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La puerta
© Jorge Claudio Morhain
Anieska cerró
la puerta. Se hizo el silencio. Un silencio profundo, absoluto, total.
Anieska respiró hondo. Basta de bocinas, basta de sirenas,
basta de cumbia, basta de gritos.
Silencio.
Anieska se sentó en su sillón
preferido, dispuesta a gozar del silencio.
Silencio.
¿Por qué tanto silencio? Su puerta
no era tan hermética, las paredes no tan gruesas, para tanto silencio.
El corazón le latía con fuerza.
Caminó lentamente hasta la puerta. Y la abrió de golpe.
Veinte autos estacionados afuera
tocaron sus bocinas, una ambulancia y un patrullero sus sirenas, sonaron
cumbias y reguetones. Y una multitud gritó a voz en cuello:
¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ANIESKA!!
Anieska cuerpo la puerta de un
golpe. Se oían bocinas, sirenas, musica, voces-.
Respiró hondo y salió a la calle
de todos los días.
Rumbo al trabajo.
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