1CxD02-25 (13 de mayo de 2014)
EL PAÍS DEL MÁSACÁ
(c) Jorge Claudio Morhain
Con los primeros fríos, la cabaña de Simén se cerró, y el bodegón de Juakito se abrió. Loa leñadores que raleaban los bosques sin talar los árboles comenzaron a hacer su tarea, y eran clientes seguros, ya que el bodegón de Juakito quedaba justo donde comienza el bosque. Era temporada de cosecha para Joakito el komalta. El único inconveniente era su baja estatua ante los corpachones de los leñadores, pero con buena voluntad y bonhomía todo se superaba.
Pero un día, lejos de los primeros fríos pero lejos también del invierno crudo, los leñadores no bebieron el kôll que fabricaba el komalta en la trastienda, ni comieron los oñuelos que cocinaba Ishiana, la esposa de Joakito. En cambio, se reunieron en un costado, exaltados, unos gritando, unos susurrando, otros callando a los demás.
Hasta que Joakito se animó, y se acercó a la masa rojiza de los leñadores.
– ¿Qué pasa, amigos? ¿Hoy no han regresado con sed…?
En eso Joakito vio por la ventana el campo que solía estar cubierto con paquetes de leña y trineos de troncos. Pero hoy estaba vacío.
– Ah, tampoco han hecho leña. ¿Acaso encontraron un Matitaperé en el bosque?
Los rumores se callaron.
Las miradas se volvieron lentamente hacia Joakito.
Rasún, el más viejo de los leñadores, consensuó su discurso de reojo, y habló por todos.
– Un día aciago es el que está transcurriendo, en estas Tierras del Másacá. Hemos ido a trabajar al bosque, porque es la temporada de leña. Hemos respetado los árboles y los brotes y los animales y los vientos. No creímos merecer un castigo. Porque creemos que hemos recibido un castigo.
– ¿Castigo? ¿Qué clase de castigo? ¡Vamos, beban mientras me cuentan!
Pero no bebieron. En cambio, Rasún alzó una temblorosa mano, señalando. Todos comprendieron. Hasta Joakito.
Siguiendo la línea que marcaba el dedo de Rasún. Y el brazo. Y hasta el cuerpo. Más allá de las paredes ahumadas. Más allá del sendero que iba hacia el bosque. Más allá de la colina roja. Señalaba la casa de Simén, el Tunpa.
– Simén. ¿Qué ha hecho ahora?
– Tiene un Funfun-ara. Una hembra de Funfun-ara.
– La encontramos en el bosque –dijo otro.
– Denuda –, acotó un tercero.
– Dispara rayos de sol por sus ojos.
– Sus pechos brillan como la luna entera. –todos hablaban ahora, casi al mismo tiempo.
– Hay que devolverla a su mundo –dijo Joakito.
La mirada de Rasún se endureció.
- Blancanieves se queda –,dijo. Y todos aplaudieron.
Así fue como Blancanieves llegó al bosque, y toda esa historia del País del Másacá.
(Claro que Rasún no dijo “Blancanieves,” sino Snoövit. Pero en la lengua del País de Másacá significaba algo parecido. Y, por cierto, fue en un tiempo muy, muy lejano, y muy, muy anterior a la clasificación de Aarne-Thompson que otorgaba el número 709 al cuento recopilado por los hermanos Grimm, con ese nombre) (O, al menos, eso dicen los que saben)
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