1CxD02-044 2 de junio de 2014
PEQUEÑA FÁBULA DE JULIETA
© Jorge Claudio Morhain
Julieta sorbió. Estaba mal, pero no tenía ni pañuelo de tela ni pañuelitos de papel. Sorbió casi inconscientemente, mientras veía deslizarse ante sí los hechos que la llevaron a este día.
Había comenzado como siempre: desayuno, colectivo, caminata, cortina metálica, puertita, escalera, oficina, estufa de cuarzo, computadora anticuada, teléfono, papeles, cuentas, mensajes, café, teléfono, mensajes, papeles, café, café, reloj, calambre, náuseas, estufa de cuarzo, fichero, computadora, náuseas. Náuseas. Dos veces hoy. Y el jefe, tarde, apenas entra para tocarle el culo, y luego se va a su casa, todos los días igual. Cuándo repetimos. Estoy ocupada. Hoy es la fiesta, dijo. Hora de irse.
Julieta pasó por la farmacia, y compró un test de embarazo. Para confirmarlo, nada más, para convencerse de lo que ya sabía.
Le había rogado casi, al jefe, que usara forro. Él lo había tomado casi como una insolencia. Estaba sano, dijo. Ella no podía dudar de él, dijo. Era su jefe. Ella hubiera querido decirle que era su jefe en la oficina, y siempre que mantuviese las manos quietas. Pero era su jefe. Y Julieta dependía de su trabajo para vivir, simplemente. Para vivir.
Pero no podría vivir con un hijo, sola, porque el jefe nunca lo reconocería, le diría que es de otro, la humillaría frente a toda la fábrica, lo conocía bien. No podría con u hijo, sola. Tendría que irse. Pero se iba a ir en gran forma.
Una vez al año, una magra fiesta por el día de la especialidad de la fábrica. Siempre estaban los obreros, los empleados y el jefe, con sus esposas y sus hijos, en algún recreo algo apartado del centro. Julieta se vistió con lo mejor que tenía, se maquilló a conciencia, y después se miró al espejo. Parecía una puta. O una estrella de la televisión, según como se viera.
Y fue a la fiesta.
Y cuando la mujer del jefe, esa pituca despreciativa le preguntó delante de sus amigos cómo estaba, Julieta le dijo que dos o tres veces por día tenía náuseas, porque estaba embarazada de su marido.
Pero qué decís, chiruza de mierda. Calmate, Ethel, debe ser mentira, tu marido no se iba a fijar en semejante mosquita muerta. ¿Por qué? ¿En otra se iba a fijar? Las amigas hicieron un silencio piadoso, y entonces empezó el grito. Grito. Grito. La mujer del jefe debió ser hospitalizada con un ataque de nervios. El jefe despidió a Julieta.
Y Julieta le hizo juicio.
Y lo ganó.
Esperanza, la hija de Julieta, va a cumplir quince. Y Julieta, sentada en un rincón, con una copa en la mano, está atrás, quince años atrás, cuando agotó la lágrima y recuperó la sonrisa.
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