1CxD02-019 (7 de mayo de 2014)
EL PECADO
© Jorge Claudio Morhain
Muchos años después de la muerte insólita del esquilador Francisco Javier Estavillo, apretado por las ovejas de la estancia The South Land contra la manga que las llevaba al lavadero, su nieto Gerardo recibió en la coqueta oficina del Puerto Madero de Buenos Aires una encomienda de Cañada Vieja, el paraje donde Gerardo había nacido, donde había muerto su abuelo y donde aún vivía su madre, cuidada por las Damas de Beneficencia “Madre Teresa de Calcuta”. No sería hasta meses después de recibir el envío que llegaría la carta de las Damas de Beneficencia donde le informaban que el envío de las últimas pertenencias de su madre se debía al súbito fallecimiento de la misma por “causas naturales”, esas que mejor no investigar porque pueden terminar en un disgusto, para los familiares, para el médico o, en este caso, para el hogar “Madre Teresa de Calcuta”. Así que, antes del duelo por la desaparición de su único pariente, Gerardo desenvolvió la encomienda. Su contenido modificaría, precisamente, el duelo.
Había un rebenque, muy viejo y algo apolillado, de ancha lonja y correa ennegrecida. Un viejo ponchillo tehuelche, casi deshecho. Unos pañales (seguramente suyos) de tela de bayeta. Una biblia bien conservada (jamás supo que hubiese una en su casa; le sonó como un agregado de las santas Damas de Beneficencia) Un por de fotos incomprensibles, de cielo y coirones. Y una carta.
“Querido Gerardo. Si estás leyendo estas líneas es seguro que me he muerto. Quién sabe ande estarán mi guesos, así que no te molestes con flores. Si me he muerto, es porque a la final la mano de Jesú Cristo se ha apiadado de este terrible pecador que ha sido castigado toda la vida por su terrible vergüenza. Yo he matado, Gerardo, pero ese no es mi pior pecado. He matado en buena ley, peliando para hacer un país para nosotros, como estoy viendo que parece venirse ahora. Entonces estaban esos hijos de puta militares que cada dos por tres echaban a los presidentes y te cagaban a palos hasta por cómo tenías las mechas. Seguro vos eso todo lo sabés. No sabés que yo anduve por los montes, y que me cagué en las pata cuando empezaron los tiros y me fui. Sabía que si caía en manos de los milicos me iban a martirizar como al Cristo pa que cuente lo que sabía de la guerrilla. A lo menos, eso es lo que me contaba a mí, para no decirme que en realidad era el cagazo. Que me había escapado de cagón que era, nomás. Me subí a varios camiones que iban pa cualquier lado. Y finalmente caí al sur, a la estancia de los ingleses, y terminé haciendo el rancho ande naciste, en la Cañada Vieja. Hay que decir que no hice más pecados graves desde entonces, nada más alguna mamúa y un par de trompadas, y anduve bien aprendiendo la esquila. Pero nunca, ni dormido ni mamado, se me escapó que había estado en la guerrilla de los montes, porque milicos había por todos lados. Después de cometer mi pecado, por Dios que me pasaron muchas cosas jodidas. El inglés que ya se ha muerto era un tipo desgraciado, que solía darle a la lonja si uno parecía que lo miraba mal o no entendía su media lengua. Me han robado hacienda, y la he tenido que pagar. Se me ha volado el rancho, en temibles tormentas, y a usté y a su madre los he salvado de la nieve, de la sequía, de la inundación y de la ceniza. Solo, vea. Y siempre por castigo del Divino, porque mis males en serio empezaron justo después que pequé. Que de eso quiero hablar. Sabrá usted, Gustavo, que me casé con Yolanda, una tehuelche linda como un sol, blandita como una niña, pero sabia como un maestro. Casi que se la robé al cacique, pero eso no fue pecado. Fuimos como hermanos con el viejo Lonco. Sabrá usted, Gustavo, que mi Yolanda se me fue cuando nació su máma, María Esperanza. Que cuando ya se me han secado las lágrimas tuve que criarla, desde una nada. Aprender a darle la mamadera de leche de cabra rebajada. Jugarla, cambiarla, enseñarla lo poco que uno sabe. Mandarla a la escuela. Verla volverse muchacha, hermosa, hermosa. Como a los quince años de la muerte de Yolanda, María Esperanza lo parió a usted. Allá, en la Cañada Vieja, en el rancho solo en la mitad del viento. Usted conoce. Usted se ha criado ahí. Con su madre le hemos dado lo mejor, muchacho. En estos tiempos mejores, ha podido hacer la secundaria. Y, pa esquivar la maldición de mi horrible pecado lo hemos mandado con su madre a la ciudad, para que conozca otro mundo. Pero, le digo, desde que cometí ese pecado contra Dios Nuestro Señor y la Santa Virgen todas las desgracias han caído sobre mi cabeza. No antes, eran juguetes antes. Pero hemos aguantado, a lo menos hasta que usted fuese grande como para dirse y hacer su vida. Con su máma lo hemos pensado así, y ella heredó de la tehuelche su sabiduría. Ahora, que seguro ya me he muerto, que ya he pagado todo lo que tuve que pagar por mi desvío, que seguro andaré por los Infiernos pidiendo perdón todavía, es hora que usted sepa eso que siempre nos ha preguntado, a mí y a su madre, y que nunca le hemos dicho. Eso sí, después viaje hasta el sur, encuéntrela y llévela con usted, a Buenos Aires, y dele una buena vida en lo que le quede. Ella es un alma inocente, y la guasca que le dejo en herencia es testigo de que tuve que obligarla a pecar conmigo, y eso la perdona si culpa hubiera. Siempre ha preguntado a su madre y a mí, Francisco Javier Estavillo, quién fue su padre. Perdone, mi hijo. Yo, su abuelo, he sido su padre.”
Escrito con el recuerdo del Maestro García, que naciera en Aracataca.
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