eso.
Negado. No aceptaba copas, y después se quejaba que no lo
convidaban. Capaz de meterse en el atajo de los espinillos con tal de no seguir
el camino con el resto de la tropa. Capaz de hacer volver a un forastero si paraba el auto y le
preguntaba “disculpe, don, ¿este es el Paraje Naranjajai?” “No”, decía de puro
negado, y el pobre turista daba vuelta el auto, puteando, a ver dónde se había
enredado con el GPS.
Para los que no eran de Paraje Naranjajai, encontrarse con
el Rosijuan era una experiencia religiosa: ponía a prueba la santa paciencia y
la capacidad de perdonar. Y había quien se zafaba y pecaba, nomas, y por áhi
venía pendencia, lo que estaba bien, porque animaba un poco la igualación
tremenda de los días y las semanas y los meses. Bah, le voy a decir, mejor, que
en Naranjajai nunca pasaba nada. Por eso cuidábamos al Rosijuan y lo mandábamos
al frente cuando caían gente extraña. Bueno, a veces había lastimados y algún
difunto, pero nuestro camposanto era grande y no hacía preguntas. Con algo hay
que divertirse.
Para las cosas de todos los días, los naranjajaienses le
habían encontrado la vuelta: “Si tiene chanchos para vender, guárdeselos usted,
don Rosijuan”. “No, no me los voy a guardar, los estoy vendiendo, y baratos,
ve.” Y así se hacía la transacción. “Convido un trago a todos, menos a don
Rosijuan, que no le gusta.” “Hoy me gusta, ve”. Y así. “Vamos a ayudar con la
losa del vecino Pérez, don Rosijuan. A usted no lo invitamos”; y Rosijuan se
iba como quien no quiere la cosa y, si nadie se lo pedía, daba una mano. Pero
guai que alguien le dijera “¿Me alcanza el balde, don Rosijuan?” Ah, Dios, áhi
se empacaba y no había Cristo que lo abuenase. Hombre negado, vea…
Hablando de otra cosa, se después vino un día la “Alazán
Rosillo S.A.”, la empresa sojera que, más chiquito, mentaba en sus papeles
“filial de Burpson Food Limited Corporation”. Y la verdad que el mismo don
Rusél, que dijo ser el encargado de negocios para la zona, no hablaba muy bien
la castilla, y más vale parecía aquel “inglés de los güesos” mentado en alguna
película. Vino un día, en un tanque de guerra con forma de camioneta 4x4, y
habló con el Comisario (Encargado del Destacamento nomás, pero todos lo
llamaban “Comisario”), y pidió una reunión con los propietarios de la zona. Y
bueno, se hizo, y el hombre explicó el interés de la “Burpson”, perdón, de la “Alazán
Rosillo”. “Para qué usted va sembrar maíz, poroto, mandioca, algodón, girasol,
rompiendo lomo al sol, rezando para si llueve o deja de llover, rezando para
que no caiga helada o que no caiga granizo o que no caiga langosta, ¿no?” “Y…
pa vivir. Acá la vida es eso. Si no hay eso, pa qué…”, dijo Carlitos Mechay, el
payador y leído de Naranjajai. Pero don Rusél ni lo escuchó, o por áhi no
entendió, porque era medio cerradón de lengua, como dije. El ferretero, Félix,
era más práctico: “Eh… ¿cuánto paga, míster?” Interpretó el sentimiento de
muchos. Y cuando Rusél dijo cuánto, hubo un silencio que sólo se escucharon los
teros y el corochiré, que, por otra parte, siempre está. “¿Hacemos negocio?”,
se apuró el hombre de corbata, sacando un fajo de papeles. “Aguante, don
Estehombre. No vamos a meter la cabeza en la trilladora sin antes ver que esté
apagada, ¿no? Yo propongo hacer otra reunión pongamos en quince días, y
demientras conversamos entre nosotros y nos ponemos de acuerdo… o nos agarramos
a patadas, que es lo más probable…” Mechay sabía, precisamente, mechar las
cosas serias y muy serias con una pavada, y entonces uno se reía y aflojaba.
Pero, después de un corto contrapunto de “yo creo que sí”, y “yo creo que no”
todos nos miramos y aprobamos la moción. A don Rusél no le gustó nada. Pegó un
resoplido que ni toro en celo, guardó sus papeles y dijo: “Está bien. Pero no
más de quince días. Hay que remover lo que hay, voltear árboles y plantar la
soja.” Pa qué… “¡¿LA SOJA?!”, todos juntos. Y alguno agregó “¿voltiar árboles?”
y otro “¿cómo remover lo que hay…?”. Don Rusél, ya con media pata en la
camioneta, tiró un último precio por hectárea: el doble del anterior. “Última oferta”, dijo y cerró con un golpe y
el tremendo artefacto arrancó al toque, porque el chofer había estado
acelerando en vacío.
Acortando la relación porque, como decía el compadre Fierro,
pa chorizo es largo: las deliberaciones de la paisanada terminaron de convencer
a algún indeciso. Y es más, de esa discursiada salió una asociación que capaz
se llamase “Coperativa Agrícola Naranjajai” (me han dicho que la coperativa va con dos
“o”, pero a mí no me consta, qué quiere que le diga) Pero bueno, como sea. El
tema era cómo decirle al representante de la “Burpson Food Limited Corporation,
filial Alazán Rosillo S.A”. que no había trato. Ya lo calamos al hombre: iba a
ofertar el oro y también el moro, y hasta el alazán; iba a sacar papeles y
mandar abogados, y hasta quién sabe no se metía de prepo. Necesitábamos un
hombre que se negara. Que se negara a todo.
¿Ve? Por eso les cuento la historia del Rosijuán Martínez.
Hombre negado como no hay. El pueblo entero le dijo, sabiamente: “Vea, don
Rosijuan, no tenemos un representante que le diga al Rusél que no hay trato. Y
usted menos que nadie, claro”. Santo remedio: Rosijuán Martínez nos representó,
solo y su alma. Y cómo. Nadie como él, para negarse a muerte. Colorado como
chancho pelado, el dueño de la 4x4 se perdió entre el polvo, y nunca más se lo
vimos. Al polvo, digo, ni eso. Pero cómo será de negado, Martínez, que siempre
se negó a que la Cooperativa (está bien, pongo dos “o” si a usté le gusta) se
llamara Cooperativa Agrícola Rosijuán. Hubo que decirle que se iba a llamar
Estercita (porque ella es su apoyo y refuerzo), para que diga “pa eso ponganlé
Rosijuan”, carajo. Y quedó.
Ahí está. Pa que no siga preguntando por qué Rosijuán y por
qué no hay soja y esas pavadas, ¿ve?
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