1CxD02-056 14 de junio de 2014
Escatológico, segunda acepción (RA)
(c) Jorge Claudio Morhain
Observo el insolente torbellino del inodoro, haciendo desaparecer en un instante lo mejor de mí. Ni siquiera queda el aroma, para gozar de él; además, inmediatamente un chorro de perfume químico altera los sentidos. ¿Dónde van a parar esos hermosos trozos amarronados, de textura terrosa pero firme, retorcidos en volutas inconclusas. ¿Me atrevería a seguir su derrotero, por los caños del interior, hasta el gran reservóreo profundo, negro y chocolatoso? Acaso si fuera una hermosa y radiante cucaracha, como esa que acaba huyendo del borde del blanco inodoro, y a la que mi alpargata deshilachada goza convirtiendo en papilla aceitosa. Acaso si fuera mosca, como esa oscura con reflejos profundos de verde que busca posarse en mi frente profunda hasta la nuca, y a la que no ha de alcanzar la alpargata, ni mi mano, ni mi brazo ni parte alguna de mi cuerpo, salvo el chorro de vapor maloliente del insecticida, que finalmente la devuelve al suelo, indecorosamente vuelta patas arriba, las bellas alas contra el pavimento y la panza verdosa al descubierto. Pienso en la pobre araña, de patas gigantescas, casi como un títere, que rezonga moviéndose de un lado a otro, y me reprocha que haya invalidado su cena, si acaso un hado la llevaba hasta su inmensa y neblinosa tela, allá, en lo alto. Pienso en las horas importantes de mi vida insumidas en ese forcejear y relajarse, en esa exculpación vital de los pecados sobrantes del cuerpo, porque los que aún sirven uno se los guarda. Pienso en la cagada matinal, y suspiro.
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