martes, 24 de junio de 2014

1CxD02-066

1CxD02-066 24 de junio de 2014
Tiempo lindo
(c) Jorge Claudio Morhain

Como siempre, el profesor Maximiliano Urbino se durmió. Como siempre, salió corriendo de su casa, con un sorbo de café a medio tragar, la corbata sin anudar, los cordones de los zapatos sueltos y el portafolios atrapando algunos papeles con el cierre. Se olvidaba la netbook, pero recién lo iba advertir más tarde, y no hace a la historia. Corrió hasta la calle Díaz Vélez y casi tropieza con el empedrado, y casi lo atropella una chata tirada por dos percherones, y casi lo persigue una de las vacas del tambo de la calle Esnaola. Por suerte el boyero las empujó para el lado del Parque Centenario. En medio de la calzada estaba la dársena, que como al pasar le pareció al profesor Maxi muy baja, porque las de Metrobús están a la altura del micro, pero estaba demasiado ocupado tratando de no olvidarse la solución genial al teorema de Fermi, con la que había soñado. Llamó al Laboratorio, con el celular, pero el aparato estaba mudo. Con un traqueteo y un chirrido metálico, llegó el tranvía y Maxi subió, buscando donde apoyar la tarjeta SUBE, pero el guarda (había un guarda) lo miró con cara rara y le dijo “pase, señor, pase”. “Qué amable funcionario”, pensó el profesor, mientras se agarraba de la manija de un sillón de madera, y volvía a marcar el número del laboratorio. Una joven apareció detrás suyo, con un top y una minifalda (porque aunque era temprano hacía calor): Maxi pensó en un rinconcito de su ocupada mente que debió haber subido en su parada y que no la había visto, pero enseguida corrió la distracción como a un mueble, para seguir pensando en el teorema. De todos modos, el resto de los pasajeros –casi todos hombres- del tranvía la miraban y silbaban por todo lo que él no hacía. Alguna señora de pollera larga y sombrero se cubrió la vista con un abanico, como si la joven estuviera desnuda. No había caso: el laboratorio no contestaba. Pero no era el laboratorio. El celular estaba como muerto. Y la chica le estaba sonriendo. “No hay señal”, dijo él. Ella sonrió. Maxi se volvió al hombre parado del otro lado y le dijo: “Mi celular no tiene señal. Perdón, ¿el suyo funciona?” El hombre lo miró un momento y contestó: “¿Qué es eso? No sé de qué me habla. No moleste, che.” La chica sonriente puso una mano en el brazo de Maxi. “Déjelo, profesor Urbino. Venga conmigo, por favor.” Maxi iba a decirle “¿con usted?”, “¿por qué?”, y ”¿nos conocemos?” Pero el teorema de Fermi se atravesó en el camino y dejó que ella le tomara la mano (“qué mano cáli… no, el teorema, el teorema”) y lo bajara en la siguiente parada, y lo invitara a subir a un Hispano-Suiza  reluciente, que llamó la atención de Maximiliano que empezó a decir “¿De dónde…?”, pero no sólo porque se cruzó el teorema, sino porque la joven lo empujó adentro, no muy delicadamente que digamos. Maxi se empezó a preocupar. “¿Qué esto? ¿Un secuestro? No tengo nada que les sirva”, balbuceó. “Te equivocás, Maxi", dijo la muchacha. "Tenés tu invento, que ha dado resultado..." El teorema, el teorema... "¿Me escuchaste?", insistió la chica. No, Maxi no escuchaba. Había cerrado ojos y oídos al mundo, y sólo recordaba el sueño, un y otra vez. "¿Le pasa algo?", preguntó el chofer, que manejaba con el volante del lado derecho, e iba por el lado izquierdo de la avenida. "No, está pensando. Siempre es así". El auto cruzó la ciudad terminó en San Telmo. Frente a un bar. Un bar llamado "El Espiante". "¿Un bar?", preguntó Maxi cuando ella lo obligó a bajarse. "Perdón, no frecuento los bares". Pero sin embargo había algo familiar en él. Como si ya hubiese estado. "¿Y qué inventé yo?": se acordó de lo que había dicho ella. "Me llamo Eva. Y seré tu esposa. Vos inventaste el túnel de positrones que funciona dentro de una ampolla de radio. ¿Te acordás...?" "No, me acuerdo de la solución del teorema de Fermi", creyó contestar el profesor, pero en realidad no dijo nada. Entre su futura esposa y el chofer lo llevaron hasta el bar, y lo empujaron dentro.. Hubo un chisporroteo al cruzar el umbral, como cuando una lámpara insecticida atrapa una mosca. Y, apenas entró, Maximiliano Urbino se acordó de todo. Cómo había dado con este bar. Cómo había conocido a su patrón, en el cuarto al fondo del reservado. Se mandó directamente hacia allá, porque sabía (ahora) lo que estaba pasando. Ahí estaba el dueño, todo tiznado, tratando de separar los cables que se estaban uniendo por el chisporroteo infernal. El olor a azufre era insoportable. El dueño lo miró de reojo y dijo "¡Ah, llegaste...!" "Sí, llegué", respondió Urbino, y se precipitó a la mesa de lámparas, algunas de las cuales habían estallado y otras relampagueaban con todos los colores. Sacó del bolsillo un chip, montado sobre cuatro patas de conexión, que más bien parecía una araña. La electricidad le dio un golpe cuando estiró los brazos hasta el centro de la mesa, pero no hizo caso. Retiró una enorme válvula quemada, y en su lugar metió las patas del chip y apretó con fuerza, y... el mundo cambió.
El circuiterío rumoroso seguía estando allí, las válvulas seguían encendiéndose y apagándose, sólo que ahora a compás, y hasta el olor menguaba. "Lo conseguiste, pibe": el patrón le palmeó la espalda, dejándole una mancha de hollín. "¿Qué es eso que metiste?" "Un chip", dijo Maxi. No, es inútil que te explique ahora, pero viene a ser como cinco millones de válvulas todas juntas. Ahora la máquina está estabilizada, y el fluir espaciotemporal se acomodó. El Espiante sigue aquí, y si cruzo la puerta estaré en mi época." "Menos mal", dijo el patrón. "Perdimos a un cliente peleando en el circo romano, y otro se fue tras una Nehanderthal..." Maximiliano Urbino sonrió. "Y ahora me voy, patrón. Afuera me espera mi señora..:" "Suerte, campeón", dijo el patrón; "y no te olvides: el tiempo es una cosa eléctrica, pibe. Frisk. Chrisk. Saltan chispas de tiempo por todos lados. Como la estática en una tarde de verano." "Eso lo oí en otra parte", dijo Maximiliano, y cruzó el reservado, el salón, abanicó la mano hacia los parroquianos, y cruzó el umbral, que volvió a chisporrotear.
Su señora estaba afuera. Aquella chica hermosa de minifalda y top, un poco más grandecita, pero hermosa. Lo recibió con un beso. "Por suerte volviste, Maxi", dijo, y lo besó. "Sí, lástima..." "¿Lástima...?" "En mi último sueño había resuelto el teorema de Fermi... porque en esta época ya lo resolvieron, y yo sabía como..."

El Bar El Espiante sigue estando allí. Sólo hay que encontrarlo.

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