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de septiembre de 2014
Cuento con mar
© Jorge Claudio Morhain
Hace días que vuelve el mar, recurrentemente, a mi cabeza.
El mar, o el río. Canoas, buques, batallas navales, submarinos, sirenas.
Sirenas.
Conocí una sirena en Las Toninas, una playa del litoral
argentino. Hacía frío, las olas golpeaban con fuerza, y sólo había algunos
surfistas envueltos en neoprene.
La verdad, nunca vi que Aleia estuviese surfeando. La vi
relumbrar de pronto, en medio del reflujo de las olas, y tuve la sospecha de
que se estaba ahogando. Agité las manos,
pero los surfistas estaban lejos de mí, y ocupado de sus cosas. Yo estaba
vestido, es decir, tenía pantalones, botas, un grueso abrigo. Y, además, sólo
me las amañaba para flotar, nadar era otra cosa, rescatar a alguien mucho más.
Menos mal (pensé), cuando comenzó a nadar con la gracia de
un delfín, camino de la orilla: no se estaba ahogando.
Pero de todos modos era extraño. Venía hacia mí, lejos del
grupo de surfistas, y su cuerpo estaba recubierto de escamas azules y verdosas.
¡Cristo, es una sirena!, me cruzó la loca idea por la cabeza.
Ahora estaba más cerca. Su torso no estaba desnudo. Tenía un
traje de neoprene color carne… hasta la cintura, más o menos, El resto, las
larguísimas piernas, estaba estampado
con un perfecto diseño de escamas azules y verdes. Más allá de la inenarrable
belleza de la sirena, felicité al diseñador. Aleia salió del mar, sobre sus dos
pies, envueltos en escamas, y, ahora sí, arrastraba la tabla, atada a su
muñeca.
Estuve a punto de desilusionarme porque no era una sirena de
verdad, cuando se quitó la gorra de baño, y su pelo rojo flotó en el aire
helado como si fuera la reina de los mares.
Acaso lo era.
Vino hacia mí, erguida, sacudiendo su cabellera al viento.
Me miró como se mira a un súbdito, o eso, al menos, sentí
yo, que sonreí tímidamente. Me devolvió la sonrisa, perola suya era amplia,
radiante, tentadora.
Podría contar que me fui con ella, que charlamos en un bar,
que me llevó a un romántico faro que era su casa, que hicimos el amor
desesperadamente…
Pero soy un escritor, y no un ser humano. Ni nado bien en el
mar, ni nado bien en el mar de los juegos eróticos o apenas relacionales. Mi
sonrisa tímida es tímida siempre: yo soy así.
Así que, para qué vamos a ilusionar al fiel lector.
Ella pasó a mi lado, y siguió hacia las dunas.
Yo me sigo preguntando por qué sus suaves ronquidos suenan
igual que el mar…
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