1CxD02-047 5 de junio de 2014
NIEVA
© Jorge Claudio Morhain
Nieva. Nuevamente nieva. Se acabó la leña. No hay gasoil. Sólo quedan los trapos, el calor de uno. Lejos de todo. Sigue nevando. Ya no se puede abrir la puerta, tapada de nieve. Los colores se apagan, como se apaga el calor, como se apaga todo. La radio no funciona. El colector solar está congelado, cubierto de nieve. Si no sucede un milagro, esto termina aquí. Nieva. Difunta Correa, te lo pido. Quisiera estar en otro lugar. Quisiera estar en otro lugar. Quisiera estar en otro lugar. Quisiera estar en otro lugar. Quisiera estar en otro lugar, Difunta Correa.
Al fin, casi quince días más tarde, las motoniveladoras pudieron abrirse camino, divisar la torrecilla de la radio, sacar la nieve, forzar la puerta. Los rescatistas iluminaron el rancho con sus potentes linternas. Echaron una maldición. ¿Para eso habían trabajado tanto, movido tanta nieve, perdido tantos días? En la casa no había nadie.
De regreso a la población, pasaron por la ermita de la Difunta Correa, como era habitual, por devoción o por evitar la mala suerte por no ir a verla. Ahí estaba el hombre que buscaban. Acurrucado, congelado. Alguien echó otra maldición. “Hay gente tan estúpida”, dijo, “que cree que la Difunta le va a conceder todos los deseos”.
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