1CxD02-034 23 de mayo de 2014
LA CONQUISTA DEL ESPACIO
© Jorge Claudio Morhain
Por el cielo violeta de Arturo XIII volaban lentos los oniones, silbando lánguidamente como si estuviesen tristes. Claro que (pensaba Ardriel) ese es un pensamiento ertiano. No sabemos aún la psicología de los nativos de Arturo XIII, y menos aún de sus animales.. si es que son animales.
El aire era un poco grueso y dulzón, pero no mucho más que en las zonas cálidas de Earte, el planeta de origen de los colonizadores. En realidad, hacía tanto tiempo real que habían salido de Earte que ya no saben si existirá siquiera. Llegaban los mensajes, los entretenimientos, las noticias, por el Cordón Mayor, pero ya nadie cree en eso. El rumor es que preparan esos paquetes en la Centralia, para mantener a los colonos esperanzados con algún improbable retorno. Hacen mal, pesaba Ardriel, porque lo mejor es adaptarse a esos mundos, y comprenderlos, si fuera…
Algo alteró el flujo de sus pensamientos. Era una niña azul. Bueno, casi parecía una niña azul, casi del tamaño de una niña ertiana, casi del tamaño que tendría la hija de Ardriel si…
- Hola –dijo la niña, con una vocecita pequeña y suave. Tu nombre es Ardiel, y crees que me parezco a la hija que perdiste en la última revuelta en Tierra, tu planeta.
- Lo llamamos Earte, pequeña – Ardiel estaba acostumbrado ya a la telepatía superficial de los 13-arturianos. No pasaba de los pensamientos casi verbalizados, no entraban más profundo.
- Lo llaman con el nombre que le dieron sus propios colonizadores. Ustedes repiten siempre la misma tradición, piensas.
- Tratamos de comprender a los nativos, pequeña. Tratamos de acercarnos a ellos y darles las mismas oportunidades que las que tenemos.
- ¿Quién te pidió oportunidades, ertiano? Llegaron si avisar, y se instalaron sin permiso.
- No es cierto. Sus telépatas robots nos localizaron mucho antes…
- Mucho antes que bajaran al planeta. Luego de recorrer todo un tramo de galaxia para llegar a Arturo XII, como lo llaman. Si no descendían, morirían de hambre. Todas sus reservas estaban agotadas.
- Queremos hacer una sincera amistad…
- Que sea provechosa para Earte, que pague los costos de su viaje y el de todos los viajes que vendrán.
- Oye, yo sólo soy un explorador de quinta categoría. Estas cosas tienes que hablarlas con los jefes.
Sonrió. Había una extraña fascinación en su sonrisa. Ardiel sintió que sus músculos se aflojaban.
- No, no soy un vampiro, como estás pensando, Ardriel. Pero me gustaría probar eso que temes que te haga y que deseas desesperadamente que te haga.
La niña se acercó a Ardiel, y le dio un beso, profundo, cálido, real.
Al tercer día, contra todos los planes y previsiones, la nave dejó el planeta. Había recargado sus bodegas y tenían lo justo papa regresar a la Tierra.
Ya no era la tripulación seria y disciplinada que había llegado. Iba una tripulación alegre ahora, convencida de su misión, ahora. Y sabían qué misión llevaban, qué mensaje debían difundir, qué virus imparable iban a desparramar por el planeta Tierra, Earte para los conquistadores. Sabían que el virus sería imparable, porque en la Tierra ya existía, pero había sido adormecido hacía años, desde el principio de las conquistas, y no sólo de la conquista del espacio.
El virus del amor.
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