lunes, 22 de septiembre de 2014

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C767 1CxD02 140  (22 de septiembre de 2014)
Pequeña Eva -  Pequeño Adán
© Jorge Claudio Morhain

Entonces, hubo un silencio. No fue un silencio total, obviamente: había pequeñas explosiones lejanas, rumor de viento leve, algunas caídas, temblores sordos en la gama de los bajos. Pero a comparación del arsenal apocalíptico del final, era silencio.
El humo acre les había llenado los pulmones, pero había una brisa era fresca, y los estaba limpiando. Desde su posición, se veían los focos de destrucción, las llamas lejanas en unos sitios, el negro carbonizado en otros, el paso del infierno final. Por alguna causa, el hombre recordó que la tierra quemada es fértil,  y que hace muchísimo tiempo el hombre quemaba arbustos y rastrojos antes de la siembra. Eso le daba una cierta esperanza. Podría sembrarse, podría haber comida. Podría haber vida.
Apretó a la maravillosa muchacha que lo había acompañado en la odisea final, ahora su esposa. Sintió la tersura de su piel, la humead de sus lágrimas, el olor a humo cuando sacudía sus cabellos.
De alguna forma, de sus labios brotaron las palabras finales: “El mundo es nuestro, mi pequeña Eva”. Y ella contestó “por toda la eterniad, mi pequeño Adán”. Se besaron.
Del fondo de ese valle arrasado, del fondo de ese planeta devastado en el holocausto final, surgieron unas letras de piedra quemada, y crecieron hasta ocupar el tamaño de todo el valle. Formaban la palabra  “THE END”.
Lentamente, otras luces fueron reemplazando al rojizo crepúsculo del fin de los días, y una brisa deliciosa, con un leve olor a menta, fue borrando el humo y la desgracia. El paisaje fue cambiando: ya no era una colina, sino un auditorio amplio con butacas-camas. Unos muchachos y chicas de blanco recorrían con suma dulzura los pasillos, comprobando el estado de los espectadores. Había una larga pausa, donde algunos dormitaban, otros pensaban, otros lloraban. Los espectadores debían elaborar la experiencia vivida. Pronto sirvieron refrigerios, y la gente empezó  moverse hacia la sala de viandas, donde se reencontraban, porque muchos de sus rostros eran de  partícipes de la acción, en el apocalipsis final. Algunos se congratulaban de que estuvieran vivos (en la ficción habían muerto casi todos) Había varios crisis nerviosas, pero para eso estaba el personal médico (los jóvenes amables vestidos de blanco), y hasta una arritmia extrema, que requirió oxígeno y una discreta retirada hacia la ambulancia. Hubo mucho llanto, escenas de amor, ternura: ese era el balance positivo  que interesaba a los dueños del espectáculo.
El espectáculo: IMMERS: PEQUEÑA EVA – PEQUEÑO ADÁN. Una de las primeras funciones del Sistema de Proyección de Máxima Inmersión (Inmersive Maximun Multimedia Experience Reinforced System).
Por suerte, no había sido el Apocalipsis. Pero los espectadores recordarían toda su vida que ellos lo habían vivido.
Y no podrían olvidarlo. Como dice el anuncio:
“¡Usted no olvidará en toda su vida una experiencia IMMERS!”


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