1CxD02-073 2 de julio de 2014
Soraya
© Jorge Claudio Morhain
Soraya me había obsesionado mucho tiempo. Cuando la clase
era aburrida (y a veces cuando no lo era) me perdía en sus ojos, en sus
cabellos, en su figura pequeña y armoniosa de intelectual francesa, siempre
reconcentrada, siempre romántica. No me hubiera atrevido a arrimármele si no
hubiese pasado por una racha de tristeza que superaba su natural melancolía.
Busqué la forma de coincidir con ella y me le animé.
- ¿Por qué tan triste, Soraya?
- ¿Se me nota? –sonrió levemente.
- Y sí. ¿Te puedo servir de oreja?
- No. Son cosas privadas – dio, pero me permitió
acompañarla, por la calle. Y unos cuantos pasos más allá aflojó.
- Es que hace dos años que salgo con Esteban, … ¿cómo es tu
nombre?
- Federico. Tico.
- Hace dos años que salgo con Esteban, Tico, y nos veíamos
todos los días, porque él va un año por delante nuestro, y de repente…
Le aflojó una lagrimita que cortó con el pulgar.
- ¿Te… te dejó? ¿A vos?
- ¿Por qué decís eso? No soy nadie especial.
- Para mí sí. Y supongo que para el tal Esteban.
- Sí. Sigo siéndolo. Esteban se fue a trabajar a Perú, una
temporada. Le salió un trabajo importantísimo y no podía perderlo. De un
momento para el otro, ¿entendés? Nos mensajeamos, y nos wasapeamos, y todo eso,
pero no es lo mismo (se estaba quebrando), ¿entendés? Me falta…
La abracé, y lloró sobre mi hombro. Lloró, lloró mucho. ¡Qué
envidia me dio el tal Esteban!
Se apartó bruscamente.
- ¡Pero qué tonta soy! ¡Apenas te conozco!
- No importa –, le dije, tomándole una mano. –Quiero
ayudarte. Me interesás…
Me miró entre las lágrimas con una ternura que agujereó mi
alma, y la pared de enfrente.
Me dejó llevarla hasta un bar, me dejó convidarla con un
trago, y me contó su vida, sus pequeñas cosas, sus mascotas, sus aspiraciones,
sus lecturas. Horas estuvimos mientras la luz volvía a sus ojos.
- ¡Qué loco, ¿no? -, rió. – Casi ni te conocía y ahora te
siento como un hermano, como un…
Le puse el dedo en los labios.
- No lo digas.
Se puso colorada.
-¿Nos vamos…? – había bajado la mirada.
Nos fuimos caminando juntos, casi acurrucada en mí, mi brazo
en su espalda.
- Pienso… Que debería sentirme mal, debería preocuparme que
engañe a Esteban de esta forma, que te hable de cosas que sólo habíamos hablado
nosotros. Eso está mal, Tico.
- No. No está mal. El ser humano es como un dado de rol: tiene
muchas facetas. Y en cada una de ellas es como uno diferente. Uno puede amar a
dos personas, a tres, no sé, con la misma intensidad a cada uno pero de manera
diferente. Y además, tenías un hueco en el alma, hermosa. Y me siento muy
contento de haberlo tapado.
Me detuvo, tomando mis solapas.
- Tico -, dijo.
Y me besó.
No se opuso cuando entramos al hotel. Estaba como en una
nube, enamorada. En la habitación, la abracé como si fuese la única salvación
de mi vida, y ella a mí, llorando, llorando. Me dejó quitarle el abrigo, la
blusa, el jean. Me dejó recorrer su cuerpo con mis manos heladas, mientras me
besaba, una y otra vez, con frenesí, con desesperación, casi.
Antes de poder acostarla, se había arrodillado y me estaba
bebiendo, con una habilidad que demostraba largo entrenamiento. Acabé con un
grito, y entonces ella fue una tigra desatada. Tomó la iniciativa, me arrojó en
la cama, me lamió de arriba abajo, me llenó la boca con sus pequeños pezones
redondeados, y finalmente se sentó sobre mí, cabalgándome.
Cristo, fue el polvo más maravilloso de mi vida.
Confieso que ese había sido mi objetivo, desde el primer
momento. Conquistarme a la mina herida hasta llevarla al telo. Pero en el
camino las cosas se habían complicado. Y cuando entramos allí yo AMABA a esa
mina, con toda la fuerza de mi alma.
Y ella a mí.
Lo comprendí cuando me dijo, al salir:
- ¿Y ahora qué hacemos, Tico, mi amor?
- Yo sé lo que haré, gatita. Te amaré toda mi vida. Tanto,
que tampoco quiero que dejes al verdadero amor de tu vida. Seré un esclavo para
vos, cuando y como quieras, mientras vivís con aquel que te ama.
Me besó hasta el alma.
Esteban volvió del Perú. Me lo presentó. Es un gran tipo.
Nos hicimos amigos, y jugamos en el mismo equipo en las picadas del barrio. Me
invitaron a su casamiento. Y, apenas pasada la luna de miel, me llamó por
teléfono.
- Me tengo que ir, Tico.
- ¿Cómo? ¿Adónde?
- Tengo que abrir una sucursal en Tel-Aviv. Y tengo que viajar
solo. Mañana.
- ¡Ah bueno! ¡Te vas para arriba! ¡Felicitaciones, y gracias
por decírmelo!
- Gracias. Pero no te llamaba por eso. Te llamo por Soraya…
- ¿Sí?
- Sí. Cuidámela.
- ¡B-bueno, sí! ¿Pero… por qué yo?
- Vos me entendés, Fito. Los quiero mucho. Cuidámela.
Y colgó.
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