C767 1CxD02 140 (22
de septiembre de 2014)
Pequeña Eva - Pequeño
Adán
© Jorge Claudio Morhain
Entonces, hubo un silencio. No fue un silencio total,
obviamente: había pequeñas explosiones lejanas, rumor de viento leve, algunas
caídas, temblores sordos en la gama de los bajos. Pero a comparación del arsenal apocalíptico del
final, era silencio.
El humo
acre les había llenado los pulmones, pero había una brisa era fresca, y los
estaba limpiando. Desde su posición, se veían los focos de destrucción,
las llamas lejanas en unos sitios, el negro carbonizado en otros, el paso del
infierno final. Por alguna causa,
el hombre recordó que la tierra quemada es fértil, y que hace muchísimo tiempo el hombre quemaba
arbustos y rastrojos antes de la siembra. Eso le daba una cierta
esperanza. Podría sembrarse, podría haber comida. Podría haber vida.
Apretó a la
maravillosa muchacha que lo había acompañado en la odisea final, ahora su
esposa. Sintió la tersura de su piel, la humead de sus lágrimas, el olor
a humo cuando sacudía sus cabellos.
De alguna
forma, de sus labios brotaron las palabras finales: “El mundo es nuestro, mi pequeña
Eva”. Y ella contestó “por toda la eterniad, mi pequeño Adán”. Se
besaron.
Del fondo
de ese valle arrasado, del fondo de ese planeta devastado en el holocausto
final, surgieron unas letras de piedra quemada, y crecieron hasta ocupar el
tamaño de todo el valle. Formaban la palabra “THE END”.
Lentamente, otras luces fueron reemplazando al rojizo
crepúsculo del fin de los días, y una brisa deliciosa, con un leve olor a
menta, fue borrando el humo y la desgracia. El paisaje fue cambiando: ya no era
una colina, sino un auditorio amplio con butacas-camas. Unos muchachos y chicas
de blanco recorrían con suma dulzura los pasillos, comprobando el estado de los
espectadores. Había una larga pausa, donde algunos dormitaban, otros pensaban,
otros lloraban. Los espectadores debían elaborar la experiencia vivida. Pronto sirvieron refrigerios, y la
gente empezó moverse hacia la sala de
viandas, donde se reencontraban, porque muchos de sus rostros eran de partícipes de la acción, en el apocalipsis
final. Algunos se congratulaban de que estuvieran vivos (en la ficción habían
muerto casi todos) Había varios crisis nerviosas, pero para eso estaba el
personal médico (los jóvenes amables vestidos de blanco), y hasta una arritmia
extrema, que requirió oxígeno y una discreta retirada hacia la ambulancia. Hubo
mucho llanto, escenas de amor, ternura: ese era el balance positivo que interesaba a los dueños del espectáculo.
El espectáculo: IMMERS: PEQUEÑA EVA – PEQUEÑO ADÁN.
Una de las primeras funciones del Sistema de Proyección de Máxima Inmersión (Inmersive
Maximun Multimedia Experience Reinforced System).
Por suerte,
no había sido el Apocalipsis. Pero los espectadores recordarían toda su vida que
ellos lo habían vivido.
Y no
podrían olvidarlo. Como dice el anuncio:
“¡Usted no olvidará en toda su vida una
experiencia IMMERS!”
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