domingo, 21 de septiembre de 2014

C765 1CxD02-138

C765 1CxD02-138  (20 de septiembre de 2014)

Cotidiano

© Jorge Claudio Morhain


Rosalía cocinó. Un plato especial, con una recete tomada de una revista de moda de años atrás. Un plato exquisito.
Pero cuando volvió a la cocina, María, su madre, había apartado la cazuela, y estaba salando carne de asado.
– Mamá, la comida está lista. Hay que poner la mesa y comemos.
– ¿Vos me estás cargando, no cierto? Te dije que esa comida no era para hoy, que iba a hacer asado.
– ¿Vos lo vas a hacer…?
– ¡Seguro! ¿Qué soy yo, una inútil?
María encendió el fuego, en la parrilla, y esperó que se hicieran brasas. Luego las apartó y puso la carne encima, la pulpa hacia abajo. Y se fue a lavar los platos, leer el diario, doblar la ropa.
Rosalía puso la mesa, de todos modos, mientras terminaba de corregir algunas pruebas.
– ¿Me podés ayudar, querés? – María apareció en la puerta del estudio con el pincho del asador en la mano.
– Sí, mamá.
– ¿Tengo que hacer todo yo, en esta casa? No sé qué hice con el fuego. Andá, atendelo vos. Yo pongo la mesa.
“La mesa ya está puesta, mamá”. No, mejor no decirlo.
Hay que ir a la parrilla, separar más las brasas, dar vuelta la carne que está totalmente cruda, poner el hueso hacia abajo.
Cuando entró con el asado, contenta, María estaba llorando.
– ¿Qué pasa, mamá?
– Como si no supieras lo que pasa. ¡Turra! ¿Vamos a comer el asado sin ensalada? ¡Me lo hacés de propósito, para humillarme.
– Pero, mamá…
– ¡¡Para humillarme!! ¡¡Y cállate!!
– El asado está listo. Enseguida preparo…
– ¡¡CALLATEEE!!
– Calmate, mamá. No es para tanto. – Benicio sale de la computadora, acaso con hambre.
– ¡Cómo no va a ser para tanto! ¡Entre ustedes dos quieren matarme! ¡Eso! ¡Quieren quedarse con la casa…!


Por suerte, Rosalía pasa todo el día en la escuela.
Su madre no tiene Alzheimer: lo suyo es algo más leve. No se equivoca con los nombres ni mezcla los recuerdos. Simplemente, todo la irrita. Por todo protesta. Con todos se enoja.

Pero en la escuela, en la calle, en los negocios donde hace las compras, Rosalía no cuenta lo que pasa en su casa. Nada. Sólo que su mirada se va apagando cada vez más. Sólo que cuando el profesor de psicología le hace la corte (“pero si soy una vieja”, dice ella; él ríe) lo desalienta. A veces la vence la insistencia, el roce, la ternura. Pero el sólo pensar que pueda acercarse a su casa la paraliza.

Ahora llueve. Mucho. Y hay inundación, en las calles. Le aconsejan que no salga, que la corriente es muy fuerte.
Pero Rosalía sale.


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