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de septiembre de 2014
Terror en el Barco Fantasma
© Jorge Claudio
Morhain
Era una máscara muy, muy fea.
Tina se preguntaba cómo la habrían hecho, con qué material,
tan natural que parecía. Tenía la boca torcida y babosa, la nariz ganchuda,
roja y con pelos, los ojos sanguinolentos y furiosos. Estaba acompañada de un
cuerpo magro, con unos trapos sucios a modo de ropa, brazos llenos de venas y
huesos, morados, acaso de mugre, y largos dedos como garras. Juanito se asustó
todo, apenas apareció. Todo: Tina vio claramente cómo se le paraban los pelos. Tina creyó que iba a saltar del carrito, pero
el carrito fingía navegar por una canalito con agua, así que ni eso. Por
cierto, lo intentó, y ella lo retuvo por la ropa.
– ¡Juanito! ¡Es un muñeco, tonto!
– Ho-o-ola, ne-e-ena… – dijo la Bruja (por lo menos, parecía
una Bruja)
– ¡Habla. Tina! ¡Es real!
Bueno, sí, hablaba. La voz vacilante que parecía de alguien
muy viejo y sin fuerzas seguro que era un defecto del artefacto que reproducía
el sondo.
– Deci-i-ile a Juanito que que que no me te-e-e-nga mi-e-edo…
-habló de nuevo.
El Barco Fantasma (era un carrito en forma de bote, pero ese
Tren Fantasma se llamaba “El Barco” por lo del agua) se había detenido en ese
lugar, y se oía ruido como que la cadena que arrastraba el bote zafara y
zafara, sin poder enganchar para seguir viaje.
La aparición estiró la mano puro hueso y despellejo, y uñas
roñosas, y Tina le agarró el meñique y se lo retorció.
– Mirá, Juani, le retuerzo el dedo y no siente nada. Es de
plástico.
– Y-ya n-n-no sie-e-ento nada, Tina. Hace mu-u-ucho que
estoy… muerta…
– Ah, qué bien –, dijo Tina. No sabía por qué pero el muñeco
empezaba a ponerla nerviosa, también a ella. ––Yo estoy viva, doña.
– No le hables –, Juanito estaba acurrucado en el fondo el
bote, dándole la espalda.
– Es un muñeco. Esperá, no te asustes.
Tina se puso las manos como bocina y gritó:
– ¡¡SE PARÓ EL BOTE!! ¡¡ARRÉGLENLO!!
El bote hizo dos o tres intentos para seguir, la cadena
pareció cortarse, debajo del agua. Y se apagó
la luz.
Juanito empezó a gritar, gritar, gritar, onda sirena de
bomberos.
– ¡¡Callate, por favor!! –, gritó Tina.
Entonces…
Entonces, unos dedos fríos atraparon su mano, y Tina sintió
como ahora a ella se le paraban los pelo y de repente se encontró acompañando
la sirena gritona de Juanito.
En la oscuridad, sintió que abrían la puertita del bote, por
donde habían subido, y la bruja tironeó de su mano, y se ve que también atrapó
a Juanito porque de repente el chico dejó de gritar, y Tina se asustó mucho
más, y se dejó llevar por la mano de la bruja, que los estaba sacando del bote
hacia una explanadita elevada, seca.
– ¡Juanitoooo! ¡¿Qué te pasa, Juanito?! –, gritaba, mientras
tanteaba para encontrar a su hermano. Cuando lo halló, también sintió otra mano
puro hueso, helada, que lo sostenía junto a un cuerpo flaquísimo y harapiento.
– S-solamen-n-n-n-se te desmayó-ó, Ti-i-ina… –dijo el
muñeco, o la Bruja, o la muerta, o lo que fuera.
Y ya Tina no estaba allí. El mundo había desaparecido para
ella, y sólo era una autómata que caminaba, llevada por la vieja monstruosa,
por una oscuridad llena de telarañas y cosas que se movían a medias, y…
Y se abrió otra puerta, y era de día, y estaban en la parte
de atrás del Barco Fantasma, y el aire
era fresco y Juanito estaba sentado en el suelo a su lado restregándose los
ojos, despertando. La puerta se cerró con un golpe. No pudo ver al muñeco a la
luz del día.
Y ahí venía mamá.
– ¿Les gustó? –dijo, la tonta. perdón, la mamá que como no
sabía nada hacía preguntas tontas.
Entonces Juanito volvió a llorar onda sirena de bombero. Y
Tina se abrazó a la madre muy, muy fuete, temblando.
Porque… Porque se dio cuenta que el espectro… sabía sus
nombres.
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