martes, 1 de julio de 2014

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1CxD02-071 30 de junio de 2014
La burbuja de Teresa
© Jorge Claudio Morhain

El río había estado burbujeando todo el fin de semana, y Teresa se cansó de verlo y esperar. No sabía qué esperaba: que termine de burbujear, quizás. Y cuando volvió de la escuela, el lunes, con el delantal todavía limpito, miró desde el puente y vio que aún burbujeaba. Sólo que ahora eran burbujas grandes que creían, crecían, y estallaban como un eructo. Teresa se asustó y corrió a su casa. Contó, pero nadie le hizo caso. Mamá estaba atendiendo al Pepe, que tenían un día especialmente caprichoso, sentado en su sillita alta, y papá volvería a la noche, y José no se iba a dignar a sacarse los auriculares.
Así que Teresa descolgó la escopeta de papá, alzó una caja de cartuchos de la repisa que estaba abajo y se fue al río. Papá le había enseñado –sin que viera mamá- cómo usar aquella escopeta en el caso de que entraran ladrones u otro tipo de intrusos.
Se sentó al borde el río hasta que la burbuja eructó tres veces.
A la cuarta, donde estaba la burbuja surgió un extraterrestre, vestido con un extraño traje espacial y una escafandra de buzo.
Teresa no esperó más. Apretó el gatillo, y le voló la cabeza.
Cuando volvió a su casa, satisfecha, su mamá la cagó a pedos, pero en serio, por tocar eso, porque las armas las carga el diablo, mocosa de mierda, dijo.

Teresa no contestó, y aguantó los cintazos estoicamente. Nadie sabría que ella, Teresa, acababa de matar al Diablo.

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