C766
1CxD02-139 (21 de septiembre de 2014)
La Flota de
Hornos de barro
© Jorge
Claudio Morhain
Hablando de
primavera, fue en primavera cuando Calícula le ganó la guerra (guerra, bah) a
la vecina Entreción. Las fiestas duraron casi hasta el 21 de septiembre del año
siguiente, justo cuando se declaró la guerra entre Ozmán y Calícula, pero allí
el truco no dio resultado. A ver por qué.
Las guerras
estaban empezando a caerle aburridas a la gente, y había que inventar alguna
cosa que le pusiese un poco de sal. O de pimienta.
Las
batallas se daban siempre por el mar; eventualmente podían desembarcar y seguirla
de a pie, pero los reinos estaban separados por agua, y las estrategias jugaban
generalmente allí, en el agua.
Los
barquitos no eran gran cosa: algunos pesqueros refregados para que tuvieran
menos olor, una que otra chata de fondo plano, unos remolcadores, algún “acorazado”
(que no era más que una barcaza a la que le habían adherido planchas de madera
pintadas de gris y tubos vacíos que semejaban cañones) que milagrosamente
intimidaba al enemigo.
– Es una
cuestión psicológica –, dijo el Estratega contratado en esta ocasión a
Disneylandia. –No importa que el acorazado no sirva para la guerra. Basta que
el enemigo crea que es poderoso e invencible.
– Pero al
acorazado ya lo tienen visto, y no han descubierto el camuflaje porque nunca
entró en combate –alegó el Comandante General.
– Y por
otro lado no nos quedan más recursos –el Financista en Jefe. Todavía no hay tanta hambre como en Entreción,
pero hacia eso vamos. Aconsejo firmar la paz.
– ¡Eso
nunca! –, gritó el Comandante General.
– ¡Eso
nunca! –, gritó el Gran Estratega. Es que si había paz no le iban a pagar sus
honorarios.
Y así,
pues, es como nació la Flota de Hornos de Barro. La más poderosa y misteriosa
flota que se recuerde en las Eternas Guerras Entremares.
No se sabe
si los espías de Entreción tuvieron vistas de la construcción, o de los planes.
En Calícula apostaron a que no. Y, cuando entre fuegos artificiales y globos
aerostáticos de papel y loas y cantos hacia el Supremo Dictator los
caliculenses inauguraron la Flota, hubo fotos, dibujos, transmisiones, y todos
pudieron ver.
Vieron unos
cincuenta barquitos, chatos, casi como un bote grande. En la parte central, tirando
un poco hacia adelante, un gran horno de barro (o de otro material, pero
parecido al barro) Hornos como se usan en todo el mundo, en la campaña, para
hacer empanadas, pizzas, asados, tartas. Más grandes, quizás, pero no
demasiado. Detrás de los hornos, una gran provisión de leña. Y hacia la popa,
el comando de la barca, con un fuera de borda. Majestuosamente, la Flota de
Hornos de Barro comenzó a evolucionar, casi hasta la frontera imaginaria entre
Calícula y Entreción.
Donde había
(en Entreción, claro) un tremendo alboroto.
Había
opiniones para todos los gustos. La primera, la más obvia, la lógica (o no) era
que se trataba de hornos de barro para cocinar.
Sólo que,
cocinar qué. ¿Qué se cocina en medio de una batalla? No se hace una flota de
cocinas. No, debía de tratarse de otra cosa. Ingeniosa. Letal, sin duda.
Indescifrable… “pero no para nosotros”, decían los Estrategas entrecianos.
Claro, lo decían para darse ánimo.
Las
siguientes teorías eran:
Cañones camuflados
Lanzallamas
de boca ancha
Difumadores
de gases tóxicos y quizás letales
Proyectores
de rayos laser de alta energía.
Máquinas
del tiempo (para enviar a los entrecianos a la prehistoria)
Portales
espaciales (ídem, pero al espacio exterior)
Bocas de
gigantes sumergidos que escupían vómito mortal
Bocas de
gigantes sumergidos que iban a gritar unos terribles sonidos que dejarían
sordos a los entrecianos.
Cando
estaban a punto de sortear una de entre todas las opciones, porque por deducción
no llegaban a nada, llegó la terrible noticia: la Flota de Hornos de Barro
avanzaba sobre las costas.
¡Y los
estrategas de Entreción, todos dedicados a desentrañar el misterio de aquella
arma mortal, se encontraron sin estrategia propia, sin trucos ni defensas
originales! Sin ganas.
Así que
ordenaron a los hambreados ejércitos que se formasen en las costas y no dejaran
pasar a nadie.
Hubo protestas,
rebeliones y volanteo, reprimidos con varias decapitaciones, de modo que todos
se disciplinaron y, aunque sin paga y sin comida, se dispusieron a defender la
costa.
Ah, allí
estaba la poderosa flota. Detenida a pocos metros de la playa entreciana. Y
había movimiento en cubierta, en los cincuenta barquitos anclados. Estaban
haciendo fuego. Estaban calentando los hornos.
Los
defensores se encerraron en un silencio atroz, un silencio de cálculo de la
mejor ruta para salir corriendo.
Y fue
entonces. Y era primavera. Y una suave brisa venía del agua. Y traía el olor.
Allí, en
los hornos de barro, se cocinaban asados, pizzas, empanadas, tartas, pollos,
corderos.
Los
soldados de Entreción resistieron todo lo que pudieron, hay que reconocerlo.
Pero después se lanzaron al aguas, hacia las barcas de la flota.
¿Con la
intención de pelear?
Ah, no,
fueron a comer.
Y aquella
tarde temprana de primavera se armó la comilona más grande de todos los
tiempos.
Se hizo la
paz, y se dio por ganada la guerra a Calícula.
Así fue la
historia de la Flota de Hornos de Barro.
Y me dio
hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario