1CxD02-054 12 de junio de 2014
El buque fantasma o algo así
© Jorge Claudio Morhain
Las olas golpeaban el casco descascarado, y, subiendo y bajando, lo iban llevando, ora hacia la costa, ora hacia el mar, según el ritmo de las mareas. Las gaviotas solían hacer equilibrio en su borda, y las lapas crecían desde abajo, sobre el maderamen. A veces, desde la playa, lo veíamos acercarse como con determinación. Pero, en cuanto distraíamos la vista, desaparecía.
- Es el Mary Celeste – decía Turbio, en esas tardes de no hacer nada, pateando arena y escarbando surtidores de almejas.
- El Mary Celeste es una leyenda de otros mares, no jodas.
- ¿Qué es el Mary Celeste? –preguntó Teresa.
- Un barco que se perdió en el Caribe, muy lejos de aquí, y lo encontraron mucho tiempo después, a la deriva, como este, y con la mesa servida y la comida caliente. Pero no había nadie. Nadie.
- Uy, ese es un cuento de campamento.
- Después está el Holandés Errante…
- ¿Qué sos vos, marinero? – preguntó el Turbio.
- No, el viejo tiene una biblioteca inmensa.
- ¿Cómo de inmensa?
- Uf.
- Che, ¿por qué no salimos de dudas y vamos hasta ese barco?
- Bueno, barco barco… Apenas es un bote abandonado.
- Pero abandonado hace mucho. Andá a saber qué historias tiene.
- Gaviotas y productos de gaviotas, eso tiene.
- Y, si no se animan…
El Turbio tenía la moto de agua, tirada en la arena. Y un desafío es un desafío.
Montamos los tres y salimos al mar, hacia el pedazo de barco abandonado.
Era más grande de lo que suponíamos. Y estaba entero. Claro, si no hubiese estado entero se habría hundido hacía rato. Era una lancha con cabina, una casita chiquita que desde afuera casi no se veía.
El Turbio se quedó sobre la moto, no había otra forma de cuidarla. Teresa y yo subimos a la superficie oscilante de la cubierta. Yo tenía razón. Había caca de gaviota a montón, y era resbalosa.
- Vámonos – dijo Teresa.
- Bueno, pero antes miremos la cabina. A lo mejor hay algo que nos diga de dónde salió esto, por qué está abandonado.
Me arrimé a la casita, cuidadosamente. La puerta tenía muy poca altura, y el interior estaba apenas medio metro más bajo que la cubierta. Estaba oscuro. Pero era pleno día.
Esperé que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad. Y entonces oí los gritos de Teresa.
Salí apresuradamente, a tiempo para ver la moto de agua encabritándose como un caballo, y al Turbio haciendo terribles esfuerzos por controlarla. Sin vacilar, me zambullí para ayudarlo, y Teresa detrás. El Turbio había apagado el motor, pero la moto parecía estar siendo vapuleada por algo que no veíamos. La alcancé y estiré la mano para ayudar a Teresa. Trepamos a la moto. El Turbio estaba como ido.
- ¡Turbio! ¡Turbio! ¡Encendé la moto! ¿Qué te pasa?
- ¿N… no lo vieron? – dijo, y entonces me contorsioné para ocupar su lugar mientras Teresa lo sostenía de atrás, pasándolo al asiento trasero.
- Está… muy frío -, dijo ella.
Arranqué la moto, con el corazón en la boca. No miré hacia atrás. Pero Teresa sí lo hizo.
- No está. No está. El barco abandonado no está… ¡Si recién…!
Aceleré a fondo. Una, porque me preocupaba la salud del Turbio.
Otra porque… No, nunca contaré lo que vi en la cabina.
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