1CxD02-081 10 de julio de 2014
Viva la Patria, de nuevo
© Jorge Claudio Morhain
Sobre el fondo de la calle vacía, estallaban cohetes.
Juancito se secó los mocos con la manga y levantó la banderita, mientras
gritaba “¡Ar-gen-tina!”. Había que aprovechar el corte del semáforo, y correr hacia los pocos autos que
circulaban. De repente, se habían vuelto generosos. En lugar de subir el
vidrio, negar con la mano o decir “ya di”, le hablaban, lo llamaban. Un
muchacho con un poncho de colores argentinos le dio ¡cien pesos!, mientras le
escupía toda la cara gritando “¡estamos ganando, macho!” Una joven muy, muy
hermosa, lo arrimó a la ventanilla y le partió la boca de un beso y un “te amo,
corazón”. La compañera que manejaba le dijo “Che, dale algo”, y la piba se sacó
una pulsera y casi se la tiró porque todos arrancaban. Si no era de oro, la
habían hecho muy parecida. Juancito caminó hasta el siguiente semáforo, y así,
corte a corte, se iba arrimando al obelisco. “Ojalá todos los días ganara
Argentina”, pensaba, tiritando, mientras repetía como un rezo “¡Ar-gen-tina!”.
Rojo. Una barra sobre una camioneta estiró las manos, y lo
subió. Gritaron y saltaron, y poco a poco pudo informarles qué hacía, solo y
desabrigado y con una banderita en la mano. Cuando llegaron al obelisco,
Juancito tenía los bolsillos llenos y un big-mac en la mano. Miró la bandera y
se le llenaron los ojos de lágrimas.
“¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!”
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