C756 1CxD02-130 (8 de septiembre de 2014)
A solas con ella
© Jorge Claudio Morhain
Otro golpe.
Las rachas de viento empujan junto con la olas, y la “Edita”
lo acusa con ganas. Yulio, el timonel, hace lo que puede para entrarles de modo
de soportarlas. Pero no se pueden evitar los bandazos, que escoran el barquito
como si fuera a caerse del todo, como si pidiese la vuelta de campana. El roll,
dirían en la clase de Educación Física.
Pero esta no es la clase de educación Física, sino el mar,
“la” mar, como dice Yulio, y se enoja cuando la masculinizamos. “La mar es una
mina, stronzo”, protesta. La mar es una
mina. Te mima cuando quiere, y te caga a pedos cuando se le antoja. Lo malo es
que nosotros, hombrecitos, tenemos que lastimarla siempre, cuando está buenita,
cuando está aburrida, cuando se estremece y tiembla toda y cuando se pone mala
y grita y empuja y golpea y escupe como un guanaco desbocado.
La mar.
– ¡Arriba las redes!
–grita el patrón, por sobre el viento y la espuma. –¡Nos vamos…! –sigue una
sarta de insultos referidos al clima y a la mar.
Comenzaron a trabajar las grúas. Costaba muchísimo, por la
falta de estabilidad, por el plano siempre cambiante de la cubierta, por la
marcha zigzagueante a la que la mar condicionaba a la "Edita". Pero
era aquello o perder la carga. El día de trabajo. Y el orgullo.
Aferrados a la red, procurando acercarla al hueco de la
bodega, éramos en realidad otros peces enredados en la misma trama.
Y entonces...
Creí que llegaba la anunciada vuelta de campana. La carga se
deslizó casi fuera de cubierta, sólo la retuvo el extremo que ya había
penetrado la bodega. Me aferré a la red, con desesperación. Vi las olas debajo,
el abismo de la mar. Mis compañeros gritaron, tiraron de la red. Ya. Ya llegaba...
Pero una ola, esa ola... Parecía roca liquida, en lugar de agua. Me pegó casi
de costado, como el bofetón de un gigante. Perdón, de una giganta. Manoteé,
como nadando en el aire. Y caí.
Caí. Caí. ¿Tan lejos está el agua? La mar abrió su boca, y
bajé, envuelto en puntilla de burbujas, como un ancla.
Pataleé, braceé. El mar (perdón, la mar) y yo somos viejos
conocidos. Además, llevo un chaleco salvavidas. De pronto el aire, de nuevo. Lo
bebo con fruición, con agradecimiento. Ahora floto. Subo y bajo, con las olas.
El barco. Me tienen que estar buscando. Es lo habitual con
"hombre al agua". Me cuesta girar, me vuelvo con cada golpe de ola.
No están al norte (o la dirección a la que bautizo norte), ni al este, ni al sur,
ni, de nuevo, al este. Acaso al oeste. Pataleo. Tardo horas, parece, en girar
al oeste, pero no están.
La barca pescadora, la "Estera", no está.
El golpe de mar que me arrancó de la red... No habrán podido
enderezarlo. Habrá caído de lado, o... O habrá dado vuelta de campana. Yo
estuve pensando en eso. En la vuelta de campana. No hay que pensar cosas malas,
en la mar. La mar las produce, te complace. Te jode.
Podría ser una sensación, pero parece que está amainando,
que el viento decrece, que las olas ya no son gigantes. Claro, la mar se burla
ahora de nosotros, los que la desafiamos para robarle sus habitantes, sus
riquezas. No, no se burla de nosotros. Se burla de mi. Porque no hay nadie más.
Nadie. Las olas se van aplanado, y ahora puedo girar: norte, sur, este, oeste.
Solo.
Me relajo. El salvavidas me mantiene a flote, no siento
(aún) demasiado frío. En algún momento vendrán por mí. A pesar de que no tengo
bengalas, ni equipo de emergencia, salvo este chaleco amarillo.
Podría, ahora, repasar mi vida. O preguntarme, investigarme,
y acaso llegar a una conclusión, sobre mi tema recurrente: por qué me gustan
tanto las mujeres y no soy capaz de decírselo a ninguna. Por qué estoy solo.
Solo. Como ahora.
Aunque no estoy solo. No, si el Tano lo dijo: LA mar. La
mar, femenino. La mar es una mina dulce y acogedora. La mar. Ella y yo. Solos,
ella y yo.
Lo rescató un helicóptero de la prefectura. Guiado por el
capitán del pesquero "Edita", que había sido arrastrado loco hacia
ese "oeste" que había definido el hombre al agua, razón por la que fue
imposible volver a buscarlo. Si la "Edita" se hubiese hundido, nadie
habría encontrado jamas al marinero, al que izaron los hombres-rana,
quitándoselo a los brazos amorosos de ella: la mar.
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