jueves, 24 de julio de 2014

1CxD02-094



1CxD02-094 24 de julio de 2014

Algoritmos

© Jorge Claudio Morhain


Durante la noche, creyó percibir desplazamientos, arrastrar de muebles, oscilaciones. En el breve instante que ese movimiento lo despertó (notó de inmediato que no había ningún balanceo) decidió que todo se debía a la mezcla de wishky con fernet del Sábado del Mes, con los Quías.
Los Quías era el grupo de vagos, la mayoría del barrio, otros de la facu, alguno del trabajo, que se reunía una vez al mes, más o menos, en esas “tenidas de hombres” que los diferenciaban del sexo opuesto. La entrada al grupo era restringida: había que hablar de fútbol, mujeres y farras, en ese orden, y no salir con charlas abstractas como “con este gobierno…” o “¿vieron a cuánto se fue…?”. El rubro “farras” comprendía asado, vino, y, a veces, pesca u otros deportes raros. Por ejemplo, el Cholo jugaba al ajedrez, y a veces había que tolerar sus anécdotas, excepto cuando hablaba de la mujer de Manchurián, el ajedrecista estrella, que estaba siempre junto a su marido en los torneos. O Ransom, que hablaba de física cuántica y desplazamientos de dimensiones, porque trabajaba en la CNEA y siempre venía con un cepillito con el que limpiaba su ropa al colgarla de la percha “para sacarle la radioactividad”, decía, en tono de joda. Po supuesto, nadie creía que fuera joda, y ese peligro latente ponía más sal en las reuniones. Otra cosa incluida en los deportes raros, aunque todos compartían, era el truco. Gigantescas tenidas de truco, rociadas con vino y mechadas con asado. Los Quías consideraban el tema como raro porque siempre se acompañaban de farra y entonces el tema era la farra.
¿Cuál había sido el tema de anoche?, pensó en un entresueño, tal vez la vez que se despertó, o tal vez otra en que no llegó a abrir los ojos ni mirar la hora.
No supo nunca si estaba recordando o inventando un sueño, porque, además no sabía que estaba soñando. Pero le pareció que el tema había sido cargar a Ransom, que venía muy pesado con el tema de las dimensiones. Cada vez que empezaba alguien salía con las dimensiones de Luly Salazar, o el culo de la Xipolitakis, o la Anaconda de Carlitos. Ransom se enojaba, y había que servirle más vino con fernet, hasta que se acabó el vino y hubo que desarmar la caja de wishky que reservaba desde su viaje al Brasil a ver el Mundial y que empezó a circular de manera alarmante (para él) Parece que Ransom sostenía que había inventado un logaritmo (¿o dijo algoritmo?) que podía (Perdón, ¿qué carajo es algoritmo? No, debe ser logaritmo, porque con eso se fue a examen, en la secundaria) desplazar las dimensiones. Ah, por eso lo de moverse la cama…
Volvió a dormirse, o quizás sólo pasó de un sueño liviano a otro más profundo, donde hacía frío, donde buscaba abrigo, donde rodaba por el desierto, donde…
Cuando la cama se inclinó bruscamente con un golpe, como si se hubiese quebrado una pata o hubiese caído en un pozo, se despertó sobresaltado.
No, no se despertó.
No podía estar despierto, cuando la cama estaba en medio de un paisaje patagónico, sólo que sin viento y con una luna de color azul, con una pata en un precipicio y el resto en el borde de un acantilado altísimo.
“Me cago en Ransom”, dijo entre dientes, y se metió bajo las cobijas, para tatar de dormirse de nuevo. La cama se deslizó suavemente, y cayó al vacío.

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