viernes, 25 de julio de 2014

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1CxD02-095 25 de julio de 2014

El ocaso de John Dos Balas
© Jorge Claudio Morhain

–El cerco se ha cerrado, finalmente –, dijo John Dos Balas.
En efecto, los oteadores sioux habían conseguido descubrir por dónde los mineros ingresaban la comida y sacaban el oro. Ahora, todo era cuestión de tiempo.
–Cuando venga, el primer sioux es mío –, John Dos Balas enfundaba y desenfundaba, practicando su ultraveloz manera de disparar.
Empezaron los alaridos. Los tambores. Las colinas se llenaron de sombras móviles.
Y, por el camino secreto recién descubierto, vino el primer sioux.
Solo, a caballo, vestido con amplias ropas ceremoniales y una máscara de cacto y la enorme tiara de cacique.
–¡Déjenmelo, es mío –, John Dos Balas estaba ansioso.
–Espera, John. Parece que es un emisario de paz. Mira, no viene armado. –El Capitán Miles, jefe de los mineros, retuvo a John.
El jinete se detuvo a pocos pasos de los mineros, parapetados tras las vagonetas Decauville de hierro.
Lenta, ceremoniosamente, se quitó la máscara.
Era una mujer hermosísima, de cabello rubio como el sol.
–Mi nombre es Ola-who-nooga. Soy cacique de  los sioux arapahos del valle. Me han dicho que mi padre, que me abandonó con mi madre sioux luego de crearme en su vientre, está entre ustedes. Si es así, mi tribu se retirará en paz. (Hablaba buen inglés, con un leve acento aborigen)
–¿Sabes el nombre de tu padre? –, preguntó Miles.
–No –, contestó la mestiza.
Los blancos se miraron, unos con sorna, otros con temor.
–¡¿Y cómo carajo…?! –empezó John. Pero ella alzó la mano y lo interrumpió.
–Conozco su apodo…
Silencio. Expectación. Ella, inmóvil, con la mano alzada, dijo:
–John Dos Balas.
–¡Mierda! –John desenfundó a la velocidad del rayo. –¡Yo soy John Dos Balas, india mugrienta, y…!
La muchacha, desde su mano alzada, oprimió el gatillo de la Colt Navy 45 que cubría la amplia manga de su túnica. Y John Dos Balas terminó su carrera desparramando sus sesos junto con la sangre, por un agujero en su cabeza.
La cacica dio vuelta el caballo, y se alejó por donde había venido.
Los mineros se quedaron inmóviles un buen rato, como si esperasen la carga de los sioux. Pero no la hubo. Sólo el silencio, cada vez más espeso.
–Una cosa hay que decir –, dijo Miles a modo de responso. –Heredó la puntería del padre…

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