1CxD02-111 16 de agosto de 2014
Pared de enfrente
© Jorge Claudio Morhain
No había horizonte. Sólo la pared de enfrente. No había
paisaje: sólo los cambios estacionales de la mancha de humedad de la pared de enfrente.
No había sol, sino el reflejo pálido de la pared de enfrente, variando en tonos
y texturas. No había pájaros, ni flores, ni aire azul. Sólo la luz difusa que
reflejaba la pared de enfrente.
Creyó que, al morirse, iba a poder estirarse hasta el
infinito, ver para siempre, expandirse por el universo.
Puede ser.
Su cuerpo, al menos, fue embalado en una caja de chapa y
madera, y embutido en un cubículo de paredes de enfrente: arriba, abajo, a los
costados, adelante y atrás.
Por la módica eternidad que pueden durar las bóvedas de un
cementerio, antes de que la pared de enfrente requeririera nuevos
destinatarios.
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