1CxD02-041 30 de mayo de 2014
SONABA UNA CANCIÓN DE LOS BEATLES
© Jorge Claudio Morhain
Sonaba una canción de Los Beatles, mientras el calor hundía todas las cosas, como si pesasen el doble. De vez en cuando, una ráfaga ardiente proveniente del mar hacía temblar a los arbustos, que cerraban sus hojas para tratar de conservar algo de fresco. Algún pájaro, enorme, pasaba volando lento, como en cámara lenta, y las lagartijas proliferaban como antes las moscas. Incluso algún iguana solía estirarse al sol, como un gato en otros tiempos.
El peatón trató de soportar la canícula todo lo posible, pero finalmente tuvo que buscar refugio en lo único que permanecía en pie: un bunker que en otros tiempos había sido un Banco. Las puertas estaban sacadas de quicio, y las ventanas de vidrio blindado hinchadas por el calor, algunas astilladas, señal que hasta último momento algunos creyeron que el dinero podía ser su salvación. Allí, tras las gruesas paredes, estaba fresco. Allí, cobijada bajo un mostrador de mármol, el peatón encontró a la niña.
Tenía los ojos muy grandes; casi podía decirse que toda ella era ojos. Cuando miraba parecía estar reprochando, preguntando por qué, pidiendo explicaciones.
El peatón se sentó junto a ella, sin decir una palabra. Ella pareció no haberlo visto, aunque lo miraba con sus ojos como platos, como si quisiera averiguar qué hacía allí. El peatón le alcanzó la cantimplora recicladora donde había agua, agua fresca. La niña la probó con desconfianza, y lo miró con sus ojos muy abiertos. El peatón asintió, y ella bebió hasta el fondo del recipiente. Miró en su interior y luego al peatón, como pidiendo disculpas. El peatón giró el comando alrededor del pico y le mostró cómo en el interior se iba formando el líquido: la cantimplora recicladora tomaba humedad del aire y la transformaba en agua potable. Aunque cada vez tardaba más en llenar su volumen: el aire tenía cada vez menos humedad. A veces, el peatón se preguntaba si se convertiría en un cuero seco vagando por las calles vacías.
Luego le mostró el aparato donde sonaban Los Beatles, alimentado a energía solar. De eso estaba seguro, energía no le faltaría.
La niña lo miró, y en sus ojos había muchas preguntas: adónde iba, por qué tenía ese aparato sofisticado, y, sobre todo, preguntaba si la podía llevar con él. Esta última pregunta fue muy clara para el hombre, y negó con la cabeza. Una y otra vez.
Finalmente, se puso de pie, dispuesto a seguir la marcha.
La niña tras él.
El peatón se volvió, y señaló con el dedo el hueco bajo el mostrador. La niña lo miró, con sus ojos grandes como el cielo, y no se movió.
El peatón dio media vuelta y salió del banco. Pronto sería la noche, la breve noche caliente pero no ya ardiente como era el día. La niña venía tras él. El peatón tomó un trozo de escombro, dispuesto lanzárselo a la niña si continuaba siguiéndolo.
La miró, balanceando la piedra.
La miró, balanceando la piedra.
La miró, balanceando la piedra.
Y la niña sonrió.
En fin, (pensó el peatón, que seguía marchando, ahora acompañado) de todos modos es una mujer, y un día crecerá, y… y quizás deba llamarla Eva.
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