C765
1CxD02-138 (20 de septiembre de 2014)
Cotidiano
© Jorge
Claudio Morhain
Rosalía
cocinó. Un plato especial, con una recete tomada de una revista de moda de años
atrás. Un plato exquisito.
Pero cuando
volvió a la cocina, María, su madre, había apartado la cazuela, y estaba
salando carne de asado.
– Mamá, la
comida está lista. Hay que poner la mesa y comemos.
– ¿Vos me
estás cargando, no cierto? Te dije que esa comida no era para hoy, que iba a
hacer asado.
– ¿Vos lo
vas a hacer…?
– ¡Seguro!
¿Qué soy yo, una inútil?
María
encendió el fuego, en la parrilla, y esperó que se hicieran brasas. Luego las
apartó y puso la carne encima, la pulpa hacia abajo. Y se fue a lavar los
platos, leer el diario, doblar la ropa.
Rosalía
puso la mesa, de todos modos, mientras terminaba de corregir algunas pruebas.
– ¿Me podés
ayudar, querés? – María apareció en la puerta del estudio con el pincho del
asador en la mano.
– Sí, mamá.
– ¿Tengo
que hacer todo yo, en esta casa? No sé qué hice con el fuego. Andá, atendelo
vos. Yo pongo la mesa.
“La mesa ya
está puesta, mamá”. No, mejor no decirlo.
Hay que ir
a la parrilla, separar más las brasas, dar vuelta la carne que está totalmente
cruda, poner el hueso hacia abajo.
Cuando entró
con el asado, contenta, María estaba llorando.
– ¿Qué
pasa, mamá?
– Como si
no supieras lo que pasa. ¡Turra! ¿Vamos a comer el asado sin ensalada? ¡Me lo
hacés de propósito, para humillarme.
– Pero,
mamá…
– ¡¡Para humillarme!!
¡¡Y cállate!!
– El asado
está listo. Enseguida preparo…
–
¡¡CALLATEEE!!
– Calmate,
mamá. No es para tanto. – Benicio sale de la computadora, acaso con hambre.
– ¡Cómo no
va a ser para tanto! ¡Entre ustedes dos quieren matarme! ¡Eso! ¡Quieren
quedarse con la casa…!
Por suerte,
Rosalía pasa todo el día en la escuela.
Su madre no
tiene Alzheimer: lo suyo es algo más leve. No se equivoca con los nombres ni
mezcla los recuerdos. Simplemente, todo la irrita. Por todo protesta. Con todos
se enoja.
Pero en la
escuela, en la calle, en los negocios donde hace las compras, Rosalía no cuenta
lo que pasa en su casa. Nada. Sólo que su mirada se va apagando cada vez más.
Sólo que cuando el profesor de psicología le hace la corte (“pero si soy una
vieja”, dice ella; él ríe) lo desalienta. A veces la vence la insistencia, el
roce, la ternura. Pero el sólo pensar que pueda acercarse a su casa la
paraliza.
Ahora
llueve. Mucho. Y hay inundación, en las calles. Le aconsejan que no salga, que
la corriente es muy fuerte.
Pero Rosalía sale.
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