1CxD02-091 20 de junio de 2014
Amigo
© Jorge Claudio Morhain
– ¡Eh, amigo!
El embaldosado del andén se volvió pastito, en lugares alto,
en lugares casi tierra pelada como calva incipiente. Lo veía todavía, el Tapón,
corriendo tan rápido que parecían dos, saltando, retrocediendo, ocupando todos
los lugares de la cancha, en su cabeza siempre el pase correcto para meter el
gol, desesperado para que se la diesen:
– ¡Eh, amigo! ¡Amigo! ¡Amigo…!
El Tapón, tremendo jugador de potrero. Habría llegado a ser
profesional…
–¡Eh, amigo! – Alcanzó a ver, bajo las arcadas, al hombre
con muletas que llamaba la atención de los pasajeros, estirando una cajita de
zapatos: –¡Eh, amigo!
En el fondo de boca de lobo del túnel resonó el pito. Venía,
al fin, el subte.
Ahora volvía a sentir los gritos de la tribuna, años más
tarde, cuando uno ya estaba en Buenos Aires e iba al pueblo de visita. El Tapón
jugaba ahora en el equipo de Villa Colonias Unidas, y corría por toda la
cancha. Y gritaba:
– ¡Amigo! ¡Eh, amigo…!
El contrincante era el equipo grosso de Machagai, muchos
rugbiers que sacaban músculo corriendo la pelota. Unos bestias. Todavía lo
recuerda, el Tapón eludiendo esas masas, metiéndose hasta el área grande y los
tres mchaguenses cercándolo, y el caño infernal, la patada violenta del
defensor que, en vez de darle a la pelota, le dio a la pierna del Tapón,
dejando el hueso al aire y la tragedia prendida a todos los espectadores.
– ¡Eh, amigo! –, gritaba al que pasaba, pidiendo, el de las
muletas.
Subió al tren. Llegaba tarde. Pero a último momento se
arrepintió y empujando las puteadas de otros apurados que le impedían el paso
volvió al andén, caminó hasta las arcadas, y abrió los brazos.
– ¡¡Tapón, y la puta que te parió!! ¡¡Amigo!!
El otro se arrojó en sus brazos, tirando las muletas,
confiando en ese nido que se le abría, mientras gritaba:
– ¡¡Amigo…!!
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